Nosotres

LOS VARONES Y EL FEMINISMO MEXICANO

Las múltiples ambivalencias de las masculinidades

Por Mariana Palumbo

“¡Estoy hasta la madre de que nos asesinen, nos violen!” “¡Ni una más ni una más, ni una asesinada más!” “¡No me cuidan, me violan!” son unos de los tantos testimonios y frases que se escucharon durante las masivas manifestaciones que tuvieron lugar en todo México durante el segundo semestre de 2019 y comienzos del 2020. En este país, la lucha por la no violencia se instaló en donde se mire: en las calles, las instituciones, los hogares, los medios de comunicación y en las universidades. Pareciera que la amplia tolerancia frente a la violencia alcanzó un límite y se vislumbran nuevos umbrales de sensibilidad que fomenten sociedades más “igualitarias” entre los géneros. Sin embargo, nadie canta victoria, las resistencias de la más diversa índole están a la vuelta de la esquina y el aumento de los feminicidios en estos días de confinamientos nos recuerdan que la violencia contra las mujeres no está en retirada. 

Actrices centrales en esta lucha son las jóvenes, quienes debaten y repiensan colectivamente distintos ejes estructurantes del sistema cisexista: la violencia basada en el género y/u orientación sexual, la heterosexualidad obligatoria, la figura masculina como proveedora, el modelo de mujer cuidadora por excelencia, entre otras tantas batallas. ¿Pero mientras que las jóvenes están a la vanguardia de estos cuestionamientos qué está ocurriendo con los jóvenes a la luz de este contexto? 

En estas páginas esbozaré una suerte de respuesta de lo que observo que está sucediendo entre varones cis heterosexuales de sectores medios bajos universitarios, con los cuales trabajo como docente, investigando y dando talleres sobre masculinidades, violencias y feminismos en una sede de la Universidad Nacional Autónoma de México, ubicada en un municipio popular que conurba con la ciudad capital del país. Estos jóvenes buscan discursos, modelos y estrategias para (re)ubicarse ante el avance de la agenda feminista y el activismo de sus pares femeninas. Cada uno de ellos, con sus particularidades y matices, ubican y construyen sus masculinidades de maneras ambivalentes entre aquello que aprendieron a lo largo de sus vidas y el nuevo contexto feminista que viene a proponer modos alternativos de feminidades y masculinidades. Dentro de las múltiples ambivalencias a partir de las cuales tratan de conformar sus masculinidades quiero hacer zoom en dos aspectos contrastantes: cómo viven su heterosexualidad y los modelos masculinos con los cuales se representan en su futuro próximo.

  Respecto a la heterosexualidad, los jóvenes la viven de una manera heteroflexible, retomando la noción acuñada por el investigador Carlos Figari. Ellos se distancian del mandato de heterosexualidad cis obligatoria y se permiten preguntar y experimentar otros deseos. Si bien los jóvenes se identifican como heterosexuales, durante las entrevistas siempre aparecen el “pero” o “y como palabras claves a partir de las cuales cuestionan o relatan experiencias que tensionan el mandato heteronormado de tener que intimar únicamente con mujeres cis. Aunque entienden a la heterosexualidad a partir de dicha mirada heteronormada que vincula una genitalidad con una identidad, no consideran que tener sexo con varones o con mujeres trans ponga en duda su heterosexualidad y hablan sin conflictos o tapujos sobre estos distintos encuentros. Sin embargo, lo distendido de sus relatos en la intimidad de la entrevista individual, no aparece en instancias grupales donde están bajo la mirada de otros pares masculinos. Allí la heterosexualidad, en los términos que ellