Néstor Latronico nació en Gerli (Avellaneda). La poesía de Allen Ginsberg lo llevo a EEUU en donde participó en el Gay Liberation Front, y de regreso a nuestro país, junto a Perlongher, militó en el Frente de Liberación Homosexual.
con los mejores bailarines
polvo de estrellas me caía
nadaba entre delfines…”
Las primeras lecturas
Nací en Avellaneda, en un barrio que se llama Gerli. Cuando yo era chico, mi padre era lechero, tenía un carro y un caballo, y una yegua que se llamaba “Laucha” y era muy simpática. Yo era muy feliz con todo eso. Un día mi viejo me llevó sentado en el pescante del carro. Me gustó, me encantó. Pero luego papá construye un negocio, y la familia empezó a prosperar. La mejora económica coincidió con el peronismo, que era la causa de ese fenómeno. Pero al igual que ahora (2017) mi viejo era tan boludo que no se daba cuenta de eso, de que ese progreso se debía a las mismas políticas que él criticaba. Él era radical, y un rabioso antiperonista. En mi casa se hacían muchísimos chistes sobre los “cabecitas negras”, y sobre Perón y Evita. Se reían a carcajadas, y les deseaban la muerte.
El primer libro que abrí fue la Biblia (aparte de los libros con que aprendí a leer), que era el único libro que había en casa. Y apenas lo abrí, leí toda esa genealogía y me horroricé y lo cerré. Después ya más grande mi viejo empezó a traer libros chiquitos, con cuentos para escolares, para el negocio, y yo los iba leyendo. Y leía también el pato Donald, la revista Billiken, Misterix o Puño Fuerte, tenía revistas para leer todos los días. A los diez años empecé con libros más importantes como “David Copperfield”, de C. Dickens, “Los caballeros del rey Arturo”, “Sandokán” de E. Salgari, “La isla del tesoro”, de R.L. Stevenson, todos de la colección “Robin Hood”, y también “Hombrecitos”, “Mujercitas”, “La cabaña del Tío Tom”, etc. Después empecé a leer algo de poesía (por ejemplo, R. Darío, Amado Nervo), porque era lo único que se conseguía en la librería de Avellaneda, que entonces se llamaba, creo recordar, “Sampayo”. Pero en primer año del secundario me enamoré de “Platero y yo” (J.R. Jiménez), tanto que algunas partes las aprendí de memoria.
A los 16 años entré en una grave crisis por la cuestión gay, y me pusieron con un psiquiatra porque tuve un intento de suicidio, pues yo me sentía muy culpable. El drama empezó porque les dije a todos que yo era homosexual. El psiquiatra me estaba matando lentamente, con unas inyecciones que me dormían unas nueve horas, y poco a poco me iban borrando la memoria y la voluntad. Salvé la vida porque una familia amiga de mi familia me llevó a Córdoba, y ahí estuve dos años. Por lo cual, más tarde, descubrí que el problema lo tenía mi familia, y la sociedad, y no yo. Después volví a Buenos Aires y finalicé mis estudios en el colegio de Avellaneda.
La partida a EEUU
Mi vida acá era la muerte, y la muerte ya estaba anunciada acá. Esto era un infierno, yo no tenía un trabajo decente. No había salida más que el suicidio, otra vez. Fui descubriendo el mundo gay (entonces se llamaba homosexual), conociendo gente, entre ellos un grupo de chicos y chicas de mi edad, y ahí, como grupo (éramos cuatro) se gestó la idea de ir a Nueva York. Entre todos nos ayudamos. En ellos encontré la fuerza para irme, porque solo no me habría ido. Los cuatro queríamos irnos a Nueva York, en parte porque Martha Ferro (que integraba el grupo) había traído poesía beat (ella me trajo una traducción del poema “Aullido” de Allen Ginsberg, y sobre todo, el “Kaddish”). Estos poemas me entusiasmaron, nada que ver con lo que había leído hasta ese momento. Había algo realmente nuevo en Nueva York. Tomé impulso y me fui. A pesar de los nervios, sentía que la vida me esperaba.
