El Bicentenario de 2016 se anunció como la contracara del de 2010. Iba a ser austero y restaurar las tradiciones que, como el desfile militar, habían estado ausentes en el de la Revolución de Mayo. Mirta Amati viajó a Tucumán para analizar los significados explícitos e implícitos de la celebración macrista.
Natalio Botana –en el diario La Nación- celebró unos días después del 9 de julio, “la recuperación de la sobriedad” y la diferencia con “la última década”, a la que caracteriza como la “espectacularización de la política” cuyo momento culminante fue el Bicentenario de 2010. En cambio en Página/12, otro historiador, Fabio Wasserman, sin entrar en comparaciones entre los dos Bicentenarios, critica la invitación al Rey emérito Juan Carlos I y, sobre todo, las ausencias de los Presidentes latinoamericanos y, en particular el de Bolivia que –por razones históricas- deberían haber estado. Esto no lo atribuye a la austeridad ni a las asépticas razones de protocolo, sino a rasgos profundos de la sociedad argentina entre los que encuentra una mirada “parcial, fragmentada y anacrónica” sobre el pasado. Se trata de versiones sobre el Bicentenario de dos historiadores reconocidos que, a pesar de la diferencia generacional y de trabajar sobre distintos períodos, asumen un posicionamiento sobre los modos en que los gobiernos de su época producen memoria.
Sin embargo estas interpretaciones no se dan por la simple comparación de dos fechas, son parte de una historia de tiempos más largos. Los aniversarios continúan o rompen modalidades de recordación que perduran o mueren a través de las décadas y los siglos. Son retomadas o modificadas por los sentidos oficiales que los gobiernos les dan a las ceremonias: formas de simbolizar un origen y una identidad, de representar lo político, de relacionarse con distintos sectores sociales. Así, si en la etapa revolucionaria e independentista, las conmemoraciones fueron una confluencia de festejos populares con nuevas formas republicanas (donde la distancia entre autoridad y vecindario se veían aminoradas), en la etapa de organización del Estado Nación los festejos se fueron estatizando de tal modo que, organizados oficialmente, “la fiesta” fue reemplazada por “la Patria”, el estilo de “lo solemne” se impuso a “lo popular”. Ese ritual formal, donde el Estado y el Ejército constituyen la presencia más notable, también caracterizó a la última dictadura militar donde los actos eran austeros y evitaban el espacio público: lleno de Estado, vacío de Pueblo.
Pero también hay otra tradición que está disponible para ser reactivada, tradición menos solemne y menos estatal: la fiesta popular, callejera, plebeya. Esa tradición popular existe donde surge. El festejo popular es aquel en el cual el pueblo se hace presente con cierta autonomía de lo estatal. El Estado organiza los actos pero dentro de ciertos límites; de lo contrario, no encontraríamos una tradición popular sino otra, solemne y formalizada. Ese festejo popular es el que se manifestó en el 2010. Aquello que el Bicentenario de la Revolución de Mayo efectivamente fue, sorprendió y excedió la planificación estatal, las expectativas de los medios y de los analistas. A tal grado fue así que incluso el diario Clarín tituló “El Bicentenario fue una fiesta, a pesar de las diferencias” y en la crónica del evento sostuvo que “la Fiesta del Bicentenario será recordada por su buena organización pero sobre todo por la participación del pueblo argentino” (Clarín, 10 de julio de 2010). Si bien todos los medios construyen la noticia y no existen versiones de la historia por fuera de la interpretación, hay ciertos “datos duros” que no pueden soslayarse.
Del mismo modo, para el 2016, el mismo diario pudo dejar la palabra Bicentenario para el diminuto copete, mientras en el título retomó una frase del discurso presidencial, “Macri: ‘Encontramos un Estado castigado por la mentira y la corrupción’ ”; y lo ilustró con una foto del desfile donde se ve a la máxima autoridad con su familia y, en primer plano, el perfil de los Granaderos. Un rito solemne que restituye una tradición estatizada: “recupera la sobriedad”, tal como dijo Botana. Lo hace quitando el exceso de “pueblo”.
La lógica del tiempo presente
Más allá de las distintas interpretaciones sobre el Bicentenario de la Independencia, todos parecen coincidir en su diferencia respecto al del 2010, marcando de este modo un cambio, una nueva etapa en las conmemoraciones y, con esto, en el tipo de relacionamiento entre el Estado y la Sociedad. Porque si hay algo que escenifica este tipo de ritos son las relaciones entre las Autoridades y el Pueblo. Una serie de discursos, acciones y símbolos rituales muestran cambios en los sentidos oficiales, en el orden y en la lógica conmemorativa: la centralidad de “la austeridad”; el tamiz de “lo personal”; la historia como “puro presente”.
