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GOLPE DE ESTADO EN BOLIVIA

¿Qué significa ser de izquierda?

Por Álvaro García Linera

Mestiza publica la conferencia dictada por Álvaro García Linera el 20 de noviembre de 2018 en el Primer Foro del Pensamiento Crítico (CLACSO), en la que el vicepresidente boliviano abordó cuestiones cruciales del pensamiento de izquierda, con el objetivo de abrir un diálogo, tanto teórico como práctico acerca de las perspectivas políticas de los movimientos populares latinoamericanos.

¿Qué significa ser de izquierda? Haber sacado a 72 millones de habitantes de América Latina de la pobreza. ¿Qué ha significado ser progresista, ser populista, ser izquierdista, ser socialista, en América Latina? El fortalecimiento de los sindicatos, de los múltiples movimientos sociales, nuevas formas de participación como el referéndum, como la democracia comunitaria, como las intersectoriales, como las movilizaciones sociales con efecto estatal que cambiaban o elaboraban decretos, que cambiaban o elaboraban leyes, la democratización creciente de las relaciones personales y un impulso a la gestión del cuerpo en la que cada mujer es y tiene que ser soberana sobre las decisiones de su cuerpo [aplausos].

Los gobiernos progresistas han aprendido del movimiento de mujeres, posiblemente muchos gobiernos llegaron a la gestión de gobierno sin entender o con distancia. Pues, sobre la marcha tuvieron la flexibilidad y la sabiduría de abollar sus creencias iniciales, heredadas de miradas conservadoras, para tener una actitud de acompañamiento, no de dirección, porque la mujer no necesita ser dirigida, de acompañamiento a las luchas de las mujeres por sus reivindicaciones.

 

La izquierda ha significado en estos doce años nuevas formas de gobernabilidad. Hay gobernabilidad en los países, hay estabilidad de los países, no solamente con coaliciones políticas partidarias. Lo que hemos mostrado al mundo es que la gobernabilidad real, plebeya, que se construye es mayoría parlamentaria – mayoría callejera. Se gobierna desde las calles, se gobierna desde el parlamento, y la unidad de ambas da gobernabilidad a los gobiernos progresistas.

En cuarto lugar, las fuerzas progresistas tuvieron la virtud de haber construido historias culturales previas -en diez, veinte años previos, o de manera concentrada, en meses o años previos- a los grandes estallidos catárticos de la sociedad en América Latina. Gramsci tenía razón. Cualquier historia popular, política o militar, requiere previamente de historias culturales, desarrollados de los distintos ámbitos de la vida, en la universidad, en los medios de comunicación, en el barrio, en la actividad cotidiana, en la familia, etc.

En quinto lugar, el progresismo latinoamericano ha resuelto sobre la marcha un debate que se va dando en al ámbito de la reconstitución de las izquierdas europeas, socialistas o socialdemócratas radicales, el tema de la relación entre progresismo y libertad. Por lo general, los que venimos de las izquierdas de los años 60 y 70 traíamos una distancia frente al concepto de libertad que lo asociábamos al libre mercado o el egoísmo del interés personal. Sobre los hechos, y sin mucha reflexión, el progresismo latinoamericano ha abordado ese tema de una manera muy creativa: el respeto de las libertades republicanas, libertad de opinión, libertad de asociación, libertad de pensamiento, libertad de formar -sin coacción- voluntad política nacional. Es decir, hemos sabido llegar al poder, transformar el poder, mediante las elecciones, y habremos de regresar nuevamente al poder una y otra vez, y otra vez, mediante las elecciones [aplausos].

Frente a una lógica del determinismo histórico en el que había un solo sujeto promotor del cambio y el resto de la sociedad era meramente acompañante sospechoso de la vanguardia, el progresismo latinoamericano ha tenido la virtud de promover, de inventar, un conjunto de articulaciones sociales contingentes, plurisectoriales, multiidentitarias y pluricivilizatorias: obreros, indígenas, barrios, jóvenes, mujeres, profesionales, campesinos, en una articulación plebeya en la que no hay un sujeto mandado a dirigir y a conducir al resto, donde el que conduce es fruto de contingencias, de habilidades estratégicas, de convocatorias, de construcciones discursivas, de narrativas movilizadoras, pero en todo caso no hay un sujeto de vanguardia, un único sujeto articulador. Las transformaciones y los bloques históricos son construcciones plurales, contingentes y flexibles [aplausos].

En quinto lugar, y esto ha sido lo más dificultoso, pero se ha logrado en parte, es que una de las virtudes de los gobiernos progresistas latinoamericanos es haber formado, o haber impulsado, formas alternativas de gestión económica pos neoliberales, no diría poscapitalistas. Ninguna revolución comienza planteándose el comunismo. La revolución rusa surgió planteándose pan y acabó tomándose las fábricas, pero comenzó planteándose la pelea por el pan, por la libertad. Acabó luego metiéndose a las fábricas y construyendo soviets.

