Economía

ENTRE EL CAPITALISMO SALVAJE Y EL POPULISMO OPORTUNISTA

Crecer para repartir

Por Daniel Novak

Desde hace algunas décadas estamos atrapados entre quienes quieren hacer crecer la economía repartiendo mal o quienes quieren repartir más sin saber cómo hacerla crecer.

El actual presidente de la Nación ha afirmado en reiteradas ocasiones, tanto en el ámbito local como internacional, que las ideas socialistas conducen al empobrecimiento y que lo único que genera crecimiento y mayor riqueza para la comunidad es el capitalismo librado a sus fuerzas “naturales”. En su impronta verborrágica incontenible llegó a caracterizar a los empresarios que evaden impuestos como “héroes” del progreso social.

Lo primero que convendría aclarar es que el socialismo, entendido en su versión marxiana original como la “dictadura del proletariado”, en transición hacia el comunismo, desde hace varias décadas no luce como una opción viable para la humanidad que, con la profundización del individualismo como forma de vida, ya ha dado pruebas claras de que el “hombre nuevo revolucionario y solidario de corte guevarista” no es un estilo de vida con el que se sienta identificada. 

El fracaso de la experiencia soviética y de los denominados “países del este”, más el giro hacia el capitalismo híbrido chino, ratifican el certificado de defunción de la alternativa socialista ortodoxa, cosa que deja bastante en ridículo la obsesión de nuestro presidente con un supuesto predominio de las ideas socialistas en casi todo el mundo.

Sin embargo, hay algo en esta obsesión presidencial que debería llevarnos a reflexionar sobre algunas de nuestras convicciones que están en el fondo de un debate más profundo sobre cuáles son los límites que deberíamos plantearnos en el dilema entre progreso material y equidad social, por llamarlo de una manera simplista. O, dicho de una manera más provocativa aún, entre “capitalismo salvaje y populismo de izquierda”, que parecerían ser los términos más precisos de la dicotomía (¿brecha?) ideológica actual.

Hay algo de verdad en las afirmaciones presidenciales y es que un sistema capitalista librado a sus fuerzas “naturales”, que no son otra cosa que el afán de ganancia en su máxima expresión, incentiva y facilita la mente innovadora de los empresarios para descubrir y desarrollar nuevos métodos de producción y productos que incrementen el excedente (plusvalía) y potencien el “desarrollo de las fuerzas productivas” generando mayor crecimiento y bienestar (mal repartido, por supuesto).

Del otro lado de la brecha, el populismo de izquierda (socialismo, en la jerga presidencial, o “progresismo”, para quienes gustan de una definición más híbrida y menos provocativa) prioriza de manera casi excluyente la cuestión de la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza, viendo en los empresarios exitosos explotadores desaprensivos movidos por el afán de lucro, la avaricia y el ascenso individual, insensibles frente a la pobreza y la exclusión social. Entre sus objetivos fundamentales en función de gobierno están la aplicación de impuestos progresivos (más elevados cuanto más altos los ingresos y mayor la riqueza), la redistribución también progresiva de los ingresos, la defensa de los derechos laborales y, en las últimas décadas, la aplicación y gestión de “planes sociales” que procuran garantizar ingresos mínimos a quienes ya no pueden participar en la generación de riqueza por haberse quedado fuera de juego (exclusión social).

En este juego de suma negativa entre los adalides del progreso material supino y los defensores melancólicos del fifty-fifty entre salarios y ganancias, la Argentina se ha ido transformando en un engendro, una especie de Frankestein económico-social, donde los incentivos para invertir son casi inexistentes mientras casi la mitad de la población se debate entre la pobreza y el trabajo informal sin ninguna perspectiva de ascenso social sino más bien (o mal) la amenaza de caer fuera del ring.

¿Cuál es la sensación que prevalece entre los principales protagonistas de este sainete? Los empresarios exitosos, algunos de ellos caracterizados como “unicornios tecnológicos” cuyos emprendimientos están valuados en más de mil millones de dólares a nivel internacional, se sienten no sólo no reconocidos sino además perseguidos por los gobiernos “populistas” que recurren a todo tipo de regulaciones para capturar parte de sus ganancias en beneficio de los sectores más vulnerables de la sociedad (y a veces en el suyo propio) y que han sido rotulados por este motivo como la “casta política” por parte del actual presidente.

