A partir del estreno del documental Rolling Thunder Revue en la plataforma Netflix la autora desnuda los entretelones de esta mítica caravana musical donde la fusión de la crónica de Sam Shepard y la cámara de Martin Scorsese revelan la naturaleza política del cine.
“Cogía la armónica y sonaban un par de notas y el público se derretía. Luego cogía la Stratocaster y hacía sonar la historia de cualquiera de aquellos viejos teatros de Nueva Inglaterra en los que actuábamos uniéndola con una de las muchas canciones clásicas que todos veníamos escuchando en los últimos años. Y la iba destrozando”.
Sam Shepard, Rollin Thunder: con Bob Dylan en la carretera
Cuando Sam Shepard murió, hace exactamente dos años, una de las cosas que hice cuando me enteré de la noticia fue escuchar a Ry Cooder durante horas. Estaba sola en mi casa, el disco sonaba en loop, y yo leía y releía Crónicas de Motel en lo que se me antojaba una despedida imposible. Arrancaba con la música de Paris, Texas, (con guion de Shepard a partir de Crónicas…), que luego se mezclaba con los temas de Long Riders.
La melodía de Cooder era lo que necesitaba para acostumbrarme a la noticia de que ya no iba a leer nada nuevo de Sam Shepard. Partía del clima melancólico de Paris,Texas, sí, pero iba más allá. Va más allá, siempre. Cooder es un músico que acompaña muy bien esa lectura. Pero no es el único, claro.
Lo anterior viene a cuento de esos cruces inesperados que se producen a veces y que acaba de sucederme con otro músico y otro libro de Shepard, gracias al estreno de Rolling Thunder Revue, la película de Scorsese sobre la gira 1975/76 de la banda increíble que acompañó a Bob Dylan, a presentar su último disco de estudio, “Desire”, y a tocar otros temas, sobre todo del anterior, “Blood on the tracks”.
Cuando vi por primera vez el documental y lo comenté, el escritor Miguel Molfino me dijo que no dejara de leer la crónica Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera, que es de Sam Shepard, por supuesto.
Agotado hace años en las librerías, me las rebusqué, lo conseguí, lo leí.
El libro es una crónica al pie, que da cuenta de algo que iba a ser y no fue: la película sobre la gira que iba a filmar el mismo Sam Shepard. Porque para eso llamó Dylan a este escritor, poeta y dramaturgo de su misma generación: para que escribiera el guion y se ocupara de registrar esos días en la ruta.
Ese film no existe. Nunca se rodó.
Ni siquiera la excelente película de Scorsese es un documental en sentido estricto, ya que además de los testimonios reales de la gira, hay dos participantes que mienten cuando hablan de su historia: Sharon Stone y “Ted Van Dorp”. Mienten ellos, miente Scorsese y miente Bob Dylan, ya que todos hablan del papel que jugaron en la Rolling Thunder, sabiendo que es un invento. Ni Sharon Stone acompañó a su madre a ver a la banda siendo adolescente (no coincide ni la edad que dice que tenía en ese momento), ni “Van Dorp” intentó filmar película alguna. El supuesto director de cine es un actor, que representa el papel que Scorsese le marca.
Esta ficción, que se alterna con secuencias documentales de la gira y los shows, forma parte del hermetismo con el que Dylan maneja la información sobre su vida personal. Un documental que lo tenga como protagonista nunca va a ser completamente un documental. Es una ingenuidad pretender otra cosa. Se permite inventar verosímiles para la película, porque tiene setenta y ocho años y todo el derecho del mundo a manejar la historia a su antojo. Al fin y al cabo, se está hablando de una parte de su vida. Y si quiere agregar ficción, la agrega.
No pasa lo mismo con la estupenda crónica de Sam Shepard, escrita durante la gira y publicada en inglés dos años después con el título de Rolling Thunder Logbook.
En principio, la Rolling Thunder no estuvo asociada con situaciones políticas ni con reivindicaciones de derechos sociales. Pero a medida que empezaron a viajar y a tocar en distintos pueblos de Nueva Inglaterra, durante el año en el que se conmemoraba el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos, la asociación entre la historia y la política se les fue imponiendo hasta hacerse inevitable. Dylan nunca fue un artista que le sacara el cuerpo a esas cosas, y esta no es una excepción.
