Economía

DEBATIR A LOS LIBERTARIOS DESDE LA CIENCIA ECONÓMICA

El mito del superávit fiscal

Por Daniel Novak

Es falso afirmar que el superávit fiscal es el reflejo de una política económica saludable en cualquier contexto

Últimamente escuchamos reiteradamente que la única forma de resolver los problemas de la economía argentina es alcanzando el superávit fiscal y dejando de emitir moneda, sobre todo si es para financiar el déficit del presupuesto estatal. Y en nombre de ese axioma indiscutible se está llevando a cabo en los últimos meses el ajuste económico más fuerte y feroz del que se tenga memoria en nuestro país.

Según la Real Academia Española, axioma es una “proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración” y eso es lo que se ha querido instalar en la opinión pública en los últimos tiempos: que no hay solución para nuestros problemas económicos si no se logra un equilibrio fiscal rápido, rotundo e irreversible. A tal punto que en los principios que el Gobierno Nacional trata de acordar con los gobernadores provinciales se incluyó uno que pretende equiparar la aprobación de un presupuesto público con déficit a un delito de lesa humanidad (sic).

Veamos qué significa y qué implica el resultado fiscal desde el punto de vista de la economía como un todo, es decir desde el punto de vista macroeconómico. Cuando el Estado tiene superávit fiscal está tomando más recursos de la población a través de impuestos que los que devuelve bajo la forma de gastos, con lo cual está reduciendo la demanda final del sector privado. Análogamente, si tiene déficit fiscal está inyectando una demanda adicional en la economía al gastar más de lo que recauda. 

Obviamente, si tiene equilibrio fiscal no estaría afectando en principio la demanda global, aunque esto depende también de a quién le saca con los impuestos y a quién le devuelve con los gastos, porque si le saca a quienes menos consumen y más ahorran y le devuelve a los que menos ahorran y más consumen (a la Robin Hood) la demanda para consumo será mayor, y si hace al revés (a la Hood Robin) esa demanda será menor.

¿Hay algún motivo por el cual convenga que el Estado impulse una mayor demanda en algún momento mediante déficit fiscal? Si la demanda autónoma de la economía no fuese suficiente para absorber todo lo que se produce o si lo hiciera, pero para un nivel de producción por debajo del pleno empleo de los factores productivos, habría un motivo evidente y hasta sería criticable que desde la política económica no se hiciera algo para evitar el desempleo y/o la recesión.

Contrariamente, ¿hay algún motivo para que el Estado deba incurrir en superávit fiscal para neutralizar una demanda excedente? Si la economía está en una situación de pleno empleo de sus factores productivos, capital y trabajo, el exceso de demanda derivaría en una presión creciente sobre los precios porque la economía no podría incrementar su producción en el corto plazo y entonces sí se justificaría que el Estado reduzca esa presión para evitar lo que los libros tradicionales de economía denominan inflación de demanda. Quien recuerde que en el último medio siglo Argentina haya estado operando cerca del pleno empleo que levante la mano.

Entonces conviene indagar sobre los motivos por los cuales la demanda puede ser insuficiente como para que no se logre el pleno empleo. Todo lo que se produce en un período, llamado producto interno bruto (PIB), equivale a las remuneraciones de todos los factores productivos que intervinieron (salarios, ganancias, intereses, etc.); si los titulares de esos factores gastaran todas sus remuneraciones en consumir, la demanda total sería igual a la oferta, y por eso algunos economistas neoclásicos postulaban de que toda oferta genera su propia demanda.

Sin embargo, hay dos motivos para que la oferta y la demanda globales no coincidan: uno es que hay quienes no consumen todo lo que ganan porque ahorran una parte de sus ingresos, y el otro es que no todo lo que se produce es para consumo ya que una parte de la producción es para que las empresas se equipen (inviertan). Sólo si la suma de los ahorros de quienes pueden hacerlo equivale a las compras para inversión de las empresas la demanda total podrá ser igual a la oferta.

Pero como quienes ahorran (familias) no suelen ser los mismos que quienes invierten (empresas), la igualdad entre el ahorro y la inversión sólo puede darse por milagro o por acciones de política económica; esto es así a pesar de que existe la confusión, muchas veces inducida, de que el ahorro y la inversión son la misma cosa o que todo ahorro se transforma automáticamente en inversión a través del sistema financiero.

Para entender esto último hay que tener en cuenta la diferencia entre ahorro y atesoramiento, ya que si una parte del ahorro se atesora en dinero no va a parar a los bancos que así no lo pueden represtar para consumir o invertir. Alguien se preguntará quién en nuestro país va a atesorar sus ahorros en dinero con semejante inflación; lo hacemos en un dinero que no emitimos, fundamentalmente en dólares, que no van a los bancos sino al colchón, con lo cual se esteriliza su posible destino a la inversión productiva. En la actualidad el dinero atesorado en divisas en nuestro país representa alrededor del 40% del PIB anual, lo que inhibe la posibilidad de financiar la inversión total de dos años.