Del lado del trabajo la sensación prevaleciente es la del deterioro progresivo en las condiciones generales, tanto en lo que hace a la modalidad de contratación como a las remuneraciones. En el primer trimestre de 2024 la clase trabajadora, según el INDEC, estaba constituida por poco más de 20 millones de personas, de las cuales sólo 10 millones fueron asalariados formales, 5,5 millones eran asalariados informales (en negro) y 4,5 millones trabajadores por cuenta propia (la mayoría monotributistas).

Según la Subsecretaría de Seguridad Social de la Nación la remuneración mensual promedio sujeta a aportes jubilatorios de los asalariados formales privados y públicos (índice RIPTE) fue en mayo de 2024 de casi 880 mil pesos; por su lado el INDEC informó que en ese mismo mes el valor de la canasta básica total para no caer debajo de la línea de pobreza fue de 851 mil pesos para un matrimonio con dos hijos y de 895 mil para uno con tres hijos. Considerando que el RIPTE es un promedio, está claro que al menos la mitad de los trabajadores formales están ya por debajo de la línea de pobreza.

O sea que si para la mitad de la clase trabajadora que se ampara en la formalidad la pobreza es una amenaza de todos los meses, para la otra mitad informal o cuentapropista es una realidad agravada por la falta de cobertura previsional y de salud.

Y todo esto sucedió con la alternancia de gobiernos con políticas liberales supuestamente proempresariales y otros que se propusieron redistribuir las migajas de un sistema económico en decadencia. Si tenemos en cuenta que el producto interno bruto (PIB) de nuestro país fue en 2023 casi del mismo valor que el de 2011 con una población 14% superior, se concluye que el PIB per cápita cayó aproximadamente en ese porcentaje en los últimos doce años, sin contar la caída adicional que tendrá en 2024.

Con los datos anteriores sobre el deterioro de las remuneraciones laborales se puede inferir que la distribución del ingreso empeoró y que, por lo tanto, la pérdida de nivel de vida de la clase trabajadora ha de haber sido mayor que la caída del PIB per cápita. Según el INDEC, el coeficiente de Gini, que mide la proporción de desigualdad distributiva de los ingresos, aumentó de 43,4% en el primer trimestre de 2011 a 46,7% en el mismo lapso de 2024. O sea que no sólo se tiene una menor disponibilidad de bienes, sino que están peor repartidos.

Todo parece indicar entonces que desde hace algunas décadas estamos atrapados entre quienes quieren hacer crecer la economía repartiendo mal o quienes quieren repartir más sin saber cómo hacerla crecer. Una economía que crece incrementando la marginalidad y la pobreza es inviable e invivible a mediano y largo plazo; la teoría del derrame del crecimiento ya dio pruebas claras de ser una quimera incumplible.

Pero tampoco se puede agrandar las porciones de una torta que se achica y en el capitalismo, único modo de producción prevaleciente en casi todo el mundo, la única que puede hacer crecer la torta es la burguesía, guste o no guste, por supuesto con el apoyo y el control de un Estado proactivo y eficiente, cosa de la que estamos muy lejos todavía.

Habrá que debatir qué alcances y límites debería tener el apoyo a una burguesía emprendedora para que no sea depredadora, ni de los mercados ni del ambiente. Pero lo importante es perder del lado del “populismo” el prejuicio hacia quienes saben cómo hacer crecer su negocio y sus ganancias, aunque desagrade la idea de pensar que los empresarios exitosos son aquellos a quienes el dinero les interesa más que cualquier otra cosa en la vida. Tampoco se trata de bajar las banderas de la equidad y la justicia social, pero no al precio de perder la capacidad de crecimiento económico, que es lo único que puede incrementar las oportunidades de trabajo. Porque el crecimiento es la condición necesaria, y la equidad social es la condición suficiente para que sea sustentable. Para eso habría que volver a debatir a fondo qué queremos decir con el término “equidad social”, ya que no es ni a cada quien según el sudor de su frente ni la igualdad absoluta de a cada quien según sus necesidades, independientemente de su esfuerzo. Pero si no sabemos cómo hacer crecer la economía el objetivo prioritario y excluyente de repartir sólo provocará puja distributiva e inflación incontrolable.

Acerca del autor / Daniel Novak

Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, Coordinador de la Licenciatura en Economía – @novak_daniel

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