Ensayos, POLÍTICA

EL GIRO PRÁCTICO

Cristina y la filosofía

Por Roque Farrán

El acontecimiento político por el cual seguimos vivos depende de una potencia genérica que insiste por debajo de cualquier predicado identificatorio o llamado al exterminio.

Me conmovió ver a Cristina recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Río Negro. Sólo escucharla, verla serena, tan igual a sí misma, plantada en su semblante, repitiendo y desarrollando los mismos argumentos que sostiene hace tiempo: la explicación de las causas y las consecuencias, la exposición de gráficos y números elocuentes, el llamado al consenso y la racionalidad política, el coraje de la verdad y la fragilidad absoluta. Dijo que odiaba ser la protagonista del último giro brutal en la historia argentina, en el cual se hizo deseable como posible, nuevamente, la eliminación fáctica del adversario político; luego quiso desmarcarse de la consigna feminista afirmando que lo político no era asunto personal, pero finalmente lanzó una frase admonitoria que la inscribía -a pesar suyo- en esa línea: “No sé cómo seguimos vivos, la Argentina es un país milagroso”. 

Lo que no saben los que odian a Cristina porque es mujer, porque es populista, porque es inteligente y bella, porque es una referente indiscutible del campo popular, es cómo la criticamos quienes la amamos. Somos despiadados. Nosotros, los que comulgamos con el mismo paradigma de la crítica y la autocrítica y la autoexigencia permanente, no podemos no criticarla porque no dijo tal cosa, porque no contempló tal otra, porque le habla demasiado a quienes la detestan, etc. No entienden que el amor real no es autocomplaciente, no se permite la estulticia, ni la idealización que sutura en el Otro la falta propia. Los virtuosos, como supo ver Freud, son lo que más padecen las exigencias del superyó. 

Pero, ¿cómo podemos morigerar un poco nuestras autoexigencias, no hasta el punto de devenir idiotas, para que otros también puedan captar la conveniencia de no morir de manera tan boba? ¿Por qué prenden aún en ciertos sectores de la población los llamados incendiarios de un Milei o los oportunismos de una conversa como Bullrich? ¿Por qué la racionalidad y las pruebas de una vida un poco mejor que ofrece Cristina no son suficientes? Los argumentos y la experiencia de vida no alcanzan cuando no pueden ser subjetivados, reflexionados críticamente, incorporados en una discusión colectiva. Esa es la razón del núcleo duro de la irracionalidad que persiste y nos llevará puestos a todos los argentinos aún si vivimos, por milagro, en un país maravilloso.

A no ser que entendamos cómo el acontecimiento político por el cual seguimos vivos no es un milagro, sino que depende de una potencia genérica que insiste por debajo de cualquier predicado identificatorio o llamado al exterminio. A no ser que entendamos el nudo por el cual cada quien depende de cada otro y en el que solo un corte bastaría para que nos disolviéramos definitivamente. Hasta el final seguiremos apostando que es posible captar el nudo, que no es un privilegio de una inteligencia superlativa, que cada uno resulta imprescindible si ha despejado la causa de su deseo.

Para eso, en primer lugar, tenemos que captar y apreciar la fragilidad de cada modo de existencia. En segundo lugar, debemos cambiar la modalidad de registro y el pensamiento de la acción, la escucha y la escritura como tecnologías indispensables para plantear una sabiduría práctica al alcance de cualquiera. Nutrirnos de diversos estudios y giros del pensamiento sin desentendernos de las prácticas concretas. Así, lo que importa del último “giro animal” por ejemplo, o del pensamiento ecológico posthumano, no son tanto sus temas y problemas, sino lo que habilitan en sentido práctico y cómo ello nos conduce a valorar nuestra propia tradición de pensamiento. Así, lo que importa del gesto de Cristina, no es repetir el modo en que ella se pronuncia cada vez, sino encontrar nuestra implicación material y responder singularmente.

Ensayo a continuación un montaje de escrituras dispares que sitúan la causa del deseo en términos filosóficos.