Casi un mes más tarde empezaron a llegar a Nueva York los demás integrantes del grupo. Por suerte era verano, algo que yo creo nadie programó. Si hubiéramos llegado en invierno no lo habríamos pasado bien. Poco después ya vivíamos todos juntos en un departamento en el gueto, en una calle que le llamaban Saigón, tan dura era la vida allí. Y en ese barrio (East Village) vivíamos y fuimos muy felices. Empezamos a fumar mariguana, a escuchar a los Beatles, y hacíamos fiestas y venía mucha gente. Ahí también empezamos a tomar ácido (LSD). Al fin de una noche yo terminé al amanecer en un viaje de ácido sintiéndome que era extraterrestre, y me subí al techo del edificio a esperar que me vinieran a buscar. Hacíamos unas fiestas increíbles, y lo pasábamos muy bien.
De la novela a la poesía
Conseguí un buen trabajo en un hospital en el archivo (“Medical Records”) donde se guardaban las historias clínicas de los pacientes. Era el que mejor ganaba de los cuatro. Las chicas trabajaban desnudándose como modelos en escuelas de arte. Mi pareja consiguió trabajo en una heladería.
Fue en un descanso en el hospital donde trabajaba que me di cuenta que la poesía era para mí. Yo pensaba que tenía que escribir novelas, había hecho todo el curso de la Alianza Francesa, me había leído todo y me había enamorado de Flaubert, me encantaba y quería escribir como él. Entonces empecé a escribir cosas. Pero las pocas líneas que escribía no tenían conexión entre sí. Siempre aparecía la metáfora, pero yo no me daba cuenta en esa época. Y una vez, mirando lo que había escrito, me di cuenta de que reescribiendo el texto y bajando las líneas, de alguna manera que sonara adecuadamente, ese texto se convertía en un poema. Más allá de otros momentos inolvidables, al descubrir esto me sentí feliz. Esto es lo mío, pensé. Tenía un destino. No tenía que escribir una novela. No tenía historias.
Mucho después empecé a asistir a un grupo literario con otros latinoamericanos, que me criticaron el posmodernismo que había en mi escritura. Allí me di cuenta que uno escribe dentro de una tradición. Entonces cambié de orientación, leí mucho a César Vallejo, empecé un esfuerzo para despojarme de ese pasado. Fue un gran esfuerzo para mí. Como práctica, apenas me despertaba, antes de levantarme, empezaba a escribir, lo que fuera.
La militancia
Empecé a militar en el GLF (Gay Liberation Front), y eso fue determinante para mí. La conexión vino por un chico que conocí en un baile que había organizado el GLF (ya había ocurrido lo de Stonewall, 1969) y era algo totalmente distinto a los bailes a los que yo acostumbraba a ir en los boliches. La gente era amable, solidaria, te respetaban, te trataban bien, no te sentías un objeto sexual, aunque sí había encuentros. Y ahí me encuentro con Dan Smith, que aún vive en San Francisco, y se convirtió en mi pareja, y mi “mentor” (mi guía) para abordar la cultura americana. Porque todo eso empieza cuando yo me enfrento realmente solo a la cultura americana, pues se había disuelto el grupo de los cuatro argentinos que habíamos vivido juntos y entonces, por primera vez, empecé a sentirme realmente un extranjero. Y no fue nada fácil. Necesité hablar mejor inglés. Porque eso te abre puertas.
Empecé a ir a las reuniones del GLF, en donde se debatían muchas cosas. Y empecé a participar en marchas por la libertad de los detenidos políticos, contra la guerra en Vietnam, apoyando a los Black Panthers, al movimiento feminista, por todas esas cosas y muchas otras nosotros éramos muy solidarios. El GLF era muy activo, y era de izquierda. Pero no había afroamericanos en ese movimiento, ni latinos, aunque sí algunas travestis, que eran negras y latinas. Porque para todos ellos lo más importante era la discriminación racial, el ser vistos como menos que humanos, además de la clase social. Eso era lo principal en su vida, el ser gay venía después.
A partir de todas esas interacciones, yo empecé a aprender cosas y supe que iba a haber una marcha, la primera marcha gay, que se hizo en el primer aniversario de la rebelión de Stonewall, en 1970, y yo dije: voy a ir. Me sumé a la marcha en la calle 22 por la Sexta Avenida hasta Central Park. Era muchísima gente, chicos y chicas con carteles, cánticos, consignas, gritos. Y a ambos lados de la avenida, una compacta masa de gente miraba silenciosamente, sin ninguna reacción. Fue un día maravilloso, marchar bajo el sol, la cara descubierta, sentirse libre. ¡Eso era salir del “closet”! La sensación de libertad que yo sentí fue algo que no olvidaré jamás. Resultado de eso, con mi ahora ex-pareja y yo hicimos un esfuerzo y produjimos una revista en castellano, un solo número que se llama “Afuera”, con la intención de llegar a la comunidad latina.
