Un breve repaso de las perspectivas con las que se analiza la distribución del ingreso: su abordaje teórico, las limitaciones prácticas y las consecuencias que ello produce en todo proceso de desarrollo, con énfasis en la particularidad que reviste pertenecer a una economía periférica.
La ausencia del conflicto en un mundo irreal
El análisis de la distribución del ingreso puede realizarse desde cuatro perspectivas diferentes. Las dos más difundidas y utilizadas en los análisis son la distribución funcional del ingreso y la distribución personal del ingreso. La primera, muestra el modo en que se reparte el ingreso entre todos y cada uno de los dueños de factores de la producción (terratenientes, capitalistas y trabajadores), mientras que la segunda da cuenta del reparto entre individuos o familias independientemente del sector económico, región o factor productivo que posean. Luego, el enfoque de la distribución sectorial permite conocer la manera en la que el ingreso se asigna entre los diferentes sectores productivos (agricultura, industria, construcción y servicios) y el enfoque de distribución geográfica contribuye a comprender las diferencias territoriales de ingreso, esto es, entre habitantes de diversas regiones.
La corriente ortodoxa en economía desarrolla su perspectiva de la distribución del ingreso mediante el enfoque funcional del ingreso, o sea como un problema de determinación de precios de los factores. Bajo esta óptica, circunscribe la solución al trilema crecimiento, pobreza y equidad a la famosa, aunque no por ello verídica, Teoría del Derrame, que postula que todo crecimiento económico por sí solo reduce el nivel de pobreza, mediante el “rebalse” de la riqueza generada por los sectores productivos más dinámicos de la economía hacia aquellos menos dotados. Así, los beneficios se derramarían hasta alcanzar a los estratos más pobres de la sociedad, lo que finalmente conseguiría reducir la pobreza.
En cuanto a la cuestión de la desigualdad, no se le concede importancia alguna. La misma es concebida como un proceso natural producto de las asimetrías entre los propietarios de los factores de producción que se desencadena en etapas de rápido crecimiento económico para luego disminuir. La ley “natural” de la distribución indica entonces que cada factor productivo es remunerado acorde a lo que contribuye en el proceso productivo. De esta manera, la renta de la tierra, el salario del trabajador, la ganancia del empresario y otras percepciones de ingresos cualquiera que sea su génesis no son sino el precio justo percibido por el servicio aportado.
En este enfoque de “armonía social”, en la sociedad no existen, o a lo sumo no hay razón que justifique su existencia, conflictos en torno a la distribución del ingreso, dada la justicia objetiva con la que se apropian y remuneran los factores de producción, incluido como tal el trabajo.
Esta hipótesis convencional, que el crecimiento económico es la clave para reducir la pobreza, muestra sólo una arista del problema y omite la incidencia que tiene una desigual distribución del ingreso en las oportunidades de desarrollo de la población en su conjunto. En la práctica, es sumamente complejo reasignar recursos de modo tal que se erradique la pobreza, sobre todo en regímenes democráticos jóvenes de economías periféricas. Redistribuir progresivamente por medio de políticas públicas presenta dificultades de implementación y resquemores en una parte de la sociedad.
¿Cuál es entonces el inconveniente de analizar la distribución del ingreso sólo desde una perspectiva? Por un lado, la distribución personal del ingreso no permite apreciar los mecanismos a través de los cuales se llega a una particular asignación de la riqueza generada. Por otro, la distribución funcional del ingreso no distingue entre empresarios “pobres” y asalariados “ricos”. Bajo este enfoque, un incremento en el nivel de ocupación de los asalariados resultaría en un aumento de la contribución de éstos al producto total, aún cuando la remuneración promedio se mantenga constante.
En síntesis, el enfoque personal y funcional de la distribución del ingreso centra su mirada en distintos momentos del proceso de apropiación. La miopía o imposibilidad de reconocer el conflicto distributivo se debe en parte a que el estudio del mismo se realiza de manera parcial, contemplando de manera aislada una u otra arista.
En general, el estudio de la distribución funcional del ingreso ha sido relegado a un segundo plano hasta prácticamente desaparecer, como sucedió en la década de los años noventa en Argentina. Al persistir desigualdades que imposibilitan alcanzar un desarrollo sostenible, el estudio conjunto de los dos enfoques comenzó en los últimos años a adquirir relevancia entre los hacedores de políticas públicas.
Argentina y el bienestar que no se derramó
Cuando se levanta el cúmulo de supuestos que definen al modelo económico neoclásico, la realidad indica que distribución y crecimiento están interrelacionados y más aún, que el conflicto distributivo trunca las posibilidades de desarrollo. Es decir, el crecimiento económico es necesario pero no suficiente para garantizar un bienestar social general.
