¿Habrá paro general y plan de lucha? La anunciada unidad del movimiento, que no está siendo tal, pone a prueba a la dirección de la CGT ante las consecuencias de un duro plan de ajuste.
El gobierno que asumió en diciembre de 2015 encontró un movimiento obrero dividido en cinco centrales gremiales. Concientes de la necesidad de unificar esfuerzos para poner un límite a la ola de despidos y al deterioro del poder adquisitivo de los salarios, las cinco centrales realizaron un multitudinario acto el 29 de abril frente al Monumento al Trabajo. Poco después, mientras las CTA limaban asperezas mutuas, empezó el proceso de unificación de las tres CGT, que hasta ahora ha dado un magro resultado: un triunvirato que expresa a tres centrales preexistentes no es una conducción, especialmente si se autoexcluyó el Movimiento de Acción Sindical Argentino (que nuclea a gremios como Luz y Fuerza, Smata, Unión Ferroviaria, Foetra, etc., sin cuya participación ninguna central obrera puede ser seriamente considerada) y se retiró del congreso (aunque no de la central) la Corriente Federal de los Trabajadores (el MTA, la Corriente Federal Político Sindical, la Asociación Bancaria, regionales del interior de la CGT y seccionales de varios gremios), que exigió la adopción de un programa para salir de la crítica situación en que el actual gobierno sumergió al país y la elaboración de un plan de lucha para sostenerlo.
Los primeros pasos, más que prudentes, vacilantes y dubitativos del triunvirato Daer-Schmid-Acuña revelan hasta qué punto se encuentran caminando en un tembladeral.
La unidad
Si bien se suele insistir en la necesidad de la unidad gremial, fueron contados los momentos en que el movimiento obrero se vio expresado en una sola central. No obstante, a diferencia de lo que ocurre en otros países, más que en la unidad de la CGT la fortaleza del movimiento obrero argentino radica en su modelo de sindicato único por rama de actividad.
Con excepción de los períodos en que el país fue gobernado por Juan Perón, el movimiento obrero se ha dividido y unido en base al tipo de relación a establecer con el gobierno de turno, y a sus vínculos con las fuerzas políticas del movimiento nacional.
Modelados en función de las negociaciones colectivas y los laudos arbitrales, es lógico que el tipo de relación a establecer con cada gobierno sea un factor significativo para los sindicatos argentinos. De ahí que la confrontación, la colaboración y hasta la “participación” hayan sido las tres tácticas elegidas –a veces en forma sucesiva y otras simultáneamente– para negociar con las autoridades políticas y los poderes económicos.
Negociación es aquí el concepto clave, ya que es necesario recordar que los sindicatos son organizaciones defensivas de la clase trabajadora, no instrumentos para la toma del poder.
Los sindicatos defienden básicamente salarios y condiciones de trabajo, aunque tradicionalmente han debido suplir mediante la ayuda mutua las deficiencias estatales en materia de salud, educación, turismo y hasta vivienda y jubilación, lo que dio lugar a la formación de organizaciones complejas, económicamente poderosas, política y sectorialmente influyentes y, a la vez, sumamente frágiles.
¿De dónde surge la fragilidad? Por un lado, del propio poder, en tanto para su preservación dependen del reconocimiento jurídico y estatal, pero sustancialmente de las propias contradicciones internas no sólo de cada gremio sino las de la propia clase trabajadora.
La peligrosa desigualdad
Es tradicional la existencia de “aristocracias” obreras conformadas por trabajadores de sectores beneficiados por ciclos y políticas económicas (los gremios ferroviarios y del transporte en los modelos neocoloniales, los metalmecánicos en los periodos de desarrollo industrial, los de servicios más tarde y los ligados a la reprimarización de la economía y al auge del sector financiero en los tiempos actuales y venideros), pero en los últimos años, al calor de un nuevo modelo productivo las diferencias al interior de la clase trabajadora se agudizaron a niveles alarmantes.
Al incremento de la cantidad de trabajadores precarizados se suma la disparidad de ingresos entre los propios trabajadores formales, hasta tal punto que en una sociedad crecientemente desigual, la mayor desigualdad puede observarse dentro de la propia clase trabajadora. Esto ha destruido no sólo la noción de clase sino, mucho más seriamente, el concepto de solidaridad, base y fundamento de la organización y unidad de los trabajadores. Basta con advertir que con un 40% de trabajadores precarizados, un 20 % de asalariados formales en situación de pobreza y cerca de un 10 % de indigentes, en los últimos años la mayor cantidad de reclamos gremiales fueron por la eliminación de un impuesto que no llega a pagar el 20% de los trabajadores.
