Ambiente, Nosotres

UNA RELACIÓN NECESARIA

Educación Ambiental, Ambiente y Feminismo: puntos de encuentro.

Por Daniela García

Los múltiples conflictos socio-ambientales que hoy se evidencian a escala local y planetaria -la degradación de ecosistemas y la naturaleza sobre explotada, la pérdida de diversidad biológica y cultural, la concentración humana en megalópolis, el cambio climático, la destrucción del patrimonio de los pueblos y la desigual distribución de los costos ecológicos del crecimiento por citar solo algunos- son emergentes del modelo de desarrollo hegemónico que se basa en una lógica mercantilista y economicista de la vida, que aliena al ser humano de la naturaleza y provoca una creciente inequidad e injusticia social. De ahí que la crisis ambiental no es una crisis ecológica. La crisis ambiental es antes que nada una crisis social pudiendo decir que desde hace ya unos años estamos inmersos en una profunda crisis civilizatoria. Como bien expresa el Manifiesto por la Vida: por una ética para la sustentabilidad, es “…la crisis de un modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado a la naturaleza y negado a las culturas alternas. El modelo civilizatorio dominante degrada el ambiente, subvalora la diversidad cultural y desconoce al Otro (al indígena, al pobre, a la mujer, al negro, al Sur) mientras privilegia un modo de producción y un estilo de vida insustentables…”.

Las desigualdades emergentes de este modelo desigual, patriarcal y clasista se reflejan en los numerosos informes producidos por agencias de la ONU, a la vez que dan cuenta que la pobreza está feminizada. En Latinoamérica, mientras el 12,5% de los hombres no tiene ingresos propios, entre las mujeres esa cifra asciende al 29%. En nuestro país el índice de pobreza indica que son las mujeres las más afectadas, y quienes tienen los trabajos más precarizados y realizan el 75% del trabajo no remunerado.

En este contexto, el Pensamiento Ambiental Latinoamericano, la Educación Ambiental orientada hacia una pedagogía crítica y liberadora, y el ecofeminismo tienen múltiples puntos de convergencia en sus reflexiones y reivindicaciones. Éstas se potencian en clave de transformación ya que:

  • buscamos una ruptura con el modelo hegemónico de vida; promovemos la construcción de otros modelos que rompan con el modelo patriarcal, eurocéntrico, racista, totalitario y universalista que destruye la naturaleza y los vínculos sociales.
  • ponemos en el centro de debate la necesaria transformación del modelo de producción y consumo dominante, que pone en crisis la sustentabilidad de la vida y se basa en relaciones de trabajo injustas sobre todo con las mujeres.
  • frente al mercado y el capital decidiendo sobre nuestra vidas, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestro consumo, sostenemos el valor de lo local, de nuestras identidades, de nuestras diversidades y de la producción en función de las economías locales y de nuestras propias necesidades, no de aquellas generadas artificialmente a través de los dispositivos del mercado.
  • asumimos que los procesos de acumulación por desposesión (tomo el concepto de David Harvey) se expresan tanto en el extractivismo como en las decisiones del mercado sobre los cuerpos de las mujeres y sobre las operatorias para colonizar el pensamiento.
  • cuestionamos el modelo de conocimiento unidimensional que la Modernidad ha instaurado, que ha servido de soporte teórico y de medio instrumental para garantizar el funcionamiento del modelo económico hegemónico que ha cosificado a la mujer y a la naturaleza, convirtiendo a esta última en un recurso natural.

Las resistencias alternativas que conforman el ambientalismo y el feminismo configuran fractales poderosos anclados en la construcción de solidaridad, auto-organización, participación democrática, pluralidad y soberanía. Estos procesos, que se promueven asimismo a través de la Educación Ambiental, parten de desnaturalizar las miradas y son constitutivos de las bases que buscan un cambio en los paradigmas de vida y en el orden social impuesto para repensar la relación sociedad-naturaleza y de los seres humanos entre sí. 

Ambientalismo y feminismo constituyen más que luchas por reivindicaciones y denuncias. Son una vertiente de pensamiento y acción transformadora. Comparten horizontes de pensamiento y prácticas territoriales. Y así como las estadísticas demuestran a nivel mundial que son las mujeres las primeras víctimas del deterioro ambiental, somos las mujeres quienes de manera creativa y solidaria encontramos formas e intersticios para emerger frente a diversas crisis.

Diversos colectivos de mujeres en diferentes circunstancias y de diversa procedencia (campesinas, indígenas, afrodescendientes, citadinas de barrios vulnerados o no; en el marco de políticas estatales o por fuera del estado; agrupadas en movimientos o surgidas de alianzas en momentos críticos de nuestras historias) han demostrado la construcción de prácticas solidarias alternativas en clave de vida, que dan cuenta de la posibilidad de transformar el sistema económico patriarcal, excluyente, clasista y antiecológico. 

Son múltiples las experiencias que dan cuenta del rol de las mujeres frente a diversas crisis sociales y ambientales, y de cómo éstas dentro de su familia y en su comunidad contribuyen para superar las mismas con salidas concretas, reactivando las economías con producción local, talleres artesanales o cooperativas, dentro de una arquitectura de solidaridad. Basta solo pensar en los comedores y merenderos que enseguida se ponen en marcha en momentos sociales críticos. Estos ejemplos, donde aparecen las mujeres como sujetos políticos en el centro de esa construcción, constituyen además un acumulado de conocimiento.

La salida de la crisis es colectiva y requiere de perspectivas epistemológicas que arraiguen en el pensamiento de la complejidad, la interculturalidad, el diálogo de saberes y la problematización del lugar del conocimiento. Algunos puntos para comenzar a hilvanar la construcción de una agenda en común entre feminismo y ambientalismo están entramados en la reafirmación de lo público; esto conlleva la necesaria defensa de los bienes comunes, pero también la discusión sobre el gasto público y los criterios que sustentan el mismo. Asimismo, la defensa de los derechos colectivos de nuestros pueblos: el derecho a la salud, al agua, a la biodiversidad, el acceso a la energía como derecho fundamental para la vida. Y los múltiples derechos vulnerados durante centurias como el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, a la salud sexual y reproductiva o el derecho a decidir sobre nuestros alimentos y la forma de producirlos. En definitiva, se entraman en el derecho a decidir sobre nuestros territorios de vida y las formas de existir en ellos, partiendo del precepto de que no hay justicia ambiental sin justicia de género.

Acerca de la autora / Daniela García

Antropóloga. Especialista en Educación en Ambiente para la Sustentabilidad. Docente de postgrado UNLP. Docente-investigadora UNAJ. Integrante de la Red de Mujeres Ambientalistas de Latinoamérica. Codirectora del Grupo Interdisciplinario de Investigación en Ambiente y Sustentabilidad GIIAS- UNAJ.

 

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