En el caso de la economía Argentina, cuya estructura productiva es por demás heterogénea, puede encontrarse una desigual distribución de poder a lo largo de todas las cadenas de valor a favor de los propietarios del capital. Entonces, cualquier crecimiento económico provoca que las ganancias debidas a la productividad del trabajo no sean apropiadas por quien trabaja, sino por el capital, hecho que profundiza la ya existente concentración del ingreso.
El conflicto distributivo en nuestro país data desde 1930, año que dio fin al modelo agroexportador y comienzo al período de sustitución de importaciones. Durante el primer gobierno de J. D. Perón mediante reformas sociales, fortalecimiento de la actividad sindical y políticas proteccionistas se logró elevar el salario y su participación en el producto en forma notoria. En dicho período, el conflicto distributivo fue dirimido en parte gracias a un contexto económico favorable: stock de reservas internacionales significativo y términos de intercambio beneficiosos. Sin embargo, años más tarde se produjo la primera crisis de balanza de pagos (el primer “stop” de la dinámica argentina de Stop and Go), que contrajo la actividad y el empleo durante el gobierno peronista. Entonces, se hizo manifiesta por primera vez la existencia del conflicto distributivo.
Al culminar los veinte años que van de los cincuenta a los setenta, con alternancias entre gobiernos débiles o dictaduras, este conflicto continuaba vigente y sin poder neutralizarse, derivando en ciclos recurrentes de stop-and-go y arrojando como resultado del período lo que ha dado en llamarse “empate hegemónico”.
La dictadura de 1976 dio lugar al surgimiento del régimen de alta inflación que derivó en las crisis de deuda de principios de los ochenta y de los 2000. En este período volvió a ganar el capital en detrimento de los trabajadores. El trabajo ya no reclamará por una mayor participación en la riqueza, sino que se conformará con al menos participar de la misma. En palabras de la economista inglesa J. Robinson “la miseria de ser explotado por los capitalistas no es nada comparado con la miseria de no ser explotado en absoluto”.
En los últimos tiempos, el conflicto distributivo ha vuelto a estar presente como tantas veces en nuestra historia luego de un período de crecimiento del producto y mejora de la distribución y la redistribución del mismo, con un fuerte aumento del empleo bajo gran parte del gobierno Kirchnerista. Al final de aquel período de gobierno comienza a producirse un estancamiento del empleo asalariado privado, lo cual se expresa en una situación socioeconómica y sociolaboral que reaviva el conflicto y que el gobierno actual no hizo más que agravar.
Argentina y la solución que nunca llegó
Para poder dar solución a este problema, el primero paso será reconocerlo como tal. Luego, promover un análisis complementario de los de distribución funcional y personal del ingreso para poder arribar a un diagnóstico preciso e integral del fenómeno en los distintos momentos del proceso de generación y apropiación de valor.
En segundo lugar y de vital importancia, definir un modelo de desarrollo que estimule paralelamente la capacidad productiva de los sectores generadores de divisas y salarios en aumento, que sea inclusivo para el conjunto poblacional y, detalle no menor, que sea viable sostenerlo en el tiempo.
Por lo anterior, se descarta la usual estrategia de basar el desarrollo de nuestro país en recursos naturales. El sector agropecuario, si bien es generador de divisas y competitivo a nivel internacional, no alcanza para garantizar oportunidades laborales a toda la población. Se excluye también la posibilidad de perseguir al desarrollo alentando el consumo doméstico como único dispositivo dinamizador de la economía. Si bien contar con un robusto mercado interno es necesario no es suficiente, por cuanto expansiones en la demanda interna típicamente derivan en retraso cambiario, desincentivando la oferta doméstica de bienes y servicios transables internacionalmente. Esta estrategia colisiona tarde o temprano con la falta de divisas (restricción externa).
Potenciar los recursos naturales y diversificar la matriz industrial es hoy la estrategia de desarrollo que se impone con mayor fuerza. Esto es, expandir los sectores transables que sean más intensivos en trabajo que el sector primario: industria y servicios exportables (servicios profesionales, software y turismo) y a las manufacturas asociadas a la producción de recursos naturales como la biotecnología. Encadenar eslabones hacia atrás permitirá aprovechar nuestros recursos naturales, sustituir importaciones, ahorrar divisas y traccionar fuertemente al empleo. Encadenar hacia adelante, agregará valor y complejizará la matriz productiva y el contenido tecnológico de las exportaciones.
En síntesis, aceptar el conflicto distributivo y conjugar de manera virtuosa recursos naturales con otros sectores no directamente conexos como estrategia de desarrollo, en vista que la estructura productiva y el modo en que se encuentren repartidos sus factores no son de ningún modo neutrales en términos de desarrollo.
Acerca del autor / Sebastián Lucero
Licenciado en Economía (UNLP).Cursó la maestría en Políticas de Desarrollo en la misma casa de estudios. Docente de Análisis Matemático (UNAJ) y SociologíaEconómica (UCALP). Actualmente es Director Ejecutivo del Instituto de Desarrollo Local (IDEL) en la Municipalidad de Florencio Varela.