Economía

EL PROBLEMA DE LOS DOLARES ENCANUTADOS

Romper el chanchito

Por Daniel Novak

La tenencia de moneda extranjera y depósitos en manos de particulares residentes en Argentina fue a fines de junio de 2024 de casi 255 mil millones de dólares.

Según el INDEC (rubro 4.2.4 del informe de Posición Inversión Internacional – PII de nuestro país), la tenencia de moneda (extranjera) y depósitos de particulares residentes en Argentina, también llamada formación de activos externos (FAE), fue a fines de junio de 2024 de casi 255 mil millones de dólares. La mayor parte de esas tenencias son billetes y monedas atesorados en efectivo que duermen en cajas de seguridad, altillos y colchones, para sustituir la función de reserva de valor que perdió ya hace años nuestra moneda nacional.

Para tener una idea de magnitudes, ese stock de reservas internacionales privatizadas representa más de ocho veces las reservas brutas oficiales del Banco Central, casi la mitad del valor del producto interno bruto (PIB) de un año y más del triple de la inversión productiva bruta anual de los últimos años. 

Y, lo más tragicómico, es que el “canuto” en dólares supera el 85% del valor residual de la deuda externa bruta total, pública y privada, de la Argentina, con lo cual podríamos llegar a la triste conclusión de que en las últimas décadas nos hemos endeudado con el resto del mundo para amarrocar dólares y no para crecer.

Para rastrear el origen de esta situación, tendríamos que retrotraernos casi ocho décadas, cuando empezó el proceso de industrialización masiva por sustitución de importaciones. Dicho proceso se llevó a cabo mediante la transferencia de recursos del sector agropecuario, muy competitivo a nivel internacional, hacia la industria naciente, que no contaba con un nivel de productividad similar al del campo y no estaba en condiciones de generar las divisas que requería su desarrollo.

Así nació lo que Marcelo Diamand bautizó como estructura productiva desequilibrada (EPD), que no es otra cosa que la coexistencia de un sector muy competitivo internacionalmente, que genera el grueso de las divisas por exportaciones, y otro que las demanda para sus insumos básicos pero que no las genera en la magnitud necesaria. Sin embargo, el sector agropecuario genera sólo el 8% del empleo interno, con lo cual, si no se hubiera desarrollado la industria, tendríamos niveles de desempleo superiores al 20%.

Esta diferencia de productividades entre el campo y la industria abrió la discusión sobre el nivel del tipo de cambio, porque con un valor bajo el campo podía exportar y la industria no, pero con un valor alto para que exportara la industria, el campo recibía super ganancias que se trasladaban al precio de los alimentos afectando el poder adquisitivo de salarios e ingresos fijos, cosa que se neutralizó en parte con los derechos de exportación (retenciones). 

Pero el problema de fondo de las EPD es que cuando aumenta la actividad económica interna, las importaciones aumentan a un ritmo mayor que el PIB mientras las exportaciones crecen menos o decrecen por mayor consumo interno, y eso hace que cuando la economía se reactiva y se acerca al pleno empleo empiezan a faltar las divisas. Este fenómeno es el fenómeno conocido como restricción externa (ya le podríamos decir eterna), con crisis recurrentes del balance pagos e insuficiencia crónica de divisas.

A este problema se sumó hace 50 años la política de apertura económica y financiera irrestricta que aplicó la dictadura cívico-militar genocida con la intención manifiesta de terminar con lo que caracterizaba como “industria ineficiente” que, según ellos, sólo sobrevivía con la transferencia de ingresos desde el campo a través de los derechos de exportación. 

Después de fracasar el plan antiinflacionario con ajuste monetario ortodoxo, Martínez de Hoz decidió a aplicar una nueva variante, basada en lo que se conoció como “enfoque monetario de la balanza de pagos” que considera que lo importante en el resultado de las transacciones con el resto del mundo no es sólo el saldo del comercio sino también el movimiento de capitales y que este flujo está determinado por la relación entre la tasa interna de interés y la internacional.

Con este argumento doctrinario se abrió la economía al resto del mundo, bajando aranceles de importación y derechos de exportación, a la vez que se incrementaron las tasas internas de interés con restricción monetaria y se liberó el movimiento de capitales externos, con el agregado fundamental de la famosa “tablita cambiaria” que pautaba un aumento mensual del tipo de cambio por debajo de la tasa de inflación interna, reduciendo el riesgo de devaluación. 

Así nació a finales de la década de los 70’s lo que hoy llamamos “carry trade”, o sea el negocio de entrar dólares, pasarlos a pesos invertidos a una tasa interna mayor que la internacional con un dólar pautado por debajo de la inflación, para volverlos luego a dólares y sacarlos con una utilidad mayor que la tasa de interés internacional. ¿Suena parecido a algo más actual?

