Notas

NOTAS SOBRE EL POLICIAL ARGENTINO

Entre la sangre y la letra

Por Gabriel Wainstein

Algunas escenas de la historia de la literatura policial argentina y su relación con el periodismo

I

En marzo de 1848, cuando los diarios de Montevideo y Buenos Aires informaron que el político unitario Florencio Varela había sido asesinado de una puñalada, nadie podía imaginar que esa noticia sería determinante para la vocación del primer autor de novelas policiales en castellano. Casi treinta años más tarde, en 1877, el diario La Tribuna comenzó a publicar por entregas, a la manera de un folletín, la primera novela policial argentina, “La huella del crimen”. El autor, que usaba el seudónimo Raúl Walleis, era en realidad Luis Vicente Varela, un jurista que llegó a integrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación, uno de los trece hijos del unitario apuñalado. Entonces, es posible trazar una trayectoria entre esa muerte violenta y la vocación jurídica y novelística del hijo del occiso.

II

Esclarecer crímenes suele ser una labor de la policía, no del periodismo, pero entre 1911 y 1913 los redactores del semanario Sherlock Holmes, asumieron el rol detectivesco y encontraron a los culpables de varios delitos que la policía no había podido resolver.

La revista estaba dedicada al periodismo policial y tomó el nombre del personaje de Conan Doyle por dos razones, una era la inmensa popularidad del detective de Baker Street, la otra, que las noticias eran contadas con recursos propios de la literatura policial: se centraban en la intriga, explicitaban la subjetividad del narrador y describían en detalle a los personajes involucrados y los escenarios de los sucesos. Con espíritu lúdico proponían a los lectores y a los propios periodistas que descubrieran a los culpables.

La investigadora Andrea Vilarino, explica que la publicación proponía un nuevo pacto de lectura: “un lector conocedor del género al que convoca a participar de una compleja red de relaciones intertextuales que remiten al policial.” 

Vilarino encuentra coincidencias entre esa caracterización y la que hizo Borges del lector de literatura policial: “…un lector que lee con incredulidad, con suspicacias, una suspicacia especial.”

Borges imaginaba cómo leería ese hipotético personaje al Quijote: “Por ejemplo, si lee: En un lugar de la Mancha…, desde luego supone que aquello no sucedió en la Mancha. Luego: …de cuyo nombre no quiero acordarme…, ¿por qué no quiso acordarse Cervantes? Porque sin duda Cervantes era el asesino, el culpable. Luego… no hace mucho tiempo… posiblemente lo que suceda no será tan aterrador como el futuro.”

Por otra parte, además de las crónicas, la revista incluía algunas ficciones policiales, tanto de autores extranjeros como de argentinos. 

III

La intriga es  el elemento fundamental en la construcción de las tramas de la literatura policial clásica, pero en “El enigma de la calle Arcos”, de Sauli Lostal, una novela publicada por entregas en 1932 en el diario Crítica, el misterio más apasionante no es el que se plantea en el argumento sino el que se refiere a la identidad de su autor.

La novela está estructurada en base a un esquema clásico, el enigma de cuarto cerrado. Un dato interesante es que el protagonista, Horacio Suárez Lerma, no es ni policía ni detective, sino un joven periodista que tiene a su cargo la sección policiales del diario Ahora, el equivalente ficcional de Crítica. Parte de la historia está contada a través de supuestos artículos periodísticos. Por otro lado, la novela refleja la controversia entre Ahora y el diario de la competencia, El Orden, que sostiene una hipótesis totalmente diferente en lo que se refiere al crimen. La investigadora Sylvia Saítta señala que esa disputa ficticia funcionaba como espejo de la que se producía en la realidad entre Crítica y sus competidores, Última Hora, La Razón y Noticias Gráficas. Los diarios solían dedicar sus portadas a cruentos hechos de sangre y sostenían hipótesis contrapuestas sobre los crímenes no esclarecidos. Esta competencia está muy bien reflejada en una trilogía de novelas actuales, “Los indeseables” “Todos mienten” y “El novato” del rosarino Osvaldo Aguirre. 

 El enigma de la calle Arcos no es una gran novela, si bien tiene diálogos frescos y sostiene la intriga en el texto sobreabundan los adjetivos, los adverbios y las exclamaciones, como si su autor no confiara en la capacidad de lo narrado para conmover al lector. La resolución es muy forzada, inverosímil, pero hay un enigma que sigue vigente: la verdadera identidad de su autor ya que Sauli Lostal era un seudónimo. Hay quienes creen que tras este alias se escondía un o una periodista de Crítica. Otra hipótesis es que la novela fue una creación colectiva de varios escritores que colaboraban en el diario. En 1997, el escritor Juan Jacobo Bajarlía abrió una polémica al sostener que el autor de El enigma de la calle Arcos era Jorge Luis Borges, y que ese dato se lo había revelado Ulyses Petit de Murat. No fueron pocos los que salieron a refutarlo.

La idea de Borges como autor parece disparatada. En El enigma de la calle Arcos no se puede apreciar ningún vestigio del estilo borgiano. Bajarlía relataba que él mismo se lo había señalado a Petit de Murat pero que éste le había respondido que la novela fue escrita al correr de la máquina. Resulta inverosímil que en esa redacción espontánea no surgiera en ningún momento la voz del escritor. La sobrecarga de adjetivos, adverbios y signos de admiración sólo pueden ser atribuidos a Sauli Lostal, haya sido quién haya sido, y no al autor de “La biblioteca de Babel”.

