A 100 años de la Revolución rusa, el autor nos propone un recorrido distinto a los análisis más estrictamente políticos y económicos que han recordado este hecho clave del siglo XX
“Audacia, audacia y más audacia”
Danton (1759-1794), revolucionario jacobino francés
Este año, en el que se ha cumplido el centenario de la Revolución rusa, mucho se ha escrito para celebrarla o criticarla. Se publicaron artículos y libros de todo tipo, vinculando la revolución a otros temas de interés, escritos de historia, de economía, de política. Una lista extensa.
Este artículo aspira a un objetivo limitado y práctico: busca enumerar algunas experiencias del proceso revolucionario ruso que sirvan como lecciones o, más bien, como reflexiones políticas más generales (en el sentido de que ayuda a indagar sobre un problema y su respuesta, no brindando soluciones mecánicas aplicadas). Retrotraerse a las dificultades que atravesaron los revolucionarios, preguntar “¿cómo lo hicieron?”.
Una serie de interesantes reflexiones sobre las experiencias de la Revolución rusa encuentran en el ensayo de Antoni Domènech, filósofo catalán recientemente fallecido y editor de la revista SinPermiso. En el texto que se titula “El experimento bolchevique, la democracia y los críticos marxistas de su tiempo” (publicado en el N° 15 de dicha revista) hace una inteligente revisión de varios acontecimientos ligados a la revolución.
Por ejemplo, entre ellos, se puede mencionar el que concierne a Karl Kautsky, uno de los protagonistas de ese tiempo, marxista aunque opuesto a la revolución. Este personaje histórico, era checo nacionalizado alemán, fue discípulo de Engels y, hasta la revolución rusa, se lo consideró como el guardián y protector del legado, el pontífice del marxismo. Asimismo, Kautsky era miembro del SPD, la socialdemocracia alemana, el partido obrero más importante del mundo de ese tiempo y faro para el resto de los movimientos obreros de cada país, lo cual lo convertía en una fuente de consulta inagotable.
Sin embargo, su legitimidad comenzó a crujir en 1914 cuando su partido -el SPD- apoyó los créditos al gobierno, y por ende, la entrada en guerra de Alemania (el comienzo de la Primera Guerra Mundial). Luego, tres años más tarde, con el estallido de la Revolución rusa de octubre de 1917 y el ascenso del Partido Bolchevique, Kautsky llamativamente se volvió un radical opositor. Lenin, Trotsky y los bolcheviques, que habían sido sus antiguos seguidores, lo llamaron el “renegado” Kautsky. Cuando se piensan las causas del encono de Kautsky con sus discípulos se suponden razones políticas de peso, alejadas de motivaciones subjetivas. Sin embargo, fue más bien lo contrario:
“Yo me decía: Si Lenin tiene razón, vano habrá sido el trabajo de toda mi vida consagrada a expandir, aplicar y desarrollar el mundo de ideas de mis grandes maestros Marx y Engels. Yo sabía, naturalmente, que Lenin se pretendía el más ortodoxo de los marxistas. Pero si llegaba a tener éxito en lo que emprendía y prometía, eso sería la prueba de que la evolución social no sigue unas leyes rígidas y que es falsa la idea de que un socialismo viable no puede desarrollarse independientemente más que allí donde un capitalismo industrial superiormente desarrollado ha creado un proletariado industrial no menos superiormente desarrollado” (Citado por Antoni Domenench en “El experimento bolchevique, la democracia y los críticos marxistas de su tiempo” www.sinpermiso.info)
Luego de leer este texto, la pregunta que emerge es ¿Cuánto de la carga personal de Kautsky condicionó su juicio sobre la revolución rusa? Las personalidades, las esperanzas y las frustraciones, se encuentran aún en los más grandes hombres y afectan también los tan mentados juicios racionales. Como lección, vale recordar que no solo los militantes están hechos de carne y hueso. Entender las limitaciones que envuelven a las personas que toman decisiones es también comprender el contexto político.
Por otra parte, Domenech asimismo advierte sobre el desolador panorama político prerrevolucionario. Distintos historiadores denominan la etapa previa a la revolución como “Era de la seguridad”. Este título se debe a la estabilidad económica y política que se vivía en Europa, con una hegemonía de las clases dominantes nacionales firmemente establecida. Hasta los estallidos de los hechos revolucionarios, el mundo parecía avanzar bajo el firme timón de las grandes burguesías capitalistas, mientras el movimiento obrero, aunque en crecimiento, parecía estar solo a la defensiva. Luego, las relaciones de fuerza cambiaron radicalmente y el movimiento obrero pasó a la ofensiva. Se observa así, como lección, que la historia no avanza siempre progresivamente, o al revés, en un constante deterioro, sino que puede suceder que en pocos meses se aceleren los procesos más que en muchos años. Así sucedió con Lenin, el líder de los bolcheviques, y sus seguidores. Luego de que estalló la guerra mundial, por su rotundo rechazo a la guerra y su llamada a una guerra de clases internacional, se encontraban en fuerte minoría y criticados por los socialistas de los distintos países que sí habían apoyado la entrada en guerra.