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Animaladas. Está bien no querer homologar los actos humanos a los actos animales, no confundir la sociabilidad humana con la animalidad, bajo el término indistinto “manada”. Sobre todo, como se ha usado recientemente, para caracterizar actos de violación. Se supone que así dejamos en paz a los animales y asumimos nuestra especificidad violenta, más social que natural, más aprendida que instintiva. El único problema es que con ello podemos volver a reafirmar nuestra esencia diferencial, el clivaje naturaleza/cultura, y desentendernos respecto a que hay en efecto una continuidad con la animalidad que nos constituye, ya no en la fantasía bestial del instinto liberado, sino en los modos de socialización -cuidados y complejos- de los cuales también podemos aprender. 

Tanto en animales humanos como no humanos hay socialización y aprendizaje, ocurrencias e invenciones, no todo es instinto programado. Por ejemplo, algo nos puede enseñar nuestra descuidada intervención en las manadas de elefantes. Por decisiones humanas, demasiado humanas, en África del sur se han separado a las hembras viejas del resto del grupo. Sin embargo, las matriarcas tienen un rol esencial en los grupos de elefantes, como nos relata Despret en su maravilloso ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?

“La matriarca es la memoria de la comunidad; es la reguladora de las actividades; transmite lo que sabe, pero sobre todo es esencial para el equilibrio del grupo. Cuando la manada se encuentra con otros elefantes, la matriarca puede reconocer, en la forma vocal de estos últimos, si son miembros de un clan más grande o parientes muy lejanos; indica la manera en que hay que organizar el encuentro. Una vez que la decisión está tomada y se transmite a sus miembros, el grupo se apacigua. Así, de las manadas que se habían reconstituido a principios de los años 70 en un parque de África del sur, prácticamente no sobrevivió ninguna. En las autopsias se les descubrieron úlceras de estómago y otras lesiones habitualmente ligadas al estrés. En ausencia de una matriarca, la única en condiciones de asegurarles un desarrollo y un equilibrio normales [recordemos: por la memoria y los modos de organizar los encuentros], los animales no pueden aguantar.” 

En definitiva, tanto animales humanos como no humanos pueden funcionar como manadas, la diferencia no la hace el salvajismo o la sociabilidad, sino la sabiduría práctica que orienta al grupo. En lugar de ser tan crueles con ellos o de creernos sus salvadores, quizá algo podríamos aprender de la sociabilidad y la sabiduría animal. El salvajismo en cualquier reino es lo que nos lleva a dañarnos a nosotros mismos, actuar contra nuestro deseo y renunciar a nuestra potencia. Poder no hacer eso no es cuestión de voluntarismo imitativo sino de conocimiento científico, cuidado ético y posicionamiento político. Si el decir de Cristina cobra tal fuerza performativa que excede por lejos al de cualquier otro político es porque logra anudar esos tres tópicos en su enunciación. De ahí provenga quizá el mito que la animaliza, para bien o para mal.

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Explicaciones. No se trata tanto de explicar o argumentar, como de ejercitarse y componer. Todo lo que he escrito está orientado por lo que he definido recientemente como un “giro práctico”: no importa qué autores o corrientes de pensamiento lean sino cómo leen, cómo se implican en lo que leen, cómo eso los transforma de algún modo, les permite ejercitarse y toma cuerpo, ayuda a despejar el cauce del deseo y prepara para el acto, cual sea, aumentando la potencia de obrar y generando afectos alegres (incluso al borde de la muerte o la extinción masiva). No me gusta decir a quiénes hay que leer y a quiénes no; no me gusta eso de constituir un canon o un panteón; aunque indudablemente tengo mis preferencias y las menciono cada tanto. En cualquier caso, diría: lean a quienes no les dejen más alternativa que cambiar y dejar de contribuir con la estupidez del mundo que se propaga como un virus pandémico, a diestra y siniestra.