La austeridad fue levantada como un baluarte simbólico que permitió, por un lado, distinguirse del periodo anterior y, eventualmente, justificar la escasez de acciones del Bicentenario a causa de un estado heredado. Implícitamente, la referencia a “la austeridad” esquiva la posibilidad de compararlo con los otros Centenarios. Se evitaba así ser asociado con la pompa, el derroche estatal y la exclusión social que caracterizó al Centenario de 1910: una versión esencialista de la identidad nacional, cargada de contenidos militaristas y religiosos. También se soslayaba cualquier comparación que pudiera hacerse con el Centenario por la escasa presencia de presidentes latinoamericanos y la invitación a una figura de la realeza española. Por el contrario, el Centenario de 1916 también se caracterizó por la austeridad, pero debido a causas externas (el contexto de la Gran Guerra en Europa) e internas (el gobierno conservador de Victorino de la Plaza estaba próximo a terminar su mandato; unos meses antes, el radicalismo había ganado las elecciones gracias a la Ley Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen asumiría la presidencia el 12 de octubre). Así, no existió ni interés del gobierno nacional ni efervescencia popular; los austeros y protocolares actos en Buenos Aires se combinaron con las obras realizadas por el gobierno provincial de Tucumán, en medio de la crisis de la industria azucarera, y el esfuerzo de los tucumanos que se organizaron en una comisión popular “Pro-Centenario”.
Sin embargo, la austeridad del 2016 caracterizó a las ceremonias y espacios públicos pero no a los actos de las autoridades: los tradicionales “ritos de comensalidad” privativos de las comitivas oficiales (autoridades, familiares directos y trabajadores). La austeridad se observó en la casi ausencia de obras y acciones nacionales: el único edificio restaurado fue la Casa Histórica, de dependencia del Ministerio de Cultura; la única obra del Bicentenario fue una iniciativa municipal: el Monumento erigido por concurso en Tucumán, y los recitales y desfiles fueron organizados por la provincia y la intendencia. El gasto total fue mucho menor al del 2010. Sin embargo, comparativamente, el tradicional catering para autoridades se mostró poco austero, contrastado incluso con los del periodo anterior. La disposición de un mobiliario en colores blanco y pastel: sillones y mesas ratonas con centros de mesa en el mismo tono para el Presidente, su familia y sus ministros; mesas y sillas altas para el resto de autoridades e invitados, mostraba los patios de la Casa debajo de unas carpas de techo también blancos que le otorgaban al espacio un esplendor y un estilo “aristocrático”. El clima era de cordial encuentro, descontracturado, un estilo de trabajo de ciertos círculos laborales que no son los del empleo público, una modalidad similar a los festejos personales, familiares, amistosos.
Ciertas cuestiones personales de las autoridades tomaron estado público porque fueron enunciadas como tales: es decir, como individuales (propias de la biografía personal) y, al mismo tiempo, como públicas (propias de la función que esa persona ejerce). Esto supone una ruptura con modalidades del gobierno anterior, en las cuales lo personal sólo aparecía en rumores o charlas de a dos y en los medios se publicaba como off de record (todavía en el 2016 escuché muchas conversaciones sobre los estilos de Cristina que nunca publicaron los diarios, ni como declaración propia ni como denuncia de terceros).
En el 2016, el “cansancio” del Presidente fundamentaba que no asistiría al desfile de Palermo y lo comunicaba él mismo en su cuenta personal de twitter (aunque finalmente asistió). La “angustia de los próceres” de su discurso era interpretada no en calidad de representante del Poder Ejecutivo de la Nación, sino por su sensación personal ante el Rey emérito -“querido” por el máximo mandatario- y así expresada en el discurso del Bicentenario. Este anacronismo e individualismo es algo identificatorio para amplios sectores sociales y también apareció en otros actos y en palabras de otras autoridades, en particular de los ministros. Dichas alocuciones pertenecen, ya no a la etapa independentista, sino al pasado reciente; el último proceso dictatorial y la transición democrática: el “Nunca más” de Alfonso Prat Gay y la “Casa está en orden (de verdad)” de Pablo Avelluto.
El Ministro de Hacienda cerró la ceremonia de inauguración del Monumento al Bicentenario, luego de las palabras del Gobernador Juan Manzur y del intendente, Germán Alfaro. Dice que trae el mensaje anticipado, del Presidente; retoma las “rotas cadenas” del Monumento que simbolizan las de 1816 pero señala que aún queda por romper “las cadenas de la división que no queremos ver nunca más”. Hace referencia al “nosotros” de ese acto, que no tiene “diferencias políticas” y no mira “para atrás” sino “para adelante”. En su discurso, aparecen las palabras “nunca más” reiteradamente, pero despojadas de su historia. Esa operación discursiva le permite desconocer que el “Nunca más” es una expresión de repudio al terrorismo de estado, al golpe de 1976; es el informe final de la investigación de la CONADEP (Comisión Nacional de Desaparición de Personas), editado como libro y televisado; es la expresión con que el fiscal Julio Strassera cerró el alegato del Juicio a las Juntas. ¿Qué dice Prat Gay cuando dice “Nunca más”? Desde lo personal y desde el presente son dos palabras como tantas otras del diccionario. Por eso puede pedir que lo vitoreen cual slogan: “Gritemos todos juntos nunca más la corrupción”, “nunca más las bolsas, los escándalos”. Y el público lo hace.
