Cine y política, Nosotres

DE WILLIAMSBURG A BERLÍN

Un boom poco ortodoxo

Por Wanda Wechsler

Deberías saber que no soy como las demás mujeres. Quiero decir, soy normal. Pero…no soy como las demás” le dice Esty  a Yanky el día que se conocen. Esta frase resume la tensión que la protagonista vive entre “su origen” y “su destino”. Poco Ortodoxa no sólo nos propone una historia de viajes, de mudanzas  físicas y espirituales, sino también una mirada sobre las raíces y la identidad.

 

Quienes trabajamos temáticas vinculadas al judaísmo en Argentina, estas últimas semanas de cuarentena nos sentimos maravillades con el fenómeno que generó la miniserie Poco ortodoxa de la plataforma Netflix. Tópicos que forman parte de nuestras lecturas como el ídish, el Holocausto, la comunidad ortodoxa y otros aspectos, se pusieron en boca de todes. La miniserie despertó un interés particular y se convirtió de forma rápida en una de las más vistas durante la primera etapa del “aislamiento social, preventivo y obligatorio”. Esto generó que intelectuales y periodistas produjeran diversos contenidos sobre el tema.

Antes de avanzar en el planteo, repasemos brevemente el argumento de la miniserie. La joven Esty, perteneciente a la congregación jasídica Satmar de Nueva York, decide hacer un giro de 180 grados en su vida. Tras abandonar a su esposo Yanky y a su comunidad, se exilia (o refugia) en la cosmopolita Berlín. La elección de ese lugar no es aleatoria, no sólo porque allí vive su madre, quién también  había escapado a ese mismo destino años antes, sino porque  Berlín remite directamente  a la cuna del nazismo.

La miniserie, versión adaptada de la novela autobiográfica de Deborah Feldman, logra en solo cuatro capítulos plantear una historia que se despliega en dos escenarios contrastantes: el barrio de Williamsburg -distrito neoyorquino de Brooklyn-  y la ciudad de Berlín. Este formato, que otorga ritmo y dinamismo a la trama, convirtió a Poco Ortodoxa en un éxito inmediato y  contribuyó a que les espectadores la devorasen rápidamente.

Sin embargo, no es ese el único aspecto que la vuelve atractiva. Por ello, me propongo indagar en dos elementos que, a mi parecer, son los que nos atrapan. El primer punto a destacar es que Unorthodox  posibilita el acercamiento a una cultura que para la mayoría resulta ajena y llamativa. Así, como observando a través de la hendija de una puerta que nos separa de un mundo antiguo y atractivo a la vez, podemos conocer en detalle algunos aspectos de la comunidad jasídica de Satmar: cómo rezan, cómo se visten, cuáles son sus ritos, cómo conocen a sus parejas, cómo festejan sus casamientos y hasta cómo son en la intimidad de sus camas. El segundo punto que la hace interesante es el despliegue de una historia que tiene por protagonista a una mujer, que se empodera y rompe con los mandatos más arraigados de la comunidad que integra. Vemos como Esty problematiza el no poder estudiar, su lugar como esposa, la maternidad impuesta o la idea de que su intimidad esté en boca de todes. Estos cuestionamientos y la necesidad de ser fiel a su deseo, hacen que abandone esa vida que la agobia para transformar su destino. Hay ciertos momentos claves en la trama que condensan su espíritu libertario: su escape, ayudada por otra mujer (su profesora de piano) en un acto de sororidad; la escena en que se sumerge en el río y abandona su peluca en la corriente; el hecho de que se animara a usar jeans o ir a bailar a un pub.

En este sentido, la liberación de una mujer y la afirmación sobre la elección de su destino hacen que la historia tenga una indiscutible actualidad. Sin embargo, la forma en que los aspectos señalados son narrados en la miniserie pueden ser problematizados. En primer lugar, la comunidad neoyorkina de Satmar representa un caso muy particular del diverso mundo judío. Este grupo fue prácticamente aniquilado durante el Holocausto, lo que explica de algún modo su poca apertura hacia el resto de la sociedad. Es sumamente observante de los preceptos judíos, antisionista y conserva el ídish como lengua principal. De modo que, el retrato que la miniserie nos ofrece de esa comunidad es algo totalmente opuesto a lo que Esty encuentra en Berlín. Así se construyen dos mundos enfrentados: uno cerrado, poco cromático y estricto, mientras que el otro se exhibe como abierto, cosmopolita y libre.

Esas construcciones fomentan miradas estereotipadas y ocultan matices presentes en ambas sociedades. Por un lado, no todas las comunidades que integran la ortodoxia judía son iguales, ni tampoco la forma que tienen las mujeres de vivir y sentir en ellas es del modo en que lo hace Esty en la miniserie. Por poner un ejemplo local, la comunidad “Congregación Sefaradí” de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, habla castellano, manda a sus hijes a escuelas con reconocimiento estatal, utiliza celulares con acceso a Internet y permite que las mujeres estudien y trabajen.