Así nació lo que Eduardo Basualdo bautizó como valorización financiera de las actividades económicas internas, ya que con esta bicicleta se beneficiaron no sólo quienes traían capitales especulativos del exterior sino también los grupos económicos internos que diversificaron sus inversiones locales para usufructuar este negocio más rentable y menos riesgoso que el de instalar maquinaria y contratar mano de obra, mientras se iba desmantelando buena parte de la industria prebendaria e ineficiente de la burguesía nacional, que persistía en el empeño vano de crecer en medio del retraso cambiario y la apertura indiscriminada de las importaciones, sin acceso al crédito internacional más barato.

La consecuencia más nefasta del experimento dictatorial fue el inicio del proceso sistemático de fuga de capitales que se produjo cuando se percibió la insostenibilidad del esquema de retraso cambiario de la tablita, proceso facilitado y financiado por el aumento de la deuda externa, pública y privada. Las consecuencias de este fracaso implicaron dos procesos hiperinflacionarios al inicio de la recuperación de la democracia y condujeron a un nuevo experimento económico que llevaría a la dolarización de la economía como remate de la valorización financiera: la Convertibilidad con tipo de cambio fijo durante los 90’s.

Más allá de la ilusión generalizada que cultivó la reducción de la inflación a que dio lugar y del ingreso inicial de capitales externos, el nuevo experimento económico comenzó a depender a mediados de esa década de la venta de empresas públicas a grupos internacionales (las famosas “joyas de la abuela”), agravado por las consecuencias de la crisis financiera internacional derivada del llamado “efecto tequila”.

Pero la consecuencia más importante de este proceso es que la convertibilidad, muerta en vida a principios de este milenio, hizo posible que la fuga de capitales derivada de su sentencia irreversible ya no fuera sólo hacia los paraísos fiscales del exterior sino fundamentalmente hacia dentro del propio territorio nacional, con la profusión de apertura de cajas de seguridad bancarias y/o el “amarrocamiento” liso y llano en las empresas y casas de familia (el famoso colchón), consolidando como práctica generalizada la aludida FAE.

Keynes identificó al atesoramiento como la peor forma del ahorro, porque esteriliza parte de las ganancias al no volver a volcarlas al proceso productivo a través del crédito bancario para consumo o inversión. Peor aún el atesoramiento en divisas, que reduce además la solvencia externa del país para sostener el abastecimiento del aparato productivo.

Más allá de que esto último es consecuencia de la pérdida de una de las funciones básicas de la moneda doméstica, la de reserva de valor, de lo que se trata en lo inmediato, hasta que se recupere esa función a largo plazo, es encontrar la forma de recuperar y movilizar productivamente esa masa de recursos, esterilizada en su mayor parte dentro del propio territorio. De lo que se trata es de dar las condiciones para que vayamos rompiendo el chanchito.

Descartando de plano para esto la dolarización total de la economía eliminando el peso, amenaza que por suerte el gobierno libertario no cumplió, surgen algunas alternativas para desesterilizar al menos la parte de la FAE que está dentro del territorio y que, restando los depósitos de dólares en bancos y la masa “blanqueada” recientemente por el actual gobierno, sería de algo más de 200 mil millones de dólares.

Para estimular la “voluntad” de movilizar la mayor parte de esos recursos habría que aplicar, además del blanqueo impositivo, otras medidas, como podrían ser las siguientes, todas juntas o de manera progresiva:

  • Establecer una especie de RIGI (RIPyMI en realidad) para pequeñas y medianas empresas locales que destinen esos recursos a invertir en proyectos productivos que aumenten exportaciones o reduzcan importaciones.
  • Gravar impositivamente las transacciones internas en dólares (las inmobiliarias, por ejemplo) para estimular que se hagan con moneda doméstica.
  • Emitir un título interno en dólares, sin interés, que esté desgravado para las transacciones internas y sea automáticamente reconvertible en divisas para transacciones internacionales, incluyendo las importaciones, el turismo y la remesa legal de fondos al exterior. Este título reconvertible podría también ir recuperando la función de reserva de valor perdida por el peso.

Obviamente, y mal que nos pese, el blanqueo impositivo es un ingrediente inevitable para devolver esa masa de recursos al circuito económico, pero como decimos los economistas, es una condición necesaria pero insuficiente por sí sola para torcer la voluntad de quienes optaron por el amarrocamiento. La prueba de esa insuficiencia es que el último blanqueo masivo no logró rescatar ni el 10% de la FAE.

Lo que sí habría que cuidar es que no se blanqueen fondos provenientes de actividades delictivas, como el narcotráfico, la trata de personas o la “piratería del asfalto”, que también forman parte de la FAE, sin que se pueda determinar a priori en qué proporción.

Si no se hace algo respecto a esto seguiremos restando recursos a cualquier intento de recuperación económica, como ha sucedido en los últimos trece años, en que el PIB de 2023 fue igual al de 2011 con una población 14% mayor, a lo que se agregará este año la caída de 4% adicional como consecuencia del ajuste salvaje libertario.

Acerca del autor / Daniel Novak

Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía @novak_daniel

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