En Claypole, un proyecto autogestionado por vecinos se consolida como un modelo de gestión cultural equidistante tanto del ánimo de lucro como del paternalismo que caracterizó históricamente a las políticas culturales en esa región. Una de sus características diferenciales es su capacidad para poner en tela de juicio estereotipos de gusto y consumo cultural en relación a clivajes de clase y territorio, como por ejemplo a través de su Festival de Jazz y su premiado documental “Jazz en Claypole”.
“¿Jazz en Claypole? ¿Y por qué no?”, dice Marcelo Montero, uno de los vecinos del grupo fundador de La Casa de Cultura & Debate de Claypole, fundada en 2011 luego de que un grupo de vecinos adquiriera dos años antes una pequeña casa semiderruida con el objetivo de establecer allí un centro cultural. Hoy el espacio ofrece un pequeño salón de exposiciones, un estudio de radio y una sala de teatro con capacidad para 120 personas, equipada con sonido, iluminación y sistema de proyección. La localidad de Claypole, una “ciudad-dormitorio”, está situada en el segundo cordón del conurbano bonaerense sur, en el límite del partido de Almirante Brown. Según datos correspondientes al censo 2001, casi el 20% de la población tiene sus necesidades básicas insatisfechas, entre ellas las culturales; y el 58% de los hogares poseen alguna privación en recursos corrientes o de patrimonio.
“Teníamos la necesidad bien simple de que nuestro lugar tuviera alguna opción cultural”, explica Montero. El último espacio de esa índole allí había sido el cine parroquial fundado en 1957 por la Obra Don Orione, que dejó de funcionar a mediados de los años setenta. Montero relaciona el recuerdo de esa experiencia con la necesidad concreta del barrio: “pasamos toda la infancia ahí, en ese cine de trescientas butacas. Como en Cinema Paradiso: el cine del cura en la plaza redonda del pueblo”. El nuevo proyecto buscó desde sus inicios que la actividad cultural sirviera como disparador para el debate colectivo, ejercicio que se realiza al finalizar cada función de teatro o cine.
La primera característica diferencial del proyecto surgió entonces de esa necesidad comunitaria. Sobre esta base se construyó un modelo de gestión cultural equidistante tanto del ánimo de lucro como de otro tipo de iniciativas más ligadas a proyectos artísticos puntuales o al paternalismo que caracterizó históricamente a las políticas culturales en esa región: “Tengamos claro que nadie viene a llevar cultura, la cultura es la expresión de la gente”, enfatiza Montero.
El programa de actividades busca satisfacer distintos requerimientos con un conjunto de disciplinas y actividades diversas, tanto por el tipo de acción y de participación como por la necesidad comunitaria que atiende. Ciclos de música, teatro y cine como el “Primera Función” (de formación de espectadores para alumnos de las escuelas públicas del barrio); elencos y grupos de teatro y cine; talleres de formación; el Proyecto de Museo a Cielo Abierto (murales que reproducen la obra de artistas plásticos realizados por los vecinos en paredes del barrio); una emisora de radio on line; una productora discográfica y cinematográfica; y el Festival de Cine Independiente.
La experiencia colectiva también marcó los límites de qué se podía hacer y qué no en el marco de las condiciones de producción existentes. En el año 2016 se conformó una red con otros tres espacios culturales de la zona –Deshoras y El Refugio de Burzaco y el Teatro Superá de Longchamps-, autoorganizada como “Encuentro de Espacio Culturales Independientes Segundo Cordón”. Uno de los objetivos fue la presentación en el Concejo Deliberante del Partido de Almirante Brown de un Proyecto de Ordenanza de Fomento y Protección de los Espacios Culturales Independientes, el cual contempla la conformación de un Consejo Municipal de Políticas Culturales participativo y democrático, así como un fondo de financiamiento para los espacios culturales.
Jazz en Claypole
La segunda característica diferencial de este proyecto cultural independiente es su capacidad para producir acciones culturales cuyos sentidos ponen en tela de juicio estereotipos de gusto y consumo cultural. Un ejemplo de ello ha sido su Festival de Jazz y el premiado documental “Jazz en Claypole”.
A partir de los años noventa y durante la primera década de los años dos mil el campo artístico del jazz sufrió un proceso de construcción simbólica que lo ubicó progresivamente como un consumo de elites económicas no necesariamente intelectuales, características entre los años sesenta y ochenta.
Según datos disponibles de 2013 del Sistema Nacional de Información Cultural de la Argentina (SiNCA), “sólo” el 9 por ciento de la población total de país escucha jazz “frecuentemente”, lo cual sumado a la periodicidad “algunas veces” y “casi nunca” no alcanza al cincuenta por ciento de los entrevistados. También son clave los datos de consumo del jazz según posición de clase y territorio: “Es muy clara la asociación con el nivel socioeconómico” dice el informe, “ya que a mayor poder adquisitivo, más propensión a escuchar jazz”, lo que se verificaría en que el área metropolitana de Buenos Aires supera la escucha promedio nacional en 7 puntos.
