¿Es necesario un Ejército nacional en la Argentina de hoy? En el actual contexto socio económico de nuestro país ¿es necesaria, viable y con proyección de futuro una estructura como la de las Fuerzas Armadas?
Frente a nuestra riqueza en recursos naturales de carácter bicontinental, tanto en la superficie como bajo tierra y sobre todo en el mar y con 16.342 km de costas, ¿cómo defendemos las potencialidades de nuestro país? ¿Son necesarios tanques para defender el recurso acuífero? ¿O sofisticados sistemas anti misiles? ¿Se justifica en plena era satelital enviar submarinos o buques de superficie para realizar el control en zonas pesqueras de potenciales depredadores clandestinos? ¿Vale el gasto? Quisiera ir más allá y preguntar si es válido el concepto “Fuerzas Armadas” en nuestros días
Generalmente, cuando hablamos de políticas de defensa automáticamente asociamos el tema a lo militar, relegando el problema estrictamente a los uniformados y sus potencialidades y capacidades siempre vinculadas al desarrollo tecnológico y condicionadas por “el presupuesto”. De esta manera se aumentan o recortan recursos y planteles de acuerdo a la conveniencia coyuntural del proyecto político dominante frente a la ausencia de políticas de Estado.
Carl Von Clausewitz, uno de los pensadores más influyentes de la ciencia militar moderna decía, allá por 1830, que “la guerra es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario” agregando además que “la guerra es la política por otros medios”. Sun Tzú, estratega y general chino plantea que en la guerra todo se basa en la decepción y el engaño, en atacar las vulnerabilidades del enemigo y forzarle a que se enfrente a nuestras fortalezas. Por lo que la política ya es una forma de guerra y en ella estamos embarcados. Para imponer la voluntad al adversario no siempre es necesaria la fuerza militar.
Luego de la Primera Guerra Mundial las acciones bélicas se trasladan de los campos a las grandes ciudades. Con las capacidades nucleares, posteriores a la segunda conflagración, el concepto de guerra pasa a ser absoluto, de destrucción mutua asegurada, de acuerdo al poder destructivo. Pero hay otro aspecto de esta guerra absoluta que generalmente se deja de lado o pasa desapercibido. Basados en el concepto de Clausewitz, el objetivo final es imponer nuestra voluntad al adversario y las herramientas para esto son variadas y trascienden lo estrictamente militar. Lo vemos cotidianamente en los procesos económicos, culturales, sociales, de salud pública, de recursos naturales, etc.
Luego del bombardeo a Dresde, del exterminio masivo de personas al que ejemplificamos en Auschwitz o Belzec, de la inutilidad de la guerra de Vietnam y de la más cercana limpieza étnica en los Balcanes sin contar con la falsa excusa religiosa en los conflictos de Medio Oriente, la guerra hoy en día es, además, un proceso constante entre sociedades, en diferentes intensidades y con miles de batallas cotidianas en frentes simultáneos en los que participan millones de contrincantes sin siquiera saberlo pero que en su conjunto colocan a una Nación en un estado de sumisión frente a sus adversarios o, contrariamente, la llevan a imponerse sobre otras naciones.
La guerra se ha ido reconvirtiendo. De la guerra simétrica entre ejércitos más o menos regulares hemos pasado a la guerra asimétrica en donde hay una diferencia absoluta entre las partes enfrentadas; una diferencia cuantitativa y cualitativa entre los recursos militares, políticos y mediáticos de los contendientes. Sin que un esquema anule por completo a los otros, hoy estamos en una tercera etapa, en una era de guerras híbridas en donde se unen fuerzas regulares, irregulares, sistemas de comunicación, sistemas financieros, sistemas educativos, organizaciones no gubernamentales e instituciones internacionales que buscan desestabilizar a los Estados provocando una polarización de su sociedad. En este escenario o teatro de operaciones, definido en lenguaje militar, hay objetivos diferentes. El poder económico financiero nunca termina de asociarse con una herramienta de dominio, quizás por la velocidad con que se desarrollan sus acciones. Otra de las actividades sobre los que se echa sombra es la minería, quizás favorecida por la transportabilidad del recurso dado que no se necesitan grandes volúmenes de materia prima para obtener rentabilidad y control sobre el mercado. Aunque actúan en un marco legal, todas estas actividades afectan de manera directa las capacidades de acción soberana de nuestro país.