De hecho, en el comienzo del documental aparece Richard Nixon refiriéndose a lo que considera “la misión” que los Estados Unidos tienen pensada para el mundo. A continuación, Scorsese nos pone frente al testimonio del Dylan de hoy, que recuerda que después de la caída de Saigón, la gente de su país parecía no tener ninguna clase de convicciones acerca de nada.
La crónica de Shepard comienza con un poema agregado en la reedición del año 2004, que inscribe a la gira en el contexto de la política estadounidense:
“…pero dónde anda ahora tanta carretera
tanto Vietnam
y muerte de Panteras
asesinato terrorista
los Weathermen
el Dios Napalm
Billy Graham
la misma mierda republicana de siempre
de Dios y Guerra
y rigidez moral
la misma canción de siempre…”
Avanzamos en la lectura de un texto que respeta la cronología de la gira desde que lo llaman para que se sume (Scorsese ni lo intenta), y en el que se van intercalando otros discursos que dan cuenta de la realidad que rodea el viaje, empapándolo de sentidos más fuertes que el de presentar un disco.
Así, Shepard intercala en su crónica la noticia del New York Times acerca del segundo juicio al que se va a someter al boxeador Rubin “Huracán” Carter, que estaba preso, acusado injustamente de un triple asesinato.
Dylan (que se había enterado del caso por la lectura de la autobiografía de Carter, The Sixteenth Round), le dedicó su tema “Hurricane”. Y en esa reinvención permanente que fue la Rolling Thunder, al objetivo artístico original se le agregó el reclamo por la libertad del boxeador. Esto incluyó sumar un concierto en el Carnegie Hall, (en el que participó Muhamad Alí que también reclamaba por Carter) rompiendo con la idea original de tocar solamente en ciudades chicas. Estos momentos que quedan fuera del documental son narrados por Shepard con lujo de detalles y nos permiten reconstruir el orden en el que sucedieron los hechos.
Un momento intenso del film, pero mucho más conmovedor en la crónica, es el que narra la visita de Dylan y Allen Ginsberg a la tumba de Jack Kerouac, que había muerto en octubre de 1969. Toda esa zona del libro, nos permite relacionar la gira con la cultura rutera pregonada por los poetas beatniks, que eran “hermanos mayores” de Dylan y compañía.
En el libro nos encontramos también con listas (de personajes, de objetos, de posible vestuario), notas que, suponemos, usaría como “ayuda memoria”. Fragmentos de diálogos para esa película que Shepard jamás pudo filmar, porque estaba metido hasta el cuello en el clima y el ritmo de la gira, dando cuenta del trabajo de la banda, sin respirar, siendo uno más, y no alguien que miraba desde afuera: “Pasan demasiadas cosas” (…) “No hay oportunidad ninguna de dirigir la escena, ni siquiera de pararla el tiempo suficiente para ajustar los ángulos de cámara. Se ha destapado el material de los hermanos Marx. No hay nada que hacer más que dejar que suceda y confiar que acabe quedando en la lata algo tan bueno como parece serlo”.
Al pasar menciona el asesinato de Pasolini, del que se entera por el diario cuando la banda está en Connecticut; transcribe diálogos breves (hasta mínimos) sobre literatura, cuenta la visita al Salón de los Sueños, la casa de Mama, una gitana de más de ochenta años que le regala a Joan Baez su vestido de novia :“Quiero que lo tengas tú”. En ese lugar se produce una charla memorable en la que Dylan y Báez “se reprochan” sus respectivos matrimonios y de la que tanto Shepard y Scorsese dan cuenta en la misma medida, cada uno en su formato. Nadie en su sano juicio dejaría afuera del registro de la gira un momento como ése.
