Por una necesaria revisión crítica de algunos preconceptos que animan la movilización popular
Pretextos: ¿Qué potencia un ciclo de protestas?
Para luchar contra el tiempo es necesaria la revisión de algunos elementos que hacen a “la película” de la movilización popular. Para evitar subsumirnos en la sensación de asfixia de un presente que obliga a inventarlo todo de nuevo o evitar caer en el pozo de la desesperanza de las inalcanzables nuevas tecnologías. Dice la experiencia que un proceso de renovación de consignas y liderazgos capaz de remontar una derrota política-social como la que vivimos requiere de una larga acumulación política, una década. Eso mismo es lo que sucedió cuando, caído el muro de Berlín el mundo se vio arrastrado al nuevo orden neoliberal; que no pudo ser resistido por las organizaciones sindicales y políticas en plena reconstrucción post dictadura militar. Un extenso movimiento de renovación de ideas y procesos organizacionales se fue desplegando en las décadas de 1980/1990, condición de posibilidad para que emergiera un ciclo de gobiernos progresistas en Latinoamérica como no se veía desde principios del siglo XX. Analicemos algunos de los ejes disparadores de ese movimiento de reconfiguración de las estrategias de acumulación política del movimiento popular para ver qué podemos recuperar y qué necesitamos repensar hoy.
Debemos tener en cuenta que la “batalla cultural” que hoy forma parte del cancionero de la ultraderecha ya tiene veinte años de éxito. Han logrado instalar que un fiscal fue asesinado, que los contratos de obra pública eran prueba de la corrupción K, que el mausoleo de Néstor Kirchner tiene una bóveda y otros etcéteras. Éxitos de Lanata y el “nado sincronizado” de los medios; que de tanto machacar con la cantinela de la grieta ha legitimado el odio como principio político. La “batalla cultural”, entendida como enchastre via fake news y apoyada en la corrupción judicial (lawfare) opera a nivel micro como forma de “gestionar” (negativamente) los vínculos institucionales (siempre bajo sospecha). Construye asimetrías abismales entre el funcionamiento institucional real y el origen “contractual” de las instituciones, por donde derrapa la vida cotidiana de la población y con ella la propia legitimidad democrática. Y también percute sobre los vínculos interpersonales; ya que opera como constructor de otredades irreconciliables: la “grieta” es una forma negativa de relacionarnos con otres. Esto no parece tener una tendencia a la reversión sino a acrecentarse. Las “antropologías” filosóficas contemporáneas intentan advertir de lo peligroso de los, llamémosle, “micromundos autorreferenciales tecnologizados”, que ordenan las expectativas sociales dentro de un contexto en donde las subjetividades son una mercancía. Las actuales generaciones educadas a golpe de tik tok y horas de fortnite, con valores globalizados y estereotipos de “éxito” inalcanzables no serán el maná de la renovación de la política precisamente; sino la expulsión de lo colectivo en el común de la experiencia. Un pronostico negativo por ese lado. Sin embargo, inmediatamente asumido el nuevo gobierno, su tenor inauguró una respuesta social combativa (un ciclo de protestas) que para prosperar en términos de acumulación política requiere sin lugar a dudas una relación con los conceptos que fundamentaron el período político anterior.
Las formas históricas de las representaciones políticas y los sistemas de liderazgo se hallan trastocadas en el pantano de la crisis de legitimidad institucional, que ha producido la incapacidad de darle cauce a demandas históricas y crecientes; es decir, de ponerle un freno a la ambición corporativa y sumar en tal caso a grandes empresarios para causas nacionales (causas, no negociados) y a acuerdos de desarrollo social sustentables. Un camino es quejarse de los estilos de liderazgo y los modelos de organización. Otro, el que propongo, constatar una crisis de conceptos que posibiliten un nuevo “centro de gravedad” para la acción política transformadora.