Una clase trabajadora consciente de la importancia que la solidaridad tiene para la propia supervivencia, y una dirigencia obrera atenta a las necesidades del conjunto de la clase difícilmente iría al conflicto en defensa de los trabajadores de mayores ingresos a expensas de los precarizados y desempleados. En todo caso, exigiría tener control, participación y mayores garantías de que ese impuesto extraordinario que pagan los asalariados de mayores ingresos sea efectivamente distribuido entre los trabajadores desempleados y precarizados.
Los programas históricos
Pero por las características de su modelo institucional, por su historia y la calidad y capacidad de sus dirigentes, así como por su estrecha vinculación con los movimientos nacionales, el movimiento obrero argentino no sólo se une y se divide por los vínculos con el Estado sino también por el grado de involucramiento con un proyecto nacional, un programa económico y un modelo social.
A los tiempos en que la CGT Auténtica de Framini y Natalini comienza a confrontar con la Revolución Libertadora se remonta la tradición de un sindicalismo combativo en permanente retroalimentación con un peronismo de similares características. Esa “nueva” CGT de 1955 confrontó con aquella dictadura en defensa de las conquistas sociales pero también en oposición a un proyecto económico antinacional que liberó el comercio exterior, desprotegió la industria, aumentó la inflación, endeudó el país, provocó miles de despidos y aumentó la pobreza y el desempleo.
La historia del movimiento obrero está jalonada de encrucijadas similares a la que tuvo que enfrentar Framini: la ruptura del congreso normalizador de la CGT de 1957 y el nacimiento de las 62 organizaciones, el plenario nacional que ese mismo año elaboró en La Falda un programa antioligárquico y antiimperialista, el plenario de las 62 Organizaciones de 1962 que dio forma al programa de Huerta Grande (nacionalización de la banca, la siderurgia, el petróleo y la energía eléctrica, estatización del comercio exterior, protección de la industria nacional y control obrero de la producción); el programa del 1º de mayo de 1968 de la CGT de los Argentinos, la Comisión de los 25 que en abril de 1979 convocó a la primera huelga general contra la dictadura, la creación en 1980 de la CGT Brasil que, encabezada por Saúl Ubaldini, impulsó una nueva huelga general en julio de 1981 y la movilización del 30 de marzo de 1982, el nacimiento de la CTA en 1992, la huelga general del 2 de agosto de 1994 realizada en conjunto por el MTA y la CTA, etc.
En todos los casos, la defensa de los derechos sociales se inscribió en un programa que un sector del movimiento obrero presentaba a los trabajadores y al país en general, pues no es suficiente con el reclamo y la negociación puntual, que a veces hasta se torna inviable.
Más allá de la opinión y voluntad de los dirigentes, la confrontación se vuelve inevitable con un régimen con el que resulta imposible negociar, toda vez que el fundamento de su proyecto es, justamente, la desarticulación nacional, la anulación de los derechos sociales y la concentración de la riqueza.
Convencidos de que no hay margen para un diálogo fructífero, los integrantes de la corriente Federal de los Trabajadores están muy decididos a llevar adelante una política de confrontación y a impulsar el programa que presentaron al Comité Central Confederal, que fue ovacionado:
“Si la CGT confronta, la Corriente no tiene nada qué hacer”, dijo uno de sus dirigentes. “Si no confronta, ahí entramos a tallar nosotros. Lo que más nos preocupa, -agregó con ironía-, será intentar frenar a Pablo Moyano”.
Con delegados de base pugnando por medidas de fuerza, seccionales en pie de guerra, con regionales movilizadas ya desde principios de año y un grupo cada vez más significativo de gremios exigiendo la adopción de un plan de lucha, le será muy difícil al actual triunvirato avanzar hacia la unidad y a la vez seguir apostando al diálogo con un gobierno que no se muestra dispuesto a conceder nada.
Acerca del autor/a / Teodoro Boot
Periodista y escritor, autor de Espérenme que ya vuelvo, No me digas que no, Sin árbol, sombra ni abrigo, La termocópula del doctor Félix, Ahora puede contarse, Pido a los santos del cielo, etc.