Por otro lado, la representación que se hace de Berlín es bastante artificial. Se exhibe una ciudad por demás cool y nada hostil con el extranjero. Cuando Esty llega, conoce a un grupo de jóvenes llamativamente diversos, que la integra de forma instantánea. A su vez, llama la atención la facilidad con la que la protagonista se acomoda a su nueva vida. En pocos días, encuentra donde dormir, hace amistades y hasta mantiene un encuentro sexual. Incluso consigue audicionar para ingresar en la Orquesta Filarmónica de Berlín, una de las más prestigiosas y exigentes del mundo. Las oportunidades parecen ser muchas y muy fáciles. Quien conoce cualquier gran ciudad puede sospechar de todo eso. Ninguna sociedad es tan abierta, ni se encuentra exenta de opresiones y dificultades. 

Está claro que la miniserie logra, como lo hizo la adaptación de la novela de Margaret Atwood El Cuento de la Criada, afirmar nuestra mirada feminista en pleno siglo XXI. La mayoría de las imposiciones que Esty vive en su comunidad de origen nos generan un profundo malestar: la obligación de casarse, la presión que el entorno ejerce para que sea madre y el deber de ocuparse exclusivamente del cuidado del hogar y de su esposo. También el modo en que se les enseña sobre la genitalidad y sexualidad femenina nos exhibe el control que hay sobre el cuerpo y el deseo de la mujer. Es interesante que estos aspectos sean tensionados en el mismo relato por otra mujer, Yael. Esta joven israelí, que integra el grupo de amigxs que Esty se hace en Berlín, afirma en una conversación en referencia al mundo de los ortodoxos que “los hombres se la pasan leyendo la Biblia y las mujeres son máquinas de tener bebés”. 

Son quizás las incomodidades que nos generan ciertas escenas sobre el rol impuesto a las mujeres las que nos permitan repensarnos. Es que si miramos a nuestra sociedad ¿podemos afirmar que las mujeres vivimos libres de opresiones? ¿No estamos sometidas también a imposiciones absurdas? ¿No vivimos expuestas a peligros y persecuciones? ¿Acaso somos dueñas de nuestros cuerpos y decisiones? En la posibilidad de cuestionarnos sobre nuestras prácticas radica la potencia de la miniserie. Lo atractivo de la historia no es que Esty haya elegido un camino que la asemeja al nuestro, sino que haya podido elegir su propio camino. Es su deseo lo que motoriza su lucha por ser dueña de su propia vida. 

Esa lucha no implica necesariamente rechazar su tradición. Por el contrario, en ella existen herramientas que le servirán para moldear su destino. Sin lugar a dudas una de las escenas más memorables de Unorthodox es cuando Esty audiciona para ingresar a la filarmónica. No es con la primera obra que canta que conmueve al espectador, sino cuando interpreta una canción en hebreo que generalmente es cantada por hombres. Al entonar Mi bon siach, como si fuera un lamento, la protagonista crea un clima que emociona al público que la ve dentro y fuera de la pantalla. Vemos cómo la reapropiación de un elemento de su identidad y de un pasado que aún persiste en ella, es lo que la hace brillar y le abre las puertas a lo nuevo. 

Para concluir quiero resaltar un último aspecto. Creo que el hecho de que Unorthodox se haya estrenado en cuarentena contribuyó a su éxito. Si bien habían existido antes otros documentales (One of Us) o series (Shtisel) que nos habían mostrado la cotidianidad de las comunidades judías ultraortodoxas, ellas no tuvieron tanta repercusión. La pandemia mundial impuso nuevas prácticas vinculadas a la higiene personal y a la limpieza constante de nuestros hogares como forma de prevenir el contagio. A la vez implicó limitaciones a ciertas libertades y el repliegue en la esfera privada. Tal vez, en esta particular instancia, nos resulte aliviador conocer que existen otras sociedades que también conviven con normas rigurosas y rituales constantes. Parece que al final no somos tan distintes.

BIBLIOGRAFÍA:
Goldman, T. y Levy, M. Dios espera demasiado de mí, en: Anfibia, UNSAM, en: http://revistaanfibia.com/ensayo/dios-espera-demasiado/.
Singer, Diego. No tan ortodoxa, en: ENEUR 41, en: http://estonoesunarevista.com.ar/nro041/eneur.php?pag=19&fbclid=IwAR1uo7XQzI2vD7p-N3URHsoyDGtnYK4hV75_BWPhHwylCaUmUvGuiUoQzTs#.
Taub, E. Explicación en formato video sobre diversos aspectos de la comunidad judía de Satmar, en: https://www.facebook.com/watch/?v=268390687518307
Tenembaum, T. Poco ortodoxa. La serie de “Netflix” que dio el buen paso, en Revista Ñ, en: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/ortodoxa-dio-buen-paso_0_q7-EdObBG.html.
Yuszczuk, M. Las raíces que entierran, en “Las12”, Página/12, en: https://www.pagina12.com.ar/258400-las-raices-que-entierran.

Acerca de la autora Wanda Wechsler

Historiadora (UBA), Magister en Investigación Histórica y doctoranda en Investigación Histórica (UdeSA). Es docente de la UNAJ en la materia Problemas de Historia Argentina e Historia de las Relaciones Laborales. Integra el Núcleo de Estudios Judíos (NEJ) y el Grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria”, ambos pertenecientes al IDES.

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