En América Latina hemos tenido la capacidad de ampliar los bienes comunes, tanto estatales como los sociales. Hemos tenido la capacidad de crear formas selectivas y puntuales de globalización, formas selectivas de protección y de mercado interno, que es un poco lo que ahora Europa en su lado progresista está intentando experimentar. Nuevas formas de soberanía económica, financiera, control de los bancos, bancaria -un Banco Central que controla su moneda-, militar –no bases norteamericanas en el continente- y políticas –no embajadas extranjeras que definen el destino de los países- [aplausos].

En sexto lugar, como nunca antes, los progresismos tuvieron la virtud de impulsar políticas de integración y de soberanía continental, una internacional progresista que permitió que América Latina pudiera preocuparse de sus problemas, definir sus problemas, ayudarse en sus problemas sin esperar que el gobierno norteamericano ni el FMI, ni el Banco Mundial, ni la Unión Europea nos tengan que decir lo que tengamos que hacer.

Hay varios otros elementos de los aportes del progresismo latinoamericano al mundo. Me voy a detener en estos ocho –luego capaz en el diálogo salen otros temas-. Ahora quiero detenerme en los límites que hemos tenido, porque de los límites que tenemos y la conciencia de los límites que tenemos, comenzamos a superar esos límites en el sentido hegeliano.

Primer límite que hemos tenido y que tiene que ser la lección para futuro, para la nueva oleada: la sostenibilidad del crecimiento y de la satisfacción económica. Se puede llegar al gobierno en un momento de crisis, de apertura y de disponibilidad social, de frustración colectiva frente a políticas conservadoras, con una propuesta, con una narrativa coherente del porvenir. Se puede. Pero, para mantenerse en el gobierno no es suficiente la voluntad política. No olviden lo que decía Lenin, la política es economía concentrada y la clave de la sostenibilidad de un gobierno progresista radica en una buena gestión duradera de la economía: crecimiento económico, redistribución de la riqueza, sostenibilidad del crecimiento y de la redistribución de la riqueza. A la izquierda, a diferencia de las derechas o de los conservadores, un error en economía nos lo cobran hasta la vida. A la derecha, un error en economía se lo toleran, es parte del sentido común conservador que se vuelve tolerante ante fuerzas conservadoras. La izquierda no tiene derecho a equivocarse, Es complicado, ¡pero ni modo!,  de eso aprendemos para mirar hacia el futuro [aplausos].

Un segundo elemento es la debilidad de las transformaciones del sentido común. Llamamos sentido común al conjunto de criterios morales, procedimientos lógicos, actitudes instrumentales,  que hacemos sin reflexionar sobre ellas. Desde la forma de sentarse, de comer, el lenguaje, la arquitectura del lenguaje que nos permite comunicar y crear sentidos compartidos, con otros compañeros del barrio, con la familia, con los compañeros del trabajo. Es el conjunto de indignaciones y tolerancias morales que practicamos a diario; es el conjunto de algoritmos de la vida cotidiana que automáticamente los disparamos, los ejecutamos, sin estar pensando que lo estamos haciendo, como agarrar este micrófono. Puedo estar hilando mis ideas sobre la izquierda sin necesidad de preocuparme cómo se agarra un micrófono y de cómo tengo que mirar al público. Eso es el sentido común. Esos saberes, esa forma de ubicarse en el mundo, esa forma de actuar automática en el mundo, esa forma de valorar instantáneamente y espontáneamente el mundo. Que no es natural, que es fruto del sedimento de lo que Marx llamaba la educación, el hábito, la tradición, desde que tenemos un día de vida hasta que somos adultos. A eso llamamos el sentido común. Pues el sentido común había sido lo más importante en la política. En el fondo, la política es una lucha por la conducción del sentido común. Y los gobiernos progresistas supieron estar en el momento preciso como fuerzas progresistas, con el discurso preciso, en el momento en que un pedazo del sentido común se resquebrajó. Un pedazo del viejo sentido común, que asignaba a otros la decisión de las cosas de uno, que apostaba al mercado o a la globalización la satisfacción de las necesidades, que delegaba en personas, en partidos  o empresarios la solución del problema de los pobres, ese viejo sentido común se resquebrajó en un momento de catarsis social. En Bolivia, año 2001, año 2003, año 2005. Argentina, Brasil, cada país tiene su propio momento de catarsis social –en el sentido gramsciano- que quiebra pedacitos superficiales del sentido común. Cuando se llega al gobierno, uno cree que ese sentido común que lo catapultó a funciones estatales es enraizado. No es cierto. Lo que hemos entendido y comprendido es que el sentido común es más que estos aspectos circunstanciales de la catarsis social, que el sentido común es todo un sedimento conservador reproductivo más que transformativo, y que si los gobiernos progresistas no hacen un esfuerzo planificado, sistemático, en educación, en la salud, en la vida cotidiana, en la escuela, en los medios de comunicación, en los libros, en el teatro, en las gestualidades, en las relaciones intrafamiliares, en las simbologías, en las formas de unificación, en las formas de preparación, ¡en el orden moral del mundo!, en el orden lúdico del mundo para transformarlo, el viejo sentido común se volverá a reconstituir y se apoderará y desplazará el nuevo sentido común progresista superficial. De ahí la paradoja, que nos ha costado aceptarlo, ¿cómo es posible que compañeros que salieron de la pobreza fruto de las políticas progresistas, voten contra un gobierno progresista? Parece una traición. No lo es. Parece una inconciencia. No lo es [Aplausos]. Hay que asumirlo como debilidad. Y como lección. Hay continuidad en los procesos progresistas en tanto satisfacen necesidades básicas crecientes, en tanto transforman y revolucionan ininterrumpidamente las pautas del sentido común conservador que gobierna el 90, el 95 por ciento de nuestros procedimientos cerebrales.