En el aspecto que relaciona la gira con lo político, la voz de Shepard es la más directa. Su testimonio es el que dice a cámara, sin vueltas, que a los pueblos chicos de Nueva Inglaterra el bicentenario “…les importaba un carajo. No celebraban el nacimiento de los Estados Unidos”. Y los recuerda inmersos en la crisis económica y con la caída de Saigón como “bonus track”.
En ese contexto afirma que la gira ayudaba a los integrantes a sentirse vivos.
En la relación con lo político, merece un párrafo aparte el testimonio del cacique Rolling Thunder (se dice explícitamente que el nombre de la gira es en su homenaje; hay otras versiones sobre ese punto que no la contradicen) cuando se refiere al despojo colonial: “…se robaron todo lo que pudieron robar. Nuestra tierra, nuestros hijos, nuestras mujeres. Se llevaron todo. Nos dejaron sin nada. Nuestra gente no tiene hogar en su propio país. Pero lo mejor de todo, lo que no tenía valor para ellos era nuestra forma de vida. El trueno al caer hace una música hermosa y yo fui bautizado en su honor”. Curiosamente, este momento de la gira en el que tocan en la reserva iroquesa de Tuscarora, no aparece en el libro. Y es políticamente fuerte, porque hace referencia al racismo y la discriminación del Estado hacia la población originaria estadounidense. Para que esto sea todavía más gráfico, Dylan interpreta la “Balada de Ira Hayes” de Peter Le Farge, en la que se cuenta la historia de un iroqués que pertenecía al grupo de marines que izó la bandera de su país en Iwo Jima, y a su regreso fue olvidado y rechazado por indio y por alcohólico. No hay mención alguna de esto en Rolling Thunder Logbook.
El testimonio de Shepard no tiene distanciamiento alguno con la experiencia que narra y, a pesar de ser cronológicamente más lineal que la película, se caracteriza, como sus otros libros, por los textos breves, por ese manejo impecable que tenía para que una escritura fragmentaria no hiciera perder el interés por los hechos que se sucedían durante la gira: “Este libro no ha adoptado una forma tan fragmentada en beneficio del arte y la experimentación, sino más bien porque esa forma es el resultado directo de una memoria fracturada”, dice en la Introducción.
Rolling Thunder Logbook termina con la anécdota de la noche en la que Dylan asiste al estreno de Geografía de un soñador de caballos en Manhattan y en la que el autor, Sam Shepard claro, es una pila de nervios que se arrepiente hasta de haberla escrito.
Dylan llevaba muchos años en la ruta de la escritura y la composición y era un faro estético e ideológico.Incluso para un escritor casi de su edad y con el talento de Shepard, que creció artísticamente con tiempos distintos, que no estaban marcados por la velocidad del rock and roll. Por lo menos, no de manera directa.
A pesar de haber compartido la ruta durante la Rolling Thunder, a Shepard lo angustia más la presencia de Dylan en la sala que la de la de los previsibles críticos teatrales. No sabe adónde meterse. No sabe si quiere verlo u olvidarse de su presencia. La gira permitió una intimidad que, al haber finalizado, ya no existe.
En el teatro, un artista estrena, y el otro va a ver, y va a juzgar lo que vea. Y va a parecerle genial, bueno, mediocre u horrible.
Lo que se pone en juego ahora es el talento de un dramaturgo, que no está al servicio del proyecto de otro.
Dylan en la oscuridad mira un escenario en el que toda la luz está en función de la obra de otro.
De Sam Shepard, que se come los codos fuera de la sala.
No debió ser nada fácil para él tener sentada en la oscuridad a una estrella que iba a estar pendiente de su luz. Suya. Única. De nadie más, y enorme. Aunque por entonces, el bueno de Shepard, (que cultivó el perfil más bajo que pudo toda su vida), no supiera la enormidad que iba a tener su propia obra.
Acerca de la autora / María Pía Chiesino
María Pía Chiesino estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es editora y redactora de la publicación digital Libro de Arena, del Programa Bibliotecas para Armar. Docente de Lectocomprensión Académica en la UNDAV. Además, es Secretaria de Derechos Humanos y Géneros de ADUNA y de Formación de la Regional Avellaneda de la CTA de lxs Trabajadorxs.