Notas

A CIEN AÑOS DE LA REFORMA UNIVERSITARIA DE 1918

Los sentidos de la Reforma

Por Julian Dércoli

¿Ha sido lo mismo la Reforma que el reformismo que le siguió? ¿Por qué los estudiantes reformistas participaron en el derrocamiento de Yrigoyen y Perón? A cien años de la Reforma Universitaria de 1918, los múltiples sentidos de la autonomía universitaria y el sentido único del reformismo

 

Indagar cien años después un hecho histórico implica no sólo pensarlo de manera nostálgica, sino que se hace necesario ahondar en los sentidos o representaciones que, construidos en torno, sobre o a pesar de él, ha hecho la historiografía. En este particular, la Reforma universitaria de 1918 ha sido un punto clave en la construcción de una tradición universitaria tan amplia como variopinta, capaz de contener tanto al comunismo o al liberalismo.  Dicha tradición llamada reformismo, modeló el legado de la Reforma reduciéndola a una única interpretación posible. Reclamando para sí la legítima herencia de los hechos de Córdoba, el reformismo se construyó como su  único mediador legítimo.

El reformismo se construyó como tradición a través de un recorte particular de la Reforma, el cual la redujo a tres postulados: autonomía, cogobierno y libertad de cátedra. Los reformistas propusieron una clave liberal-antiestatalista como única lectura legítima de estos postulados, que fueron esgrimidos como la  forma democrática de concebir la universidad. La consecuencia fue que quedaron truncos una serie de debates en torno a la función de la universidad y a su indispensable articulación con las necesidades sociales, ya que la definición por antonomasia de universidad democrática fue la liberal-institucionalista que privilegiaba las normas organizativas que rigen “hacia adentro” más que  su función “hacia afuera”. Así, bajo la égida del reformismo,  la universidad desarrolló una cultura institucional de aislamiento, de institución total que adquiere sentido en sí misma. A esto llamaron universidad democrática.

Sostenemos a lo largo de las siguientes líneas algunos elementos que permitan pensar el programa estudiantil de 1918 como algo más que su mera reducción al reformismo universitario. En otras palabras, proponer un sentido no-colonizado de la Reforma, pensando la autonomía como una afirmación de soberanía cultural y no su tradicional interpretación como autogobierno y aislamiento de los universitarios de la realidad.

Devenir de la Reforma.

Arturo Jauretche criticó en muchos trabajos al reformismo universitario en general y a los estudiantes universitarios en particular. Sus críticas se centraban en la cultura del aislamiento del universitario y en la concepción del título profesional como un título “nobiliario”. Estas posiciones conservadoras eran subyacentes, ya que en sus discursos los universitarios asociaban su acción antipopular con la defensa de la democracia o en función del bien de la humanidad. Jauretche lo llamó fubismo. Quienes se inscribían en esta cosmovisión podían decirse de izquierda, pero para Jauretche eran parte de la intelligentzia, de esa intelectualidad colonizada funcional a la oligarquía.

Otras de las críticas a la Reforma que hizo Jauretche se centró en el “ombliguismo” de la misma. En otras palabras, los reformistas se creyeron el centro del proceso de democratización y a partir de eso se separaron del yrigoyenismo, es decir no vieron la conexión entre la democratización de la universidad y el proceso que estaba viviendo la nación. En consecuencia, terminaron por convertir a la universidad en un actor opositor al gobierno popular. De esta forma, en el principio de no comprensión del país, comenzaba a darse el divorcio entre los doctores y el pueblo. La Reforma, pese a su impulso inicial, se hundió en esta dinámica. Esta es una de las razones por las cuales hemos insistido en la diferenciación entre Reforma y reformismo.

Sin embargo, a pesar de todas estas críticas que venimos esbozando, no podemos dejar de ver los sucesos del 18 como parte de los movimientos políticos-culturales de renovación intelectual de principios del siglo XX. Con ellos comparte varios elementos, por ejemplo, la centralidad puesta en la juventud y en un posicionamiento vitalista. A esto debemos sumar un mirada positiva del lugar de América en el desarrollo de la historia. Este lugar asignado a nuestro continente, en oposición a la Europa devastada por la guerra, nos invita a pensar la relación entre universidad y soberanía de una forma distinta a la cual nos acostumbró el reformismo. Dado que este tiene su mirada centrada en la idea de neutralidad del conocimiento, cientificismo y aislacionismo, la idea latinoamericanista y de soberanía desaparece. Sin lugar a dudas el reformismo abonó la perspectiva de los falsos universalismos impuestos a nuestros países fruto de nuestra condición dependiente. ¿Pero ello era así en la Reforma?