Tercera debilidad, tercera lección: No es posible un crecimiento económico que sea a la vez un decrecimiento ecológico. ¿Cómo resolver esta paradoja? Crecimiento económico con protección ecológica, es decir, el horizonte de un socialismo ecológico se presenta en América Latina como un hecho inevitable en la siguiente oleada.

Fortalezas, debilidades, tareas. ¿Qué es lo que puede pasar en el continente ahora? ¿Estamos ante el inicio de un largo repliegue del progresismo latinoamericano que va a dar lugar a una larga noche conservadora, neoliberal, racista, misógina, excluyente, neocolonial? ¿O no? Yo estoy convencido de que no, por lo siguiente. Estamos enfrentando una oleada conservadora, neoliberal, que tiene dos límites intrínsecos: es fosilizado y es, en sí mismo, contradictorio. ¿Por qué es fosilizado? Porque el neoliberalismo, que ha triunfado recientemente en algunos países de América Latina, está repitiendo las viejas recetas que hace veinte años fracasaron y llevaron a esos países al desastre económico y al desastre social. No hay inventiva, no hay creatividad, no hay esperanza, es simplemente una vieja repetición, mal adobada encima, mal formulada, de viejas actitudes, de viejas decisiones que ya fracasaron en el continente años atrás. ¿Por qué es contradictorio y enfermizo? Porque a diferencia de lo que ocurría en los años ochenta, cuando el neoliberalismo se presentaba ante el mundo como una esperanza movilizadora de pasiones, como una esperanza movilizadora de adhesiones voluntarias, el neoliberalismo actual solamente moviliza odios, resentimientos, odio al pobre, odio a la mujer liberada, resentimiento con el trabajador alzado, resentimiento contra el sindicalismo exagerado que entorpece la acumulación. Es decir, es un neoliberalismo fundado en la negatividad y no en la preposición, no en la esperanza de mediano plazo sino en el rechazo emotivo de corto plazo. Y eso tiene patas cortas. En tercer lugar, ¿qué neoliberalismo? Resulta que los que hace diez o veinte años propugnaban el libre mercado, la libre empresa, las privatizaciones, hoy nacionalizan bancos, hoy fortifican sus fronteras y se pelean contra la globalización. Y resulta que los comunistas, que son dueños de empresas estatales, son los propugnadores del libre comercio globalizado. Entonces, ¿qué?, ¿los comunistas se han vuelto globalizados y los privatizadores se han convertido en proteccionistas? Tenemos un neoliberalismo fallido, de corto aliento, y un mundo incierto. Se ha perdido el norte y el horizonte de las fuerzas de derecha. ¿Hacia dónde vamos a ir? ¿A hacer alianza con China y entonces hay que estatizar empresas? ¿O vamos a tocar las puertas de Europa y Estados Unidos, que están pidiendo protección para sus mercados o están propugnando libre mercado? ¿Qué camino va a seguir América Latina? Se ha agotado el combustible neoliberal. Lo que ahora tenemos es una especie de neoliberalismo zombie, que sobrevive de sus viejas victorias y que no logra captar el entusiasmo colectivo de la sociedad. Soy un convencido de que esto se va a agotar, de que en vez de vivir una larga noche neoliberal hemos de vivir una corta noche de verano neoliberal. Y ahí es donde nos toca a nosotros reconocer lo que hicimos bien, reconocer lo que hicimos mal y prepararnos. La izquierda tiene que volverse a preparar para tomar el poder en los siguientes años en el continente [Aplausos]. Y esperemos que esta nueva oleada de gobiernos progresistas que vayan más allá de la primera oleada, cuente, ahora sí, con un apoyo de otros lugares del mundo. Miramos a España, miramos a Inglaterra, miramos a Francia, miramos a todas partes del mundo con la esperanza de que no nos dejen solos, de que la siguiente oleada pueda ensamblarse con una oleada continental y mundial que nos permita avanzar mucho más en derechos y bienestar para la población mundial [Aplausos sostenidos]

Acerca del autor / Álvaro García Linera

Álvaro García Linera nació en Cochabamba, Bolivia, el 19 de octubre de 1962 , vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Militante político de izquierda, es uno de los intelectuales más originales y escuchados del pensamiento nacional popular latinoamericano. Entre sus múltiples trabajos se encuentran La potencia plebeya: acción colectiva e identidades indígenas en América Latina (2011), Estado, revolución y construcción de hegemonía (2012) y el más reciente Democracia, Estado, Revolución: antología de textos políticos (2016).

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