Si cada vez hay más gente explicando cómo vivir mejor y menos gente viviendo mejor, como dice un chiste de Tute, es porque parte del problema reside en la explicación excesiva. Hace tiempo insisto en que con la explicación no alcanza: hay que enseñar, mostrar, ejercitarse. Pensar en relación a una verdad que transforma. El sujeto moderno sustituyó la transformación necesaria por el método pautado, pero lo que vino después no ha hecho más que agravar el asunto: recetas, tips o consejos que explican todo en todas partes al mismo tiempo. La ubicuidad de las redes ha hecho posible ese sueño de la razón que engendra monstruos. Esto último es una deriva lógica de la explicación lineal, causal, circular, más convencional. Todavía no hemos alcanzado el pensamiento de la simultaneidad que hace cuerpo en la composición de múltiples procedimientos de verdad. No es explicación, sino ejercicio combinado. Vivir mejor éticamente, incluso en un medio cada vez peor, puede ser una chance para que cada vez más gente viva mejor. Esto sólo sucederá si la ética interpela a la política para que no redunde en explicaciones y pase al acto de transformación.

Cristina no sólo explica, también interpela, llama a la reflexión y al cuidado, lo ejerce, se expone abiertamente e implica. El ejemplo que da no pasa por el saber o la oratoria, sino por la forma de vida.

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Tradiciones. Necesitamos inventar nuevos conceptos para pensar la época, y nuestra situación en ella, sin renegar de las tradiciones de las cuales nos servimos para hacerlo. Si hay una tradición latinoamericana de pensamiento no tiene por qué decirlo todo el tiempo, reafirmarlo como una identidad a priori, debe ponerlo a funcionar en acto. En todo caso, nos podemos preguntar si existe un “momento filosófico latinoamericano” o, más ajustadamente, un “momento filosófico argentino”; en fin, si al pensamiento le ha llegado la hora de materializarse en estas tierras. Eso sucede cuando hay una inquietud real por pensar y proliferan diversas obras, gestos y escrituras que intervienen en nombre propio su tiempo. No se trata de personalidades célebres de la cultura, ni de estar dentro o fuera de las instituciones, sino de sujetos que las atraviesan de diversas maneras y trazan operaciones específicas entrelazadas. 

Sin dudas ha existido un “momento griego”, con sus diversas escuelas, que duró varios siglos y coincide con el nacimiento de lo que hoy llamamos filosofía; un “momento alemán” que va del idealismo al marxismo y pretendió pasar de la interpretación a la transformación del mundo; y un “momento francés” en el que se juntaron marxistas, sociólogos, literatos y psicoanalistas para diseñar una escena fabulosa del pensamiento que anudaba vida y concepto; más temerario sería afirmar que estamos ante un momento latinoamericano o argentino. No obstante, hay una emergencia y efervescencia del pensar que se observa en distintos niveles y con desiguales resultados: desde los medios de comunicación y la lógica del espectáculo, pasando por la larga tradición de grupos y talleres de lectura, hasta los más recientes grupos de investigación financiados por el Estado que realizan congresos, publican revistas y libros, intervienen en la escena pública, etc. 

Aún no escuchamos muchos nombres propios que resuenen entre sí y se retroalimenten de la diferencia, pero se oyen algunas voces singulares. No todo se reduce a la lógica de la reproducción académica, profesional o mediática, comienzan a producirse algunos entrelazamientos interesantes que las exceden. Lo peor que podríamos hacer ahora es retroceder hacia identidades cerradas que desprecien las prácticas de los otros; tenemos que apostar al pensamiento abierto, múltiple y anudado que potencia cada gesto. El mismo problema que atraviesa a la política, el problema de la unidad en la diversidad, encuentra en la filosofía su despeje adecuado.

