Notas

Crisis política y estabilidad

Sigue Venezuela

Por Mariano Fraschini

En contra de las políticas de integración de los últimos años, la Republica Bolivariana de Venezuela acaba de ser suspendida como miembro pleno del MERCOSUR por decisión de los cancilleres de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. El acoso contra el gobierno chavista de Nicolás Maduro forma parte de la desinformación acerca de la situación política que se vive en el país sudamericano. En esta nota, Mariano Fraschini analiza el proceso de inestabilidad política y los resultados del diálogo entre el chavismo y la oposición.

La sorpresiva visita del presidente de la República Bolivariana de Venezuela Nicolás Maduro al Papa del 24 de octubre abrió una nueva ventana al diálogo entre el oficialismo y la oposición nucleada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Luego de semanas en las que el antichavismo se movilizó a la capital del país e inició con su mayoría legislativa un proceso de juicio político al primer mandatario (ausente de plano en la Constitución), la mediación del pontífice aquietó las aguas turbulentas que ya es una marca registrada en la política venezolana desde el ascenso de Chávez al gobierno en febrero de 1999. Desde allí que hablar en este contexto de “crisis en Venezuela” se vuelve redundante, y no permite comprender en toda su dimensión el proceso chavista, sus avances y retrocesos, y el clima político que desde hace décadas domina el escenario institucional en ese país. Si en Venezuela se está viviendo un proceso de “crisis”, entendiendo por esta, por un lado, los intentos de remoción del presidente, el aumento de decibeles en la disputa política, y por otro, las múltiples y masivas movilizaciones de ambos sectores, en algunos casos con incidentes mayores y menores, entonces este país vive en crisis desde hace 17 años. Comprender hoy qué sucede en Venezuela es entender las particularidades del proceso político venezolano.

Desde el inicio del mandato de Nicolás Maduro, no ha existido una semana en la cual la oposición no le haya propuesto algún tipo de zancadilla mediática, callejera o económica. Desde la misma noche del 15 de abril, a menos de 24 horas de haber caído derrotado en las elecciones presidenciales, el candidato opositor Henrique Capriles llamó a tomar las calles en señal de protesta. Estas viraron hacia la violencia, y como consecuencia de esa primera “guarimba” (término que proviene de un juego de niños de correr y refugiarse) al flamante gobierno, fueron asesinadas una decena de personas, en su mayoría chavistas, se incendiaron centros hospitalarios, vehículos, edificios públicos, hechos en los que el antichavismo tuvo una responsabilidad directa, que a su vez estos trasladaron al chavismo por haber “robado la elección”. Esta forma de reaccionar por parte de los dirigentes de la MUD es una constante en la historia política de la última década y media. En los primeros años de gobierno de Chávez, la oposición ha intentando por varios mecanismos ilegales derribar al chavismo del poder, por intermedio de golpe militar (abril 2002), lock out petrolero (enero 2003), guarimbas (2004), entre las más conocidas.

Protesta en Venezuela

El contexto económico de asunción de Maduro en abril de 2013 predecía un proceso de inestabilidad política (“crisis” como ya de memoria titulan los medios de comunicación”). Una inflación no controlada, desabastecimiento de los productos básicos, contrabando generalizado y una corrupción endémica formaban parte de un cóctel que el actual presidente no ha podido contrarrestar a la fecha. La ausencia física de Chávez aumentaba los decibles de la protesta opositora y envalentonó a ese sector político en dirección a un desenlace inmediato. En ese marco, durante todo el año 2013, la oposición jugó sus cartas a dos tácticas: a) el derrumbe económico, vía desabastecimiento aprovechando que la mayoría de las cadenas de distribución están en manos del antichavismo, y b) la elección municipal de diciembre de ese año, a la que el propio líder opositor Capriles denominó “el plebiscito de la gestión Maduro”. La suerte de ambos objetivos fueron frustrantes para la oposición ya que a pesar de la paupérrima situación económica, el gobierno logró vencer por más del 10% de los votos (incrementando inclusive la diferencia electoral de abril de ese año), en el “plebiscito opositor”, y obligó por unos meses a la oposición a sentarse en la mesa de negociación política que el gobierno comenzó a impulsar luego de su victoria electoral. En un primer momento, la oposición en su conjunto participó de esos diálogos, aunque a medida que estos avanzaban, el ala más dura del antichavismo comenzó a pergeñar otra estrategia. El sector más moderado de la MUD, con Capriles como cabeza visible apostó desde siempre al proceso electoral, mientras que el sector más duro, con Leopoldo López (líder del diminuto Partido Voluntad Popular, hoy encarcelado) y Corina Machado cocinaban a fuego lento la salida de Maduro por otras vías.