Los ciclos de protesta cobran forma y se hacen efectivos a partir de la capacidad de formular un sentido estratégico que ordene las dinámicas de confrontación / colaboración con el Estado hacia un objetivo. O sea, enmarcando la “coyuntura” en una perspectiva superadora. El concepto de “marco” propuesto por Erving Goffman introduce la interpretación como práctica política: acciones con sentido, encarnadas. Si miramos en retrospectiva el ciclo de fines de 1990 y principios del 2000, este tuvo varias carnaduras que, desde fuentes diferentes, fueron contribuyendo a un “paradigma” de resistencia. Que convergió en una estrategia de acumulación de fuerzas capaz de asumir la disputa por el control del Estado. Estas ideas fuerza se combinaron de distinta manera y grado según las y los actores políticos y con su propia historicidad.
Ideas fuerza dentro de un ciclo de protestas
Mencionemos las principales ideas que configuraron el ciclo de protestas durante el ascenso del progresismo latinoamericano de finales de milenio:
- En primer plano poner la lucha contra el neoliberalismo: Objetivo propuesto por Fidel Castro en 1993 en pleno “proceso de revisión de errores cubano”. Como forma de sortear las limitaciones que presentaba el mantener la bandera por el “socialismo” en un mundo posguerra fría. Nada indica que haya perdido vigencia. Pero definitivamente éste no es un “neoliberalismo” programático (el de los 12 puntos del “consenso de Washignton”), sino que presenta características diferenciales que deben ser identificadas.
- Abandonar el vanguardismo: idea propuesta por las experiencias de “caracolización” y sistematización expresada en la “Declaración de la selva de Lacondona” (1994-1995) del zapatismo. Esta consigna implicó una revisión de prácticas políticas y formas organizativas asociadas a la idea leninista de “vanguardia”. Su consecuencia fue la revalorización de los procesos asamblearios y comunitarios; de fuerte impacto en las organizaciones sociales de base en los 90’s. La cristalización de determinadas estructuras políticas congeló el desarrollo de estas formas organizativas y nuevos “verticalismos” coparon la escena.
- El barrio es la nueva fábrica: Frase atribuida a Germán Abdala en 1993 y que sintetiza tanto la pérdida de hegemonía de la sociedad salarial como la centralidad de la organización popular territorial. Y, en la práctica, el predominio de la lucha (pre-política) por los recursos de subsistencia y la resolución colectiva de las problemáticas de reproducción cotidianas. Hoy, centro del ataque de la derecha odiadora que equipara la organización territorial con organización delictiva.
- De lo local a lo nacional, de abajo hacia arriba: Consigna que proviene de la experiencia del Partido dos Trabalhadores (PT) en su camino de treinta años hacia la presidencia del Brasil. Dar disputa desde los niveles locales de gobierno, y lograr desde allí creciente representatividad. Salvando los abismos, de alguna manera es el camino que hizo Mauricio Macri y algunos sectores de la ultraderecha. Si la renovación organizacional es profunda quizás tenga nueva vigencia.
- Intersección “Glocal” de las luchas: concepto de Michael Hardt y Antonio Negri en Imperio (1999) que pone en tensión el impacto de la desigualdad en el mundo; proponiendo el anclaje en lo local (de lo micro a lo macro) de la resistencia para dar pie luego a la recuperación de “lo nacional” como significante. Y también pone en relieve el potencial de “lo particular” (lo “situado” diríamos ahora) como locomotora del proceso de movilización. ¿Estamos en los albores de una nueva “guerra fría” (China-EEUU) dentro de la confrontación multipolar? ¿Definen estas tensiones otras formas de pensar la relación entre lo global y lo local? ¿Qué ha muerto la “globalización” o que quiere decir lo global? ¿Y lo local, como se construye identitaria y políticamente en contexto de segmentación y fragmentación? ¿Qué tono adquiere hoy la causa nacional?
- El repertorio de lucha conocido como “piquete”: que presupone la transferencia del centro de gravedad de la lucha capitalista de la producción hacia la distribución: bloqueando la distribución de productos se logra condicionar la reproducción del capital (concepto muy trabajado por el “Colectivo Situaciones” temprano a fines del milenio). ¿La vigencia de esta táctica es evidente? Lo que sí es indudablemente objeto del “protocolo” de Bullrich; que se anticipa a tensiones ya conocidas (y generadas por ella).