Es interesante mencionar que Lenin, a diferencia de lo que se cree, nunca tuvo algo así como un culto al partido, más bien al contrario. Esto se puede observar en su biografía, por ejemplo la escrita por Gerald Walter. Producto del exilio y de su militancia revolucionaria, Lenin se vio obligado a vivir en varios países muchas veces en una cotidianeidad bastante solitaria. Por esta condición, no tuvo la posibilidad de construir una organización clásica como se cree hoy. En su afán revolucionario, a lo largo de su vida, Lenin priorizó la coincidencia de ideas y análisis, antes que los compromisos y los acuerdos partidarios. Esto lo llevó a tener sucesivas divisiones, rupturas y a quedar en minoría en el comité bolchevique, siempre en aras de mantener una correcta posición política.
Ya durante el proceso revolucionario, una lección interesante se puede encontrar en la política de los bolcheviques para la adhesión de nuevos militantes al partido y de cuadros políticos al nuevo Estado soviético. Al revés de lo que dictaría el sentido común, los bolcheviques abrieron su organización en los momentos más difíciles y lo cerraron celosamente en los de bonanza. Esta decisión fue tomada por el temor a que se sumasen a sus filas elementos oportunistas, movilizados solo por ambiciones individuales. En cambio, sabían que aquellos que se incorporasen en las situaciones más difíciles, cuando ser bolchevique podía significar la muerte, lo hacían por convicción.
Victor Serge, en su clásico libro sobre la Revolución rusa, El año I de la Revolución rusa, llama la atención sobre un problema irrisorio que se volvió bastante grave para los bolcheviques, aunque pudieron terminar sorteándolo. Cuenta Serge que, luego de la toma del palacio de invierno, comenzaron las ocupaciones de las mansiones y propiedades de la nobleza rusa. Pero cuando los soldados revolucionarios requisaban esas lujosas construcciones se encontraban también con las mejores bodegas del país. Así sucedió que comenzaron saqueos y desmadres por borracheras masivas de los soldados con las bebidas alcohólicas sustraídas. Al flamante gobierno revolucionario le costó ordenar esta situación tan tendiente al caos social. Tuvieron que pasar varios destacamentos de soldados para encontrar finalmente uno que mantuviera la disciplina para destruir, y no utilizar para sus propios fines, las bodegas de la antigua nobleza. El gobierno revolucionario vio con preocupación el uso de estas bebidas por parte de los soldados. En un estado revolucionario, extender el consumo alcohólico descontrolado entre los soldados facilitaría la desorganización, el caos y los saqueos.
Serge también relata uno de los hechos más dramáticos de la revolución que fue conocido como “el tratado de Brest Litovsk”. Ese tratado fue la conclusión de las negociaciones de los bolcheviques con el gobierno alemán, con el que Rusia se encontraba todavía en guerra, que permitió terminar con el conflicto. Esta negociación fue eje de fuertes debates en el seno del partido bolchevique con posiciones enfrentadas y amenazas de renuncia. Finalmente, triunfó la posición de Lenin. El líder de la revolución entendía que no había otra opción que ceder a los chantajes de anexiones de los alemanes para lograr la paz y poder concentrar la atención en los desafíos que estaban atravesando. De una forma genial, Lenin lo resumió como “cambiamos espacio por tiempo”.
Por último, vale la pena recomendar libros escritos por los mismos protagonistas de la Revolución. Por parte de Lenin: El Estado y la revolución escrito en vísperas de la revolución, donde piensa el diseño democrático al que aspiraba para la sociedad en que vivía; Las tesis de abril el programa político que agitará Lenin como estrategia durante el proceso revolucionario y, por último, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo un texto de 1920 donde Lenin polemiza fuertemente con sus detractores por izquierda y donde brinda un brillante texto sobre realismo político. Por otra parte, el libro más importante sobre la Revolución rusa fue la historia escrita por León Trotsky, el comandante del ejército rojo, y de ineludible lectura.
Aunque hoy parezca un hecho lejano, la Revolución rusa fue el acontecimiento más importante del siglo XX. El destino del mundo cambió para siempre. La revolución que alcanzó el poder, pese a guerras civiles, boicots, saqueos, guerra mundial, llevó a uno de los países más atrasados de Europa a, 40 años más tarde, ser el primer país que mandese un tripulante al espacio. Los derechos sociales establecidos luego de la Segunda Guerra Mundial no hubiesen sido posible sin el temor de las clases dirigentes de los países occidentales al avance del comunismo soviético.
La caída del Muro de Berlín, con la disolución de la Unión Soviética, hizo pensar a muchos que el comunismo había sido finalmente vencido: el “fin de la historia”. En pocos años, quedó en evidencia que los movimientos populares con ansias de transformar la realidad social seguían vigentes. Y aunque los hechos de la Revolución rusa se escuchen como un eco lejano, a veces basta solo con la audacia de una chispa para despertar el fuego en la pradera.
Acerca del autor/a / Andrés Imperioso
Politólogo UBA e investigador del Centro Cultural de la Cooperación