Vueltas a la Argentina y el FLH
Entusiasmado, como tantos argentinos, por la vuelta de Perón y de la democracia, volví a la Argentina en mayo del ´73, dos días antes de que asumiera Cámpora, decidido a militar en el Frente de Liberación Homosexual (FLH). Me había enterado de su existencia a través de un amigo, que me proporcionó la manera de contactarlo. Como había ahorrado algo, podía dedicarme a hacerlo sin tener que trabajar, así que pude dedicarle todo mi tiempo. El FLH ya se había formado a fines del ´71 y estaba en plena ebullición cuando me incorporé. Yo comencé a militar directamente en el grupo EROS. Como frente que era, había otros grupos, pero mi contacto con ellos para mí era ocasional. En realidad, el grupo que se movía y realizaba acciones era el grupo EROS y yo estaba ahí metido día y noche, porque no trabajaba, como ya dije. El líder del grupo era Néstor Perlongher, realmente, aunque nunca tuvo esa categoría de líder, él la rechazaba, no era propia del Frente. Él decía que siendo marica no podía ser líder. Es discutible. De hecho lo era. Era el tipo que sacaba los volantes a una velocidad pasmosa, y enseguida los imprimíamos, y hacíamos volanteadas. Al ser un Frente, la libertad era absoluta. No había obligaciones de ningún tipo, sólo tareas que uno se comprometía, desde esa libertad, a realizar. Un gran logro del Frente fue que a nivel personal nos sentíamos libres, libres de culpa, no nos importaba ya la opinión de toda la sociedad. Ese sentirse libre y esa creación de una identidad nos daba una seguridad y una paz maravillosas. En los primeros dos meses de Cámpora, (la “primavera camporista”) había mucha libertad. Yo volanteaba en la calle Florida, que entonces era el “centro” del centro. Después, cuando las cosas se pusieron muy duras, empezamos a tirar volantes (en el hall de la estación Constitución, por ejemplo, en la boca de los subtes) y a desaparecer, porque empezaron a matar gente, y apareció un afiche contra los putos de un coronel de la derecha, Jorge Osinde, así como el cantito: “No somos putos /no somos faloperos / somos soldados / de Evita y montoneros”. Eso porque a los montoneros la derecha les decía “putos”. Para mí, el 11 de septiembre, cuando lo derrocan a Salvador Allende, fue el toque de guerra que llevó a la dictadura. Todo eso nos afectó mucho. Hubo un esfuerzo muy grande para relacionarnos con la izquierda, porque de la derecha no podíamos esperar nada. Y todo eso gracias a Néstor que tenía muchos contactos, y tal vez también a Eduardo Todesca. Tratábamos de que la izquierda nos aceptara y así tuviéramos un lugar, una protección, que nos permitiera dar la cara y salir de la absoluta clandestinidad en que militábamos. Pero jamás fuimos aceptados. Por ello, no hubo nombres, ni fotos, ni nada. Pero decidimos hacer una revista que nos dio una existencia: la revista Somos. Mientras aumentaba la represión, esto nos tuvo ocupados mental y físicamente en un proceso creativo, que trataba de llegar a la comunidad gay. A ello se agregó un documento dirigido a la izquierda que se llamó “Sexo y Revolución”.
Cuando llega Perón, las cosas se precipitan y empieza el quilombo. Debatimos mucho si teníamos que ir a recibirlo o no. Ninguno de nosotros se consideraba peronista. Al fin, decidimos que no podíamos faltar a ese hecho histórico. Logramos que la JP nos aceptara en la cola de la marcha, única manera de marchar sin que nos echaran. Yo conté a todos los que fuimos, y éramos doce, con el cartel con que el Frente se presentó en Plaza de Mayo, que decía “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”. Cuando termina de pasar la JP (y era espectacular, me imaginaba al ejército de los Andes, eran columnas y más columnas descendiendo hacia la autopista) entramos nosotros. Era un espectáculo tremendo que nunca había visto. Había humo, se hacían fogatas, se cantaban consignas. Así seguimos esa columna y llegamos hasta una especie de tinglado, ahí estaba Leonardo Favio, gritando por el micrófono, y estaban a los balazos. Nos tiramos al piso. Eso no daba para más. ¿Adónde ibas a ir? Después, cuando se calmó todo, nos fuimos volviendo solos, cada uno por su lado, profundamente desconcertados y tristes.