Sumemos a lo financiero y minero la inseguridad, el conflicto social en todos sus aspectos y los problemas energéticos entre otras cosas y encontraremos un escenario de inestabilidad para nuestra región que condiciona o impide el desarrollo tecnológico y humano de nuestra sociedad. Un análisis realista de la cotidianeidad nos muestra un centro de gravedad condicionando o direccionando las decisiones de los líderes responsables de la toma de decisiones. Hay una ausencia de guerra pero también de una paz que permita el desarrollo, lo que corresponde al concepto de guerra híbrida o de cuarta generación que engloba esta idea de conflicto en proyección múltiple.
Sin dejar de señalar la importancia de su protección, ¿es el agua hoy un objetivo estratégico de una potencia que se encuentra a miles de kilómetros? ¿Cómo trasladarían el vital elemento desde estas latitudes hacia sus asentamientos poblacionales? ¿En buques cisternas? ¿Cajones con botellas mediante aviones?, ¿Cuántos buques y aviones se necesitarían por día? Obviamente, en la actualidad resultaría inviable una acción militar con ese fin. A pesar de la notoria presencia extranjera sobre el acuífero Guaraní, su potencial objetivo sería dudoso si consideramos los avances científicos en la purificación y/o desalinización de aguas mediante procesos técnicos.
Pero entonces, caída la hipótesis de conflicto de la defensa militar de los recursos vitales en el actual esquema de “guerra híbrida”, retomemos la pregunta de qué función le cabe a las fuerzas armadas. El Primer Ministro francés Georges Benjamin Clemenceau dijo en ocasión de la primera guerra mundial que “La guerra es algo muy importante para dejarla en manos de los militares”. Cabe preguntarnos si el dilema de la defensa nacional debe o puede estar solamente restringido a los uniformados o por el contrario hay que lograr rápidamente una combinación de acciones civiles y militares de defensa.
Dado que, según Clausewitz, el eje de un plan estratégico es condicionar las opciones del oponente y limitar su capacidad de acción y libertad de movimientos, para la defensa nacional eficaz es necesaria una ampliación de conceptos, la formulación de un plan estratégico de defensa nacional que abarque la totalidad de las áreas del Estado y una interacción entre desarrollo urbano, social, económico, cultural, educacional y militar.
No pongo en dudas la necesidad de unas fuerzas armadas convencionales, -el ejemplo a seguir, sería un sistema militar similar al de Suiza o Israel-, pero aún así caben ciertas preguntas : ¿Defenderemos nuestro acuífero Guaraní con un batallón de infantes o con un sistema jurídico que tenga por objetivo la defensa del recurso natural? ¿Defenderemos nuestro mar, que tiene una superficie de 4.200.000 de kilómetros cuadrados, el doble de la superficie argentina en el continente americano, con diez buques o mediante satélites? ¿Estamos defendiendo el trabajo nacional cuando compramos cuatro lanchas rápidas a Israel a un valor similar al que costaría construir veinte de las mismas unidades en astilleros argentinos? ¿Defendemos nuestra economía con la apertura de la importación en detrimento del desarrollo industrial? ¿Defendemos nuestra cultura limitando las capacidades de nuestras industrias culturales? El actual gobierno envía, o facilita el envío mediante ONGs, a muchos graduados a “escuelas de gobernanza” de las universidades extranjeras para que a su regreso ocupen cargos políticos y apliquen los conocimientos adquiridos. ¿A favor de quién?
La defensa nacional va más allá de las capacidades militares, sin que estas dejen de existir pero complementándose en una planificación estratégica de las capacidades del poder nacional pleno.
Acerca del autor / Daniel Symcha
Licenciado en Bellas Artes, FBA/UNLP. Maestrando en Estrategia y Geopolítica de la Escuela Superior de Guerra UNDEF. Realizó posgrados y especializaciones en Gobernabilidad y Gerencia política (UDESA), Cultura Brasilera (UDESA), Gestión Cultural (FCE UNLP), Industrias Culturales (UNTREF), Comunicación Radiofónica (FPyCS UNLP) y Cultura Islámica (USAM) entre otros.