- La noción de “contrahegemonía”: propuestas de resistencia surgidas al calor de la lucha europea contra la OMC en los noventa que postulaban la necesidad de una comunicación popular, basada en la versatilidad de las “nuevas tecnologías”. Permitió escalar hacia la idea de “batalla cultural” (que ahora ha sido cooptada por la ultraderecha, y sobre todo desde su giro gramsciano inspirado en la “Nouvelle Droite” de Alain Bennoit, ya en la década de 1960).
- La figura del trabajador desocupado. Un oxímoron que se prueba eficiente en el resguardo de la centralidad de la lucha capital/trabajo como dinámica central (contradicción principal) en la sociedad. En algún punto los feminismos, la idea de interseccionalidad, la “conciencia ambiental” y “régimen de desigualdades múltiples” tensionaron la necesidad de esa forma de centralidad.
Estos conceptos jugaron un papel importante en el ciclo de protestas antineoliberales y posibilitaron una salida progresista para nuestro subcontinente. Si se me deja intentar una simplificación: el pragmatismo cubano, el autonomismo italiano y los ADN de tradiciones políticas (y sindicales) de larga duración en Latinoamérica (MAS boliviano, PT brasileño, Peronismo argentino, chavismo venezolano, Frente Amplio uruguayo, etc.) son los tres componentes básicos que actuaron como vectores durante el ciclo de protestas de resistencia al neoliberalismo; configurando una “estrategia de acumulación política” que permitió el ascenso de los progresismos de inicios del 2000 en la región.
Preguntas para cerrar: ¿Qué repetir y que inventar?
Retomo una idea de María Pía López: es necesario “arrastrar” nuestra experiencia de lucha exitosa. La sensación de derrota o de transmutación de la realidad en algo inconcebible no deben ceder a la tentación ni de repetir incansablemente los mismos esquemas ni de abandonar las posiciones de fuerza obtenidas luego de un lento pero visible proceso de trasformación social (como por ejemplo las luchas de los feminismos y diversidades). El equilibrio entre el arrastre tozudo y la búsqueda de lo nuevo es el desafío de la época.
Dejo para cerrar algunas preguntas: ¿Siguen vigentes aún? ¿Qué nuevos conceptos son necesarios? Y sobre todo: ¿Es posible la reconstrucción de representaciones políticas capaces de liderar la movilización popular actual y futura sin conceptos gravitantes?
Estamos frente a un nuevo ciclo de protestas que nace como reacción popular frente al avance de concepciones sociales y políticas de descontrol de la ambición empresarial, la codicia y la violencia social (genérica, identitaria, de clase) naturalizada. Esta respuesta social carga con la problemática de la reorganización de las tradiciones organizativas, los sistemas de liderazgo y las ideas fuerzas que fueron condición de posibilidad para la resistencia al neoliberalismo y triunfo de una oleada de gobiernos populares en nuestro continente. Los procesos de revisión, reinvención, reorganización y recuperación de la iniciativa no son evidentes ni automáticos. Los puntos débiles son dos: los canales de comunicación (sistemas de liderazgo y representaciones) y la organización comunitaria (debilitada por el ataque político y desfinanciamiento estatal). Sin embargo, la alta movilización popular es hoy por hoy un insumo fundamental para que un nuevo caldo de cultivo dé lugar a un nuevo período de avance. Donde la solidaridad y la organización popular sigan siendo el punto de partida vigente para reafirmar un horizonte colectivo que abra la posibilidad a un nuevo período de avance.
Acerca del autor / Astor Massetti
Docente. Lic. en Sociología. Doctor en Ciencias Sociales. Investigador IIGG/CONICET. Director del Doctorado en Estudios del Conurbano (UNDAV-UNQUI-UNAJ-UNO-UNM-UNPAZ y UNaHUR). Sub Director del Observatorio de Educación Superior. Director de Coordinación, Gestión y Curricularización de Procesos de Enseñanza Territoriales y Educación Popular (SPyT/UNAJ). Coordinador de la carrera de Trabajo Social (ICySA/UNAJ) y cofundador de las revistas Lavboratorio (FSOC/IIGG/UBA), Sudamérica (Huma/UNdMP), Pueblo (ICySA/UNAJ) y Territorio (SPyT/UNAJ).