Nos dejó Miguel Ángel Morelli, nos dejó mucho. Cultivó la amistad con su oficio de librero, poeta, editor, periodista, paseador de perros. Era común verlo en su librería Ramos donde nos convocaba en esa galería que preparaba meticulosamente, libros de historia, biografías, arte, literatura en una larga y sinuosa pared. Luego la librería, el mostrador y una puerta donde uno adivinaba su figura, ahí Morelli.
Miguel Ángel Morelli
A partir de allí todo podía suceder, una cofradía de lectores nos dábamos cita. Y ahí Morelli desgranaba recuerdos, reflexiones políticas, anécdotas, como aquella vez que buscaba un libro sobre la militancia revolucionaria y me dice: “Si, date vuelta, ahí frente tuyo, la sección sueños rotos”. También uno podía disfrutar de una charla con periodistas, docentes, artistas o simplemente amigos, como Néstor Maresca que al entrar en la librería decía: “¡Necesito un manual para la disección de adultos mayores!”.
Morelli había nacido el 16 de mayo de 1955 en Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires. Licenciado en Ciencias de la Información en la Universidad Nacional de La Plata -UNLP-.. Su poética publicada, “Piedra blanca, sobre piedra negra” (Galerna, 1980), “Los signos de fuego” (Galerna, 1989), “Fragmentos de un cielo impenetrable” (Tiempo Sur, 1998), “Humanos, casi humanos” (Tiempo Sur, 2009), “Despojos” (Tiempo Sur, 2010), y la narrativa para jóvenes “Una sombra maldita” (Salim, 2015), “Borges y el libro de los libros” (Salim, 2019). Fundó su propia editorial, Tiempo Sur. Forjó su oficio en varias librerías, en particular en la mítica Hernández; fue corredor de libros. Como periodista, trabajó en importantes medios de comunicación masiva como Clarín, El Cronista Comercial, Revista Vosotras y La Nueva Provincia de Bahía Blanca.
Miguel Angel Morelli entrevistando a Borges
Un tema aparte era Borges; podía explicarlo, discutirlo, incluso en las anécdotas más procaces sobre el autor. Morelli era un borgiano absoluto. Las paradojas del destino hicieron que Borges nunca le dedicara una línea a Morelli, como si lo hace Julio Cortázar en Rayuela, cuando en el Club de la Serpiente, entre artistas, escritores y músicos que la pasan discutiendo sobre arte, literatura, filosofía, arquitectura y otros temas regados por el alcohol, se encuentra Morelli, (¿un sosías?) que propone romper con las formas lingüísticas del momento porque la palabra había sido desgastada en todas sus dimensiones.
Morelli explica cómo se encontró con Borges: debido a la conjunción de un espejo y una enciclopedia. En un corredor de la quinta de Gutiérrez y Calchaquí, en Quilmes, donde su abuelo se había mudado, había un ropero de caoba roja que estaba cerrado con dos candados. Un día el anciano olvidó cerrar el ropero y la tentación le permitió ver que ahí había libros, más allá de los 5.000 volúmenes, que se esparcían por toda aquella casa. Morelli descubrió que “En el fondo del ropero había quedado algo más todavía. Metí la mano y fui sacando, uno por uno, alrededor de una docena de libros. Al principio los creí ordenados al azar, pero después dudé: abuelo era meticuloso en exceso con todos sus asuntos y raramente se hubiera permitido no organizarlos de una u otra manera (tiempo más tarde comprendí que habían sido ordenados conforme la importancia que les asignaba)”. Y entonces supo que esos libros escondidos eran de un solo autor: Jorge Luis Borges.
Miguel Ángel tomó un libro al azar, lo abrió y leyó algo que nunca olvidaría: “Aquellas líneas no se parecían en nada a ninguna otra que el abuelo me hubiese dado a leer”. Era una de las páginas de “La biblioteca de Babel” que dice: “(El pensador) observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: no hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito…”
Heterodoxo con sus gustos musicales, Wolfgang Amadeus Mozart, Gabriel Torres, Astor Piazzolla, Raúl Barboza, Yo-Yo Ma, Atahualpa Yupanquí, Liliana Herrero y más. Recordaba siempre su pago de Coronel Suárez, como aquella vez que se presentó en el club un cantante de tangos diciendo que sorprendería a todo el público, a lo que agregó “Les voy a cantar un tema, de papá y Lepera, El día que me quieras”.
Morelli fue parte de “La mesa de los lunes” con Alejo Apsega, Oswal, Mariano Cabano, Patricio Mc Gough y Manuel Oliveira. Se reunían a pasar un buen rato donde no faltaba el buen vino, la comida, chistes y las reflexiones.
El 2 de julio de 2019 pasé por Ramos, y ese día, Morelli realmente conmovido me pidió un favor: si le podía averiguar por Rudy Simón, un detenido desaparecido del Colegio Alemán de Quilmes. Ese día hablamos de lo que perdimos en la última dictadura cívico militar.
Con Morelli se va una raza de libreros, se va un hombre sensible de los pagos quilmeños, un hombre sabio que reflexionaba así sobre la muerte:
“Si me tengo que morir, no podrá ser ni hoy ni mañana. Hoy, porque llueve desconsoladamente y a mí los días de lluvia me encantan. Mañana, porque tendré que barrer el patio y echar una a una a la basura las hojas que ha ido derrotando la tormenta. ¿El jueves? No creo; después de cada lluvia, después de cada barrido, acabo tan cansado que no tengo ganas de nada, ni siquiera de morirme. Por ahí el viernes, pero los viernes yo suelo estar de buen humor y aprovecho para conversar con los amigos y planificar libros y guiones que jamás cometeremos. Después ya viene el fin de semana, mal momento para andar muriéndose (a pesar incluso del bajón de los domingos que agonizan). Si me tengo que morir, no podrá ser ni esta semana ni la siguiente. Ni siquiera el mes que viene, el año que viene, la década que viene. No te enojes, pero andaré lejos de mí si me tengo que morir”.
Dice el poeta Miguel Ángel Morelli en “Humanos casi humanos”: “La razón de la memoria consiste en clausurar el pasado para hacer que lo que fue quizás no sea | ni haya sido nunca”. Estética ética est.
Acerca del autor / Guillermo Daniel Ñañez
Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Florencio Varela. Profesor en Historia. Especialista Superior en Historia -UTN- 2007. Magíster en Derechos Humanos y Democratización para América Latina -UNSAM- 2012. Periodista. Investigador. Miembro de Historia a Debate. Integrante del Centro de Estudios “Felipe Varela” (N. Galasso). Profesor de la Universidad Nacional “Arturo Jauretche”.