La vuelta a nuestro país y Poesía Gay de Buenos Aires
Empecé a concurrir a un grupo en el que también estaba Miguel Ángel Lens, y un día me visitó, leí sus poemas y me pareció fantástico lo que escribía. Así, él decidió ofrecer un taller de poesía, y yo ofrecí mi casa para hacerlo. Entonces comenzamos ese taller, y empezó a venir gente. El taller consistía en traer un poema que vos habías escrito, y ahí se leía y cada uno opinaba algo con fundamento. No se aceptaba un “me gusta “ o un “no me gusta”. Había que fundamentar esa opinión. Al taller podía venir cualquiera interesado en la poesía, por curiosidad o por pasión. Eran asistentes silenciosos, aunque a veces también opinaban. Y yo aprendí muchísimo de esa manera de abordar un poema. Durante el taller también hablábamos de literatura, de política, y hasta de cosas personales. Miguel en esa época no cobraba por el taller, era gratuito. Y era una fiesta. Primero empezábamos con café, y después del trabajo, aparecía el vino, algo muy propio de poetas.
Y en ese contexto surge un proyecto de Miguel y Wenceslao Maldonado, y se publican primero unas hojas tipo diario, eran dos hojas, que se llamaba “Poesía Gay de Buenos Aires”, y llevaba poemas gay nuestros y de otros autores. El nombre lo creó Miguel y era genial, porque sonaba muy bien, porque “Buenos Aires” tiene música. Respecto de la antología gay que proyectamos más tarde, al principio éramos tres que aparecíamos con nuestros propios nombres. Miguel decía que sólo con tres poetas no podíamos hacer una antología. Y aparte, con todos los contactos que hacíamos con escritores que eran gay y poetas, resultaron todos negativos, ninguno quería participar. Incluso oí de uno que mandó una carta documento, supongo que aterrado. Y eran los noventa, después de todo. Pasó el tiempo y apareció otro chico que empezó a venir, empezó a escribir poesía por el taller, y con él pudimos hacer el libro. Esto también coincidió con la presidencia de Néstor Kirchner, y por ello empezó una época en la que había más plata, y al final pudimos pagar una edición de “Poesía Gay de Buenos Aires”. Muchos criticaron el nombre: ¿Qué es eso de poesía gay? ¡La poesía es poesía!, decían. Yo entonces escribí un prólogo para responder a esto, básicamente diciendo que decir “Poesía Gay” es un acto político. Es salir del closet con el propio nombre. Para mí poesía gay es poesía de temática gay (para Miguel Ángel había elementos más sutiles que la identificaban). Y era (y sigue siendo) una poesía que nadie, absolutamente nadie, publicaba. Entonces, mientras existan la opresión y el prejuicio, el nombre “gay” va a existir. Es una identidad. No habrá más “poesía gay” cuando nadie más nos identifique como distintos. Entonces las palabras “straight” (hétero) y “gay”, desaparecerán.
Después de la muerte de Miguel, en 2011, y de la aprobación del matrimonio igualitario, volvimos a editar “Poesía Gay de Buenos Aires”, con el subtítulo “Homenaje a Miguel Ángel Lens”. Todos los poemas eran nuevos. En esta edición muchas personas gay sintieron que la sociedad las aceptaba, (la atmósfera social había cambiado, ahora éramos aceptados), de modo que en vez de cuatro poetas, esta vez fuimos siete.
Acerca del autor/a / Martin A. Biaggini
Martín A. Biaggini es profesor en Historia (ISSJ), Licenciado en Artes (UNLa), Especialista en Educación (UNSaM) y Maestrando en Educación Lenguajes y Medios. Se desempeña como docente investigador en la UB, UNLa, UNLaM y UNAJ.