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Ejercicios. Los últimos seminarios que dictó Foucault nos brindan elementos valiosos para practicar la filosofía. El texto establecido de La hermenéutica del sujeto, por ejemplo, es cautivante. Lo es por todos los materiales históricos que nos aporta y por la organización conceptual que los dispone de manera clara y distinta. Aunque mejor que leer sobre ellas sería realizar en efecto las prácticas de sí. Prácticas que incluyen la lectura, por supuesto, pero también algunos ejercicios más: escuchar, hablar, meditar, escribir, ponerse a prueba ante lo real. Cada uno hace lo que puede con su ocupación (de sí). Luego está la filosofía que es un modo de interrogar esas prácticas en relación a otras: los modos de ejercer o padecer relaciones de poder, por ejemplo, o los modos de acceder a, o producir, ciertos saberes. La filosofía como práctica no es un mero acopio de saber sobre su historia, ni un metasaber específico montado sobre otras prácticas (filosofía de la historia, la ciencia, el arte, la política, etc.), tampoco es una simple terapéutica. Se trata de otra cosa, siempre otra cosa, que no cesa de interrogar los límites de aquello que insiste en cerrarse sobre sí mismo: saber, poder o cuidado. La filosofía como práctica es, podría decirse, un modo singular de padecer activamente esa torsión de sí que disloca los conjuntos prácticos de manera inmanente a ellos.

Podemos ejercitarnos también en la lectura de un clásico. Leer el Critón, o Del deber, de Platón. Allí, encontramos a Sócrates en sus últimos días, condenado a muerte por corromper a la juventud, por interpelar a los ciudadanos a pensar, a ocuparse de sí mismos. Critón lo visita en su confinamiento y le sugiere escapar, él le brinda su apoyo económico y logístico para hacerlo, es un hombre influyente. Sócrates no quiere saber nada, le recuerda sus conversaciones sobre la justicia y que no se trataba de un simple juego de niños. Le recuerda los principios de vida sobre los que conversaban y él basaba su conducta. Esta es la prueba de la verdad. Critón insiste en que va a dejar huérfanos a sus hijos, a su familia y a sus amigos desamparados, pero más le preocupa que los demás crean que él no hizo lo suficiente para salvar a su amigo, que no utilizó sus ingentes recursos. Sócrates le dice que no se preocupe por lo que piensen los demás, hace hablar a la República para decirse a sí mismo que sea consecuente, que si ha decidido vivir bajo las leyes de la ciudad, si no ha decidido irse a vivir a otro lugar, si ha hecho profesión de filósofo justo, entonces no puede evadirse, él menos que nadie: no puede responder al mal con el mal. 

Lo leemos y no podemos dejar de pensar en Cristina, en su intachable conducta ante las denuncias de corrupción: no ampararse en sus fueros, no fugarse a ninguna parte, presentarse ante la justicia, responder a cada una de las acusaciones con paciencia, pese a que los magistrados están lejos de cualquier imparcialidad, pese a que los adversarios políticos no cesan de evadirse, hacer trampas y manipular por todos los medios las pruebas. Esa forma de atender al deber por encima de sus agentes no solo es una posición política, sino una prueba ética y eminentemente filosófica que responde a nuestra mejor tradición.

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Deseo. Todas las tardes viene un colibrí al patio, se posa alegre sobre algunas ramas y revolotea en torno a las flores, luego se coloca frente al gato a corta distancia, pareciera mirarlo, cambia velozmente de posición, se acerca aún más, se desplaza de un lado al otro, pero siempre frente a él, como si lo saludara o burlara. El gato se limita a mirarlo agazapado, fascinado, no en la posición habitual en la que acecha mariposas que caza fácilmente, como si supiera que al colibrí le es imposible alcanzarlo. Nunca llego a filmar ese momento mágico, todo sucede en escasos segundos. La única tecnología con que cuento es la escritura. Cada vez que aparece algo de lo real me quedo un poco así, agazapado, fascinado, no busco describir lo que sucede, lo miro de frente, como si me saludara o burlara y, en vez de dar el salto, escribo. Hay una parte de mí que siempre sale volando, alegre, luego vuelve para que la escriba, pero no llego a captar ese momento mágico. La tecnología de sí necesita de la escritura y algo más: un pensamiento recurrente que cambia de forma y persiste en su deseo. Un anudamiento singular que enlaza el gesto animal, la tecnología más elemental y la idea de que podemos cambiarlo todo.

Acerca del autor / Roque Farrán

Filósofo. Investigador Independiente del Conicet.

Autor, entre otros libros, de La razón de los afectos: Populismo, feminismo, psicoanálisis y El giro práctico. Ejercicios de filosofía, ética y política en la coyuntura

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