De legados en disputa

Hay dos sentidos de soberanía que podemos rastrear: en primer lugar, uno asociado a América como territorio y devenir histórico, ligado a la necesidad de no seguir el rumbo de la Europa sumida en el desastre civilizatorio que significó la Gran Guerra y, en segundo lugar, la necesidad de afirmar un cultura propia.

¿Por qué postulaban la necesidad de una América soberana? La respuesta es simple. Los primeros reformistas no veían en el resultado de la guerra una cruzada civilizatoria, sino que la interpretaban como una manifestación de la decadencia absoluta a la que había llegado la humanidad.  El imperialismo aparecía como el proceso de subordinación que arrastraba a los países a esa decadencia, de la cual eran responsables las clases dominantes. Sumidas ellas en el materialismo y en la absoluta negación de la obra heroica y desinteresada -como lo caracterizaba Korn-, habían llevado al mundo a su decadencia. Ante este diagnóstico, América y la juventud emergían como aspectos novedosos y centrales para el futuro. América como territorio de una nueva civilización posible, con nuevos valores; la Juventud como sujeto protagonista, como nueva jefatura política, intelectual y espiritual. La juventud y América eran los  sujetos alternativos frente al rumbo decadentista al cual asistía la humanidad. Pero no se trataba ni de América, ni de la Juventud en sí. Para poder jugar este rol transformador -según Alejandro Korn- había que abandonar la propensión del americano a la imitación simiesca o -de acuerdo a  Deodoro Roca- abandonar la servidumbre de la cultura. Es decir, abrirse a la comprensión de lo nuestro sería la clave para un verdadero descubrimiento del rol de América en la historia universal y para que la juventud inventara su propio rumbo sin los vicios de las antiguas clases dirigentes.

Sin dudas, esta interpretación de la Reforma en clave de soberanía como proyecto, es decir como territorio dependencia que quiere ser y soberanía, como afirmación de una cultura propia capaz de hacer una aporte a lo universal, son aspectos que nos introducen en una dimensión que no aparece en el reformismo universitario posterior. Este se encuentra atado a las mirada civilizatoria impuesta por los países centrales y lejos de cualquier reivindicación positiva de lo americano, conlleva la imitación como clave única del progreso. El reformismo trocará soberanía por imitación. Pero otro aspecto que no debemos soslayar es que la Reforma, al plantear la Universidad y la juventud como esa nueva jefatura, termina afirmando un elitismo fundado en el conocimiento, que debería fundar una supremacía en lo político. Esto nos advierte también de los ribetes aristocráticos de la Reforma.

Ahora bien, resta indagar entonces si la recuperación de una dimensión de soberanía en los sentidos mencionados en el discurso reformista, no nos invita a pensar nuevos sentidos de esa autonomía. En otras palabras, aquel sentido de la autonomía respecto del Estado, y fundamentalmente la etapa desarrollada entre 1955 y 1966 como la única relación posible. Es decir, si una autonomía reducida a un artículo legal, acabado en una formalidad, alcanza para frenar todos los otros aspectos de heteronomía que atraviesan a una nación dependiente. Esa autonomía desconoce la dependencia cultural que lleva a los esquemas de imitación y a la falta de prioridades nacionales que orienten la investigación y toda labor universitaria, es demasiado simple. Por eso en las líneas anteriores desarrollamos el sentido de autonomía ligado con una idea de soberanía como contracara del concepto de dependencia cultural, económica e histórica basada en una relación de dominación imperialista. En conclusión, un concepto de autonomía que no tenga como ombligo a la universidad sino que tenga como centro a la Nación y que, desde esa misión de soberanía, otorgue sentido la universidad. Es decir, dejar de pensarla desde su valor en sí. Allí radica otro sentido para superar la tan simplificada concepción de autonomía que hemos heredado y que a cien años de la Reforma es necesario poner en cuestión.

Acerca del autor/a / Julián Dércoli

Julián Dércoli
Trabajador No docente y Docente de la materia Política y Sociedad de la Carrera de Trabajo Social de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Licenciado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Autor del libro “La política Universitaria del Primer Peronismo”. Se desempeña como Coordinador Académico Administrativo del Instituto de Ciencias Sociales y Administración.

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