Otras razones han facilitado la construcción del jazz como objeto de consumo de elites, en virtud del espacio simbólico que ha ocupado progresivamente en el contexto de la industria cultural global. Por un lado, la alta competencia técnica para su ejecución supondría una equivalente en el consumo,como necesidad de “conocimiento” o melomanía para su apreciación. Por el otro, las políticas culturales de los Estados Unidos buscan, desde los años ochenta, posicionar al jazz como la mayor contribución artística nacional de ese país o “american art music”.
Sin embargo, mientras tanto en la Argentina se ha estado expandiendo de manera progresiva la enseñanza formal de la música de jazz en el contexto de escuelas de música popular, públicas y privadas, en la ciudad de Buenos Aires y sobre todo en el conurbano bonaerense, ampliando el universo sociocultural de sus músicos hacia sectores urbanos populares y recuperando quizás parte de la memoria de su práctica como música popular durante la década peronista (1945-1955). En los últimos años, mientras el ciclo político macrista convertía al jazz en uno de los puntales de su política de festivales en la ciudad de Buenos Aires, en el quinquenio final del kirchnerismo el jazz consiguió insertarse en los circuitos públicos de conciertos como festivales gratuitos y centros culturales gubernamentales.
En el conurbano sur también se consolidaron espacios de difusión del jazz como el ciclo “Banfield Teatro Ensamble” con su décimo cuarta temporada y su Festival gratuito anual que va por su séptima edición. El movimiento jazzístico ha sido una constante en la zona en los últimos treinta años, repartido entre ciclos más estables y otros más esporádicos. Es en este contexto que una de las primeras actividades de La Casa de Cultura & Debate de Claypole fue la organización de su “Festival Internacional de Jazz”.
Enla inauguración del espacio el show estuvo a cargo de LittoNebbia en calidad de “artista popular”. Cuenta Montero que “quisimos entregar algo más alternativo a lo que escuchamos (y) con lo que nos taladran la cabeza”. “Estamos en Claypole, en el límite de un partido de suburbio, así que obviamente lo que tenemos a mano son otro tipo de expresiones. Desde las películas, la música, hasta el teatro. Entonces la idea era balancear un poco lo que teníamos en el barrio con un granito de arena. En la inauguración vino Escalandrum, se llenó el teatro y no lo podíamos creer. Y vos veías que las vecinas de toda la vida, el almacenero, aplaudían de pie los solos. Viste ese lenguaje del jazz que la gente no sabía muy bien donde aplaudir, pero se paraban a aplaudir igual y estaba genial”.
El ciclo se extendió durante los años 2012 y 2013. De su éxito surgió la realización de un documental con el material fílmico grabado durante los conciertos con el objetivo de “difundir lo que hacemos, siempre (con) estas preguntas, por qué jazz, de dónde viene el jazz”, dice Montero. El proceso demandó casi tres años de trabajo, con las dificultades que implica la realización colectiva de un proyecto de esta envergadura. El resultado fue una pieza cinematográfica singular, no sólo por la belleza de las imágenes y de su banda sonora sino porque éstas se encuentran además articuladas en un contrapunto de mundos aparentemente antitéticos: el barrio, el ferrocarril, los vecinos, los perros de la calle; los músicos de jazz, argentinos y extranjeros, del Conurbano sur y del “centro”; los relatos de los vecinos que se enhebran con los de los músicos y especialistas; la música sofisticada y bella, el escenario y las luces, los charcos de los pavimentos baratos, las casas pobres. Hasta el momento el documental integró la selección oficial de dos festivales en Italia, y el “Primer Premio al Mejor Documental” del Festival de Cine Inusual de Buenos Aires.
El modelo de gestión cultural independiente, autogestivo, y de construcción colectiva de La Casa de Cultura & Debate de Claypole posibilitó el surgimiento de una experiencia que cuestiona la mayoría de los supuestos en materia de consumo cultural asociado a clivajes de clase y territorio. En términos de Stuart Hall, se trataría de la articulación de “una no necesaria correspondencia”, o de la existencia de un vínculo no necesario entre dos elementos de una formación social determinada. Desde esta posición teórica podemos constatar la naturaleza abierta de la práctica y el conflicto, por cuanto sólo de esta forma adquiere sentido la práctica político-cultural, en tanto articulación que “debe ser construida por medio de la práctica precisamente porque no está garantizada por la manera en que esas fuerzas están constituidas en primer lugar”. Una política cultural gubernamental que respete la diversidad y fomente la participación democrática, debería contemplar entre sus acciones más relevantes el apoyo a iniciativas como las de La Casa de Cultura & Debate de Claypole, a través de la cual, en un nivel micro, puede percibirse cómo el cambio cultural no sólo es deseable sino también, posible.
Acerca de la autora /Berenice Corti
Investigadora en el Instituto de Investigación en Etnomusicología de Buenos Aires. Docente en la Facultad de Ciencias Sociales UBA y en el Conservatorio Manuel de Falla (CABA). Autora de “Jazz Argentino. La música ‘negra’ del país ‘blanco’” (Gourmet Musical 2015). Coordina el Grupo de Trabajo Jazz en América Latina de la Asociación Internacional de Estudios en Música Popular, Rama Latinoamericana.