IV

En 1957 se publicó un texto fundamental del periodismo argentino que tiene una relación directa con la literatura policial. Operación Masacre, de Rodolfo Walsh  es la investigación sobre una serie de fusilamientos de civiles cometidos por la dictadura que llegó al poder después de derrocar al gobierno de Juan Domingo Perón. Los hechos se produjeron durante un fallido levantamiento liderado por el General Juan José Valle, que intentaba restablecer el orden constitucional.

Operación Masacre está narrada con una gran variedad de recursos literarios, anticipándose a la corriente de lo que una década más tarde se llamaría no ficción o Nuevo Periodismo. Algunos de sus capítulos están contados con una estética cercana a la novela negra. Walsh escribía cuentos policiales de enigma, una especie de desafíos lúdicos construidos para que el lector adivine quién es el culpable de un asesinato, más cercanos a un crucigrama que a la crudeza de la novela negra. Para decirlo con otras palabras, Operación Masacre tiene que ver más con Dashiell Hammett que con Agatha Christie.

El inicio de la narración describe en primera persona y en tiempo presente:

“Una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:

—Hay un fusilado que vive.”

A partir de esa frase el periodista comienza a rastrear al sobreviviente, descubre que no es él único y reconstruye los hechos de esa trágica noche. 

“No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga.

Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte.”

Walsh supo que la Policía de la Provincia de Buenos Aires había hecho un operativo en una casa donde se habían juntado unos vecinos. Algunos eran peronistas, pero la mayoría no tenía militancia política. Estaban allí para escuchar juntos la transmisión radial de un encuentro de boxeo. Los uniformados allanaron la vivienda buscando al general Tanco, uno de los jefes de la sublevación, que nunca estuvo allí. Pese a eso, detuvieron a más de una docena de personas. Unas horas después fueron llevados a un basural y fusilados sin que mediara ningún juicio, supuestamente se les aplicó la Ley Marcial. Algunos consiguieron escapar, cinco fueron asesinados. Walsh descubrió que la detención fue anterior a que se decrete esa norma, de manera que los fusilamientos fueron ilegales.

Operación Masacre es un libro excepcional por la magnitud y la profundidad de la investigación, por la trascendencia política e histórica de los hechos revelados y también por el coraje de su autor, que la publicó cuando esa dictadura todavía estaba vigente.

Narración en primera persona, subjetividad explícita, una forma alejada del periodismo clásico. Hay pasajes donde los lectores del género pueden encontrar ecos de David Goodis:

“No así para Giunta, a quien le esperaba todavía una pesadilla inagotable. Apenas llegó a zona poblada, buscó refugio en el jardín de una casa. Adentro había luz encendida y movimiento. Casi todo el vecindario de José León Suárez estaba despierto con el tiroteo.

No hizo más que entrar el aterrado fugitivo en el jardín, cuando se abrió una ventana y apareció una mujer gritando:

—¡Ni se atreva, ni se atreva! —y agregó, dando media vuelta y dirigiéndose al parecer al dueño de casa—: ¡Dale vos, ya que se salvó!

Giunta no espera oír más. El mundo debe parecerle enloquecido esta noche. Todos quieren matarlo…”

 Un gran escritor del género, Raúl Argemí, recordó:

“Poco tiempo antes de irme a España di una charla sobre la novela negra de Walsh. En rigor, su novela negra fue su vida. Sus relatos policiales son de la escuela inglesa, relatos de enigma. En la novela negra, que no considero un género sino un modo, el protagonista es la muerte, no el enigma. En eso es hija de la novela gótica. Cuando escribió Operación Masacre hizo una investigación periodística -y política- usando todo lo que sabía de los recursos de la novela dura, al estilo americano.”

V

Juan Sasturain, uno de los escritores más destacados del género negro en Argentina, comenzó a escribir su primera novela Manual de Perdedores a principios de la década del 70 pero la publicó recién en 1982, por entregas, en el diario La Voz. Para hacerlo tuvo que reelaborarla como folletín, capítulos cortos, con mucha acción y que dejaran la intriga de cómo seguía la historia. El escritor contó en una entrevista: “Todos los días ponía el título, escribía 80 líneas y anticipaba el título del día siguiente”. Seguramente la misma forma de escribir con la que doscientos años antes se produjeron las primeras obras de la literatura policial.

Acerca del autor / Gabriel wainstein

Periodista y guionista de cine y televisión. Como guionista ha ganado premios en los Festivales Internacionales de Cine de Guayaquil y Gualeguaychú. En la actualidad trabaja en Mestiza Radio donde, desde hace nueve temporadas, produce y conduce el programa “El dulce veneno de la novela negra”, dedicado a la literatura policial. En el marco de ese programa está desarrollando una investigación sobre la historia de la literatura policial argentina.
Para más información:
https://www.facebook.com/Eldulcevenenodelanovelanegra
https://www.youtube.com/@eldulcevenenodelanovelaneg1886/videos

“El dulce veneno de la novela negra” se emite los martes las 21 en Mestiza Radio FM 88.5 Mhz. (Conurbano Sur) y http://radio.unaj.edu.ar

Compartir

Comments are closed.