Si la situación económica es auspiciosa, puede ser que los planes de inversión de algunos sean mayores que los de ahorro de otros, con lo cual la demanda total superará a la oferta, y si hay factores productivos ociosos eso reactivará a la economía y reducirá el desempleo. Pero si hay pleno empleo, ya vimos que habría una tendencia inflacionaria y una de las formas de neutralizarla podría ser con superávit fiscal que reduzca la demanda, aunque también vimos que eso no aplica a un país que hace décadas que no llega al pleno empleo.

Inversamente, si los planes de inversión fueran menores que los de ahorro el déficit fiscal podría ser una de las formas de sostener la demanda para evitar la caída posterior de la actividad económica, sobre todo para una economía como la nuestra que esteriliza una parte importante de su ahorro mediante el atesoramiento en divisas.

Es por demás evidente que, si la capacidad ociosa industrial de nuestro país en los últimos años ronda el 35% y la tasa de desempleo y subempleo laboral supera el 10%, es consecuencia de que la demanda global es insuficiente para absorber toda la oferta o, lo que es lo mismo, que la inversión productiva no alcanza a compensar el ahorro (incluidos atesoramiento y fuga), aun a pesar del efecto expansivo del déficit fiscal de alrededor del 2,5 a 5% del PIB. Dicho de otra forma, si hubiera habido equilibrio fiscal en los últimos años la capacidad productiva ociosa y el desempleo habrían sido aún mayores.

Lo dicho hasta acá se enmarca en lo que podría denominarse análisis keynesiano tradicional, que fue formulado para economías cerradas o con poca incidencia del sector externo en la economía. Pero en la actualidad, la creciente globalización internacional ha llevado a una influencia mayor de las transacciones internacionales, sobre todo para los países periféricos (no centrales) del capitalismo moderno, en los cuales el sector externo no sólo es importante por su peso relativo sino porque es el que les permite, o no, abastecerse de las divisas necesarias para su funcionamiento.

En una economía abierta al resto del mundo la insuficiencia recesiva de inversión productiva con respecto al ahorro interno se puede compensar, para que no haya insuficiencia de demanda, exportando más de lo que se importa para venderle al resto del mundo lo que no absorbe la demanda interna. Análogamente, si hay más inversión que ahorro y estamos en pleno empleo, habrá que importar más de lo que se exporta para complementar la oferta local con producción externa. En ambos casos, suponiendo que el resultado fiscal es equilibrado.

Pero este enfoque “abierto” sigue atado a la realidad de los países centrales con disponibilidad de divisas propias. Para los periféricos el balance externo pasa a ser determinante por el resultado necesario de su comercio exterior para contar con las divisas que no emiten; en el mejor de los casos ese resultado tendrá que ser equilibrado pero en el peor, como es nuestro caso, tendrá que ser siempre superavitario para atender compromisos de la deuda externa contraída con anterioridad.

En este último caso, si hay que tener superávit de comercio exterior para pagar compromisos externos previos, el exceso de exportaciones sobre importaciones implica que ya no se podrá disponer internamente de todo lo que se produce, para lo cual la demanda interna tendrá que ser menor que la producción local para generar ese excedente. Para eso, o habrá que invertir menos de lo que se ahorra o habrá que tener un superávit fiscal equivalente al de comercio exterior, o alguna combinación de ambas cosas.

Por ese motivo, los países periféricos endeudados con el resto del mundo están limitados para poder utilizar herramientas de política económica que les permitan alcanzar el pleno empleo, incluyendo el resultado fiscal expansivo, porque están condenados a absorber en el mercado interno menos de lo que producen para cumplir con sus compromisos previos, reflejados en su deuda externa.

Por eso, es falso afirmar que el superávit fiscal es el reflejo de una política económica saludable en cualquier contexto, cuando en realidad no es más que el requisito para evitar que todo lo que se ahorra se pueda invertir cuando hay compromisos anteriores de deuda externa, llevando a dos consecuencias negativas: 1) limitar la capacidad de alcanzar el pleno empleo mediante la política fiscal, y 2) reducir el ritmo de crecimiento potencial que permitiría la capacidad de ahorro interno.

Finalmente, hay una restricción adicional y es que el superávit fiscal se logra en moneda doméstica (pesos) mientras los compromisos internacionales son en divisas, con lo cual por más que se consiga por esta vía que la demanda interna sea menor que la oferta, si no se obtiene paralelamente el superávit comercial externo equivalente, el sacrificio de no poder demandar todo lo que producimos ni alcanzar el pleno empleo será infructuoso.

Acerca del autor / Daniel Novak

Daniel Novak

Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía – @novak_daniel

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