Cartel "Venezuela quiere paz"

A principios de febrero de 2014, esta última fracción opositora intentó llevar adelante la estrategia de “La Salida” como antídoto para terminar con el “veneno” chavista. Y lo hizo a través de múltiples guarimbas a lo largo y ancho del país dejando un saldo de más de 40 venezolanos muertos y miles de heridos como consecuencia de los cruentos choques entre las fuerzas de seguridad, el chavismo y la oposición. A pesar de lograr contrarrestar un nuevo y violento proceso golpista, el gobierno quedó debilitado y carente de fuerzas para neutralizar una inestabilidad política que influía de lleno en la situación económica. Una inflación de dos dígitos estructural, dólar por las nubes, acaparamiento, la muerte selectiva de sus figuras (el asesinato del joven Robert Sierra) y un jaqueo mediático internacional permanente sobre el gobierno, se suma a la imposibilidad de desactivar los nudos estructurales de una economía aún dependiente de la renta petrolera, que importa casi todo del exterior, lo que ha sido (y continua siendo) el cuello de botella del aparato productivo venezolano. Las estatizaciones y nacionalizaciones realizadas en época de Chávez tampoco resultaron ser, por su improductividad e impericia en la gestión, un objetivo alcanzado en la ruta hacia el socialismo del siglo XXI.

El 2015 fue el año del triunfo opositor, la MUD arrasó en votos y en bancas, logrando las 2/3 partes de la unicameral Asamblea Nacional. La oposición venezolana recogió todo el descontento de buena parte de la sociedad (aún la chavista que optó por la abstención) con la administración Maduro, logrando vencer por segunda vez en su historia, con una diferencia de votos nunca antes ocurrida. Sin embargo, tras este resonante triunfo, y cuando se esperaba que la oposición continuase afianzando el camino electoral activando el referendo revocatorio que abría sus pasos legales a partir de mediados de enero de 2016, el antichavismo volvió a jugar al juego que mejor conoce pero que más frustraciones políticas le ocasionó: la ilegalidad. Muy fiel a su costumbre, la MUD tomó el atajo y volvió a abrazar la bandera del “golpe de mano”, y con la apoyatura internacional mediática, de EEUU y de la OEA, vía su titular Luis Almagro, llevó adelante dicha estrategia deslegitimadora creyendo que el gobierno de Maduro caería cual “castillo de naipes”. Eso no ocurrió. El nuevo Mercosur aportó lo suyo, pero el gobierno chavista se mantuvo incólume. Es cierto, las disidencias en su interior son evidentes (el surgimiento de un sector de “chavistas duros” que acusa a Maduro de ser blando con la burguesía y no acelerar el proceso hacia el socialismo) y eso opera como un imán para los sectores chavistas que quieren “ir por más”.

En ese marco, la errada estrategia opositora, le impide ahora llegar con los tiempos para activar el referendo de destitución legal de Maduro, y que esto implique la apertura de un nuevo proceso electoral. Desde allí que hoy asistimos nuevamente a la presión del coro mediático internacional acusando al Consejo Nacional Electoral de ser un órgano chavista y de estar retrasando los tiempos para convocar al referendo, cuando es harto evidente que la estrategia opositora fue jugar otro juego, y no el electoral en estos últimos meses.
Para concluir: ¿este proceso de paz tendrá posibilidades concretas de materializarse? ¿Hay crisis en Venezuela o se trata de un proceso peculiar que tensiona la dinámica política como nunca antes en su historia? Cómo seguirá la historia del proceso chavista no lo sabemos. Que el clivaje que hoy fractura la sociedad en dos partes seguirá por un tiempo más, se torna verosímil. La resolución del mismo aún hoy no parece predecible en el corto plazo. En ese sentido, el “empate catastrófico” venezolano augura que los medios antichavistas seguirán titulando fantasías acerca de la “crisis en Venezuela”. La razón fundamental de este dilema se encuentra en que el chavismo tiene la fuerza material, simbólica y de apoyos populares que le garantiza sostenerse en el gobierno, mientras la oposición, a pesar de su triunfo reciente y de contar en su haber hoy con las mejores posibilidades de vencer en el referendo, no logra convertirse en una opción de estabilidad política para el país. Para decirlo crudamente, hoy el chavismo sigue siendo la variable que garantiza la estabilidad (y el orden) en el interior de la sociedad venezolana.

Acerca del autor/a / Mariano Fraschini


Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magister en Ciencia Política (IDAES-UNSAM) Doctor en Ciencia Política (EPYG-UNSAM). Docente de la Carrera de Ciencia Política (UBA). Coeditor del Blog www.artepolitica.com. Se especializa en análisis de liderazgos presidenciales en Sudamérica.

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