“Soy optimista. Los pueblos siempre resistirán” declaró Ken Loach a sus 83 años, en ocasión del estreno de su última película Sorry We Missed You en septiembre pasado, durante la 67 edición del Festival de Cine de San Sebastián. Una vuelta hacia sus orígenes, sirve para bucear en una carrera que, desde hace más de cinco décadas, es una síntesis de un cine que combina la defensa de los derechos de la clase trabajadora con una mirada emocionada sobre la gente anónima.
“Es la historia de una gran esperanza. Eso era lo que más me atraía. Es uno de los pocos momentos en la historia de la humanidad en los que se ve que la gente toma el control de su propia vida. Para mí era muy importante compartir esa sensación de logro y también entender por qué salió mal”
Ken Loach
Cuando era profesor de historia, la Guerra Civil Española debía ser uno de los temas que más me gustaba traer a clase. Era para mí la excusa perfecta para volver a ver Tierra y Libertad (1995), película del realizador británico Ken Loach y llorar, inevitablemente, en la escena del funeral de Blanca, la joven combatiente revolucionaria. Tras disimular mis lágrimas, la clase continuaba con el deseo de que esas imágenes hubiesen contagiado a mis alumnos, aunque sea un poquito, del idealismo de aquellos jóvenes milicianos que disparaban contra el fascismo en la España del 36.
Ken Loach nació en Nuneaton, localidad de Warwikshire el 17 de junio de 1936. Hijo de un ingeniero eléctrico, comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Oxford, ámbito en el que se vinculó al mundo del teatro, relegando a un segundo plano su carrera de abogado. Según él mismo expresó, el resultado de esta bifurcación acabó en un fracaso total ya que en ninguna de las dos actividades acabó por destacarse.
El punto de giro en su vida profesional se operó gracias a una beca que obtuvo a principios de los años sesenta para trabajar en la BBC. Este paso por la pantalla chica fue determinante en su posterior carrera cinematográfica. No sólo conocerá allí las claves del funcionamiento del medio audiovisual, sino que se vinculará con sus futuros colaboradores: el productor Tony Garnett y el guionista Jim Allen. Ya por entonces, influido por los directores pioneros del movimiento del Free Cinema británico (Tony Richardson y Lindsay Anderson) Loach comenzaba a interesarse en los personajes marginales y en las problemáticas sociales. En 1964 dirige tres episodios de la serie policial Z cars (BBC, 1962-1978) despegándose de las reglas propias del género para introducir en la trama una mirada más compleja de las relaciones humanas, donde la tradicional distinción entre “buenos y malos” tiende a desdibujarse. Un año más tarde en Wednesday plays (BBC, 1964-1970), serie de la que rodó diez episodios, aparecen las formas y los temas que caracterizará más tarde su filmografía: la problemática juvenil, los conflictos obreros, los problemas familiares, de la escuela o de la sanidad.
Su fallido debut cinematográfico se produce con Poor cow (1967), film en el que el propio Loach reconoce haber cometido errores a pesar de haber contado con un buen guión. Desde entonces, y de forma paralela, alternará su labor en el ámbito televisivo (la que se prolongará hasta 1989) con la realización cinematográfica. De este período data su relación con el dramaturgo Jim Allen (futuro guionista de Tierra y Libertad), con quien filma The Big flame (1969), película producida para la BBC. Sin embargo, resulta claro que hasta los años noventa la mayor parte de la producción de Ken Loach fue para la televisión, con la excepción de algunos largometrajes aislados como Kes (1969), que fuera proyectado con cierto éxito durante la Novena Semana Internacional de la Crítica (Cannes, 1970). De modo que es posible afirmar que “el Loach cineasta” llegó a nosotros recién a través de Riff Raff (1991), película que junto a Lloviendo piedras (1993) y Ladybird, Ladybird (1994), conforma una trilogía marcada por el desempleo, la desigualdad y el castigo a la clase trabajadora durante los años del thatcherismo. Bienvenido sea entonces este cine, en una época en la que se daba por sentado que el fin de la historia había llegado y mientras las ideologías recibían su tiro de gracia.
Se trata de una cinematografía político-militante donde todos los recursos propios del medio son puestos al servicio de la temática, de la historia que Ken Loach quiere narrar. Cierto “didactismo” presente en las tramas revela la doble intencionalidad del director, quien además de ponernos en conocimiento de una situación o una historia en particular busca promover su transformación. Es de destacar que si bien el carácter ideológico de su punto de vista es muy marcado, ello no resulta contradictorio con el cuidado tratamiento estético que Loach le imprime a sus realizaciones.
En Tierra y Libertad Loach abandona tanto el escenario como la problemática exclusivamente británica que lo ocupó durante los primeros tiempos de la globalización capitalista, para situarnos en otras coordenadas temporo-espaciales. De marcado tono épico, el film es a un mismo tiempo una reivindicación del combate contra el fascismo en el Frente de Aragón durante la Guerra Civil Española y de la lucha de un grupo de jóvenes milicianos por un mundo justo e igualitario.
La trama se sitúa originariamente en Londres durante el traslado de un anciano, David, que ha fallecido a causa de un ataque cardíaco. A través de la lectura de unas cartas halladas por su nieta Kim, Loach nos introduce en la historia. Mediante este recurso epistolar, que dará origen al largo flashback sobre cuya base se estructura la película, sabemos que su abuelo había combatido en España durante la Guerra Civil. El protagonista, interpretado por Ian Hurt, es un obrero inglés, desocupado y militante del Partido Comunista quien, al igual que tantos jóvenes de su misma clase, decide incorporarse como brigadista extranjero en el bando Republicano.
El guión presenta dos aspectos fundamentales del “didactismo loacheano”. Por una lado, la construcción de personajes de características claramente definidas (juventud, condición de clase, valentía e idealismo). Por otro, la intencionalidad del director de apelar a esas luchas heroicas con el fin de establecer un paralelismo entre aquella situación española del 36/39 con la de los años noventa en que la película estaba siendo rodada. En este sentido, la narración de aquella experiencia no sólo está atravesada por su mirada, sino que es una invitación a nuevas luchas en un contexto en el cual el fin de las ideologías y la historia se presentaban como verdades inamovibles:
“Los políticos, los periodistas, la televisión, los que crean opinión, dicen que la economía de mercado es la única manera de vivir, que la historia tiene este final, que la posibilidad de un cambio social se ha acabado. Hemos de aceptar la desolación de nuestras ciudades, la alienación entre la gente joven, hemos de aceptar este nivel de desánimo porque dicen que es la única manera de organizar la sociedad. Pero lo que pasó en España es importante porque demuestra que todo esto no es verdad, que hay una manera mejor de organizar la sociedad, que el pueblo puede organizar mejor su futuro.” (Ken Loach)
Tierra y libertad es una producción ambiciosa, aunque bastante alejada de lo que consideramos una superproducción. Loach no disponía de grandes presupuestos para recrear escenas, razón por la cual apela profusamente a la utilización de imágenes documentales y material de archivo para suplir esa carencia. Si bien los personajes de la película no son reales sino producto de la ficción, Loach logra que lo parezcan. En su elaboración trabajó en conjunto con el guionista Jim Allen, consultando documentación y entrevistando a sobrevivientes del Frente de Aragón. De los relatos de aquellas experiencias, lo que más les llamó la atención fue que aquellos protagonistas hicieran hincapié en el hecho de que durante la guerra “habían sentido que tomaban el control de sus vidas”. Al respecto, una mención especial merecen los testimonios de las mujeres quienes en las entrevistas subrayaban una suerte de doble escape, no solo a su situación económica sino a su condición de sometimiento social.
Guionista y director comparten un punto de vista marcadamente ideológico que, a lo largo de la película, se manifiesta en sus críticas al stalinismo. Estas se canalizan mediante dos vías, tanto en la figura de David, personaje por momentos ambiguo perteneciente al Partido Comunista, como en los conflictos internos desatados en el propio bando republicano. Es allí donde la dupla Allen-Loach encuentra a los enemigos de la Revolución. Por ello, eligen hacer foco no solo en los intereses particulares del comunismo ruso, sino también en la responsabilidad de naciones como Francia y Gran Bretaña durante el conflicto. En este sentido, no parece casual que hayan elegido centrar su relato en la experiencia de lucha del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). A esta fuerza política de origen catalán, marxista-revolucionaria y marcadamente anti stalinista, se irán incorporando los brigadistas extranjeros provenientes de distintos lugares de Europa y de los Estados Unidos.
Si bien los enemigos arquetípicos de la República como la Iglesia (encarnada en un cura delator que es fusilado) o las Fuerzas Armadas (representadas en un oficial fascista detenido que hace gala de su profesionalismo militar frente a los improvisados milicianos) forman parte de la trama de Tierra y Libertad, la mirada loacheana tiene como principal objetivo cargar las tintas sobre la traición stalinista. Desde allí, el director proyecta aquella experiencia al espacio temporal en que está filmando a fin de trazar un paralelismo entre ambas realidades, ya que a su juicio la ambigüedad característica de la izquierda respecto de la derecha sigue presente.
Si bien el título de la película puede llevarnos a una suerte de confusión, ya que alude a una columna anarquista llamada precisamente Tierra y Libertad, no creo que la elección sea fruto de la casualidad, dado que precisamente éstas son las principales reivindicaciones de los combatientes. Basta recordar la escena de la asamblea en un pueblo en que los vecinos, una vez liberados del control del patrón, deciden cómo administrar la producción y discuten acerca de la colectivización de la tierra.
Tierra y Libertad podrá ser ambiciosa y pretenciosa en sus objetivos pero no se aparta en lo más mínimo de lo que nos ha planteado Loach a lo largo de su filmografía. Jóvenes, proletarios, idealistas, excluidos que pelean contra un orden que consideran injusto, invitándonos a continuar la lucha. La imagen final de la nieta de David con el puño en alto no puede ser más gráfica.
Mientras escribo estas líneas, Latinoamérica estalla nuevamente en imágenes de otros jóvenes que en Chile, Haití, Bolivia, Ecuador y Colombia cuestionan con sus protestas un modelo que cerraba como perfecto pero que marginaba de la fiesta a millones. Me pregunto si aquellos alumnos que vieron Tierra y Libertad en mis clases hoy simpatizarán con la lucha de los países hermanos. Y finalmente pienso que la realidad, como siempre, le da la razón a Ken Loach.
Acerca del autor / Fernando Gabriel Dunan
Profesor de historia (UBA). Ha presentado varias ponencias en ámbitos académicos sobre los recursos para la enseñanza de la historia. Junto a otros autores publicó “Historia. De las sociedades Antiguas al Origen del Capitalismo” (RIOSAL-FFYL-UBA)