El año pasado se celebraron 100 años de la Reforma Universitaria, gesta que tenía el propósito de democratizar y dar masividad tanto al acceso a la universidad como a respetar la diversidad de los contenidos científicos que se dictaban en las mismas. En ese entonces, en lo que respecta a la ciencia económica (una ciencia relativamente joven), la hegemonía científica estaba centrada en la teoría marginalista o neoclásica nacida a fines del siglo XIX, cuya representación actual se podría englobar en lo que conocemos como neoliberalismo u ortodoxia económica.
A 100 años de la reforma los contenidos esenciales de la teoría económica ortodoxa y su metodología siguen incólumes, enseñándose en las universidades del mundo (incluidas la mayoría de las nuestras) casi como la única versión oficial de la ciencia económica. Es decir, la teoría ortodoxa en la actualidad tiene unos 150 años desde su nacimiento. Pero mucho más antiguo es su fetiche metodológico que es Robinson Crusoe, un personaje de la literatura inglesa de una obra de Daniel Defoe de hace 300 años (1719) titulada “Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe”. El cuento narra las aventuras de un joven inglés de buena posición social, que decide embarcarse a la aventura de mar. En una de sus aventuras su barco naufraga cerca de una isla y resulta ser el único sobreviviente. Robinson Crusoe está más de 25 años superando la adversidad en esa isla donde la única civilización son los animales y un grupo de caníbales salvajes.
En efecto, la teoría ortodoxa deriva sus conclusiones y leyes económicas a partir de las acciones de un Robinson Crusoe como el representante humano de la sociedad (“agente económico representativo”), en un medio que es una isla donde el náufrago se encuentra solo con su alma, lo que representa el colmo del aislamiento de la “economía pura” ya sea de la sociedad, del espacio y del tiempo: no importa de qué lugar es la isla ni en qué momento naufragó; la isla se transforma de este modo en un territorio carente de historia y contexto. La teoría económica, desde esta perspectiva, es una teoría del comportamiento humano relacionada con el principio de la racionalidad y la escasez de recursos y no es tratada como una ciencia social donde intervienen las instituciones, las interacciones sociales, los conflictos de poder. Por ello, las elaboraciones teóricas de buena parte de la teoría ortodoxa pretenden ser aplicados con una validez universal a cualquier país y en cualquier momento del tiempo.
A partir del análisis de su comportamiento, los modelos económicos sacan conclusiones y las aplican sobre el funcionamiento de las sociedades reales, donde conviven individuos, clases sociales, instituciones, gobiernos, un contexto y una geopolítica determinada, pujas entre diferentes sectores de presión, etc.
Portada de la novela de Daniel Defoe (1719)
Las conclusiones de la teoría ortodoxa (teorías económicas) están basadas sobre supuestos irreales, una isla. Pero estas chocan cuando se aplican a una realidad que no es la isla. Ahí es donde la teoría se vuelve sobre sus pasos: “la realidad debiera funcionar como en la isla”. Entonces se trata de forzar la realidad “real” y llevarla a la realidad “de la isla”. Por eso todo funciona mejor sin estado ni sindicatos, porque estas instituciones se supone que no forman parte de los supuestos de la isla. También ahora se entiende, entonces, por qué la mayoría de los impuestos que cobra el Estado tienen un calificativo de “distorsivos”. Incluso, a partir de la “modelización” de la economía de Robinson Crusoe, se llega a interpretar a la desocupación como un fenómeno necesario del individuo, casi racional y, cuando Robinson Crusoe prefiere dedicar más tiempo al ocio que al trabajo se trata de una decisión pura y exclusivamente voluntaria. De allí la poco importancia que el neoliberalismo le asigna al problema de la desocupación.
Hasta acá, entonces, tenemos que en las aulas donde se enseña economía, mayoritariamente (pero no en su totalidad) predomina la enseñanza de una teoría de hace 150 años basado metodológicamente en un personaje de hace 300. Es mucho tiempo, teniendo en cuenta el carácter social de la ciencia económica y que su objeto de estudio adquiere nuevas formas y cambios a lo largo del tiempo y del espacio.
Pero hay una cosa tanto más grave (pero que está íntimamente relacionado con la contradicción anterior) y es que la metodología de enseñanza utilizada por la teoría ortodoxa es intrínsecamente incongruente con los paradigmas modernos del proceso de aprendizaje-enseñanza universitaria, en especial los de la cognición situada y la construcción conjunta de significados.
Los teóricos de la cognición situada parten de una fuerte crítica a los aprendizajes declarativos abstractos y descontextualizados y de relevancia social limitada y donde el conocimiento se trata como si fuera neutral, ajeno, autosuficiente e independiente de las situaciones de la vida real o de las prácticas sociales de la cultura a la que se pertenece.
El aprendizaje significativo tiene también como pilar la construcción conjunta de significados, es decir, para los alumnos es imprescindible que el conocimiento sea una construcción que se genera o se crea en el aula con sus pares y no en forma aislada.
Vista la metodología “robinsoniana” de la economía ortodoxa y observando la perspectiva aportada por los nuevos paradigmas de enseñanza, el individualismo metodológico de la economía ortodoxa adolece de dos graves problemas. El primero es que tiene poca práctica en enfocar el conocimiento bajo el paradigma de la cognición situada y el aprendizaje significativo, que justamente va en contraposición a los enfoques de la psicología cognitiva donde se asume, explícita e implícitamente, que el conocimiento puede abstraerse del contexto en el cual se aprende y se emplea (la isla). El segundo es una contradicción intrínseca no menos importante, ¿cómo hacerles entender a los alumnos que la base del conocimiento tiene como elemento distintivo la construcción conjunta de significados, mientras el andamiaje de la teoría económica dominante está sustentado en un Robinson Crusoe que toma decisiones económicas sin necesitar de lo social, ni de lo “conjunto” para luego extrapolar ese comportamiento individual a través de la suma aritmética de todos los Robinson Crusoe que actúan en diferentes islas no conectadas entre sí? Los alumnos podrían desestimar la construcción conjunta de significados si Robinson Crusoe pudo sólo.
Lo que se pone de manifiesto es que cada realidad supone diferentes teorías explicativas que están sostenidas por supuestos que se derivan de dicha realidad. Este debiera ser el punto de partida de las prácticas educativas para una ciencia social como la economía. Esto implica tomar partido sobre una definición del alcance de la ciencia económica que no es la neoliberal (basada en el comportamiento humano), sino aquella que considera que estudia las formas que adquiere el proceso de producción, distribución y consumo y distintas características que éste adopta dado el momento histórico que consideremos, estableciendo distintas relaciones entre las personas de una sociedad y entre esas personas y los bienes.
El hecho de estudiar una economía como la de Argentina a través de moldes intelectuales basados en formas institucionales que no son válidas para un país semi-industrializado como el nuestro y en este momento histórico, plantea una disociación o desfasaje muy grande entre el mundo de las “ideas” y la “realidad”. En ese sentido debemos buscar las teorías económicas que respeten nuestra idiosincrasia.Aunque esto no garantiza automáticamente un uso armónico de las estrategias de enseñanza modernas, evitaremos formar profesionales de “laboratorio” preparados para realidades que sólo son válidas en la isla de Robinson Crusoe.
Acerca del autor / Germán Saller
Coordinador de la revista digital Entrelíneas de la Política Económica (CIEPYC-UNLP)