Como las palabras, las cosas también están cargadas de significación. La Casa de Tucumán es una de ellas. Es un Monumento Histórico Nacional y sede del Museo de la Independencia, que está bajo la órbita del Ministerio de Cultura. La Casa se “puso a punto” para el Bicentenario, se realizaron mejoras edilicias y una nueva muestra permanente a cargo de la historiadora Noemí Goldman. En el acto del 9 de julio no se realizaron referencias públicas a la puesta pero, en esta ocasión, se permitió que todos los invitados firmaran el libro de actas. Allí, el Ministro de Cultura escribe una frase que sigue la lógica de Macri y Prat Gay: “La Casa está en orden (de verdad) #FelizIndependencia, Pablo Avelluto”. Como la mayoría de los ministros y autoridades, hace referencia a la temática de su cartera; como en el caso de Américo Castilla, Secretario de Patrimonio Nacional, que deja para el recuerdo un sentimiento y trabajo personal: “Un orgullo ver la Casa como se lo merece, valió la pena el esfuerzo”. Pero a diferencia de ellos, retoma una frase histórica olvidando ese sentido primero para asociarla a otro significado: una sensación personal, del presente, y así la convierte en una frase para twitter, como podemos ver en el uso del hashtag o etiqueta, detrás del numeral. Nuevamente, la palabra “casa” es universal, de “diccionario”; pero la frase no. Fue pronunciada en 1987 por el entonces Presidente Raúl Alfonsín, en el balcón de la Casa de Gobierno, luego de la Rebelión militar de Semana Santa donde los “carapintadas” reclamaron amnistía para los militares que habían participado de la dictadura y estaban siendo citados por la justicia por delitos de lesa humanidad. La frase es uno de los íconos de la democracia pero también de los posibles retornos golpistas y el cese de los juicios. Avelluto sabe que esa frase no es una oración cualquiera, por eso aclara -entre paréntesis- que es “de verdad”; pero cuando aclara, oscurece: si su frase es verdadera; la anterior no lo es. ¿Con esto, hace referencia a que en la frase de Alfonsín la casa no estaba en orden? ¿Que en verdad se trató de un acuerdo entre el presidente y los militares golpistas? ¿O acaso hace referencia a que “la casa ordenada” no es una metáfora de la Casa de Gobierno sino que literalmente (“de verdad”) refiere a la Casa Histórica de Tucumán? La lógica, parece ser una vez más, la que prioriza el presente y la espontaneidad: un simple juego de palabras.
El Bicentenario y después
El Bicentenario es parte de nuestro presente histórico, una historia preliminar y abierta a la polémica. Esto, “lejos de ser un obstáculo” para su análisis puede resultar “una ventaja” ya que contamos con una “muy amplia pluralidad de versiones”, como sostiene Marcos Novaro. En este trabajo partimos de algunas de esas versiones. La nuestra analizó ciertas recurrencias que nos permiten visualizar un nuevo orden conmemorativo, basado en un “puro presente”, en el “individualismo” y la “sobriedad estatal”.
No podemos predecir cómo será interpretado el Bicentenario cuando sea historia, no sabemos los “desenlaces” que podrá tener. Pero sí podemos sostener que el modo en que el actual gobierno se relaciona con la historia y el presente, con los personajes históricos y los grupos sociales contemporáneos, habilita lógicas y acciones que creímos pasadas. No podemos afirmar que Macri con “la angustia de los próceres” y el sentimiento amoroso al Rey de España; Prat Gay con el “Nunca más a la corrupción y a la mentira” y Avelluto con “la Casa está en orden (de verdad)” buscaban habilitar a sectores que oprimieron y reprimieron a los grupos que nos antecedieron y a los que pertenecemos; como fueron las monarquías (en la frase del Presidente) o como la última dictadura (en las frases de los Ministros). Tampoco podemos sostener que las miles de personas que participaron de los festejos del Bicentenario apoyan o coinciden con esas interpretaciones, sobre todo con la firma del libro de actas de la Casa Histórica, que recién aquí toma estado público. Sí podemos afirmar que junto con esas frases se produjeron los desfiles de ex militares, represores del Operativo Independencia en el desfile del Bicentenario en Tucumán, y de Aldo Rico y otros represores junto a Veteranos de Malvinas en el desfile del Bicentenario de la Ciudad de Buenos Aires.
Poco importan las declaraciones posteriores a través de las cuales el gobierno se desligó de esos sectores. Como vimos, los discursos y frases que aquí analizamos habilitaron esas acciones y esos sentidos. De este modo, los discursos de las autoridades políticas de nuestro presente histórico no son tan peligrosos por anacrónicos o por personalistas, es decir por cómo tratan a la historia o al pasado reciente, sino por cómo habilitan ciertos futuros como posibles.
Acerca del autor/a / Mirta Amati
Doctora en Ciencias Sociales y Magíster en Comunicación y Cultura de la UBA. Es docente de la materia Prácticas Culturales de la UNAJ y de Promoción de Actividades Comunitarias de la UBA. Dirige el Proyecto “UNAJ-INVESTIGA”: “El Bicentenario de la Independencia: memorias nacionales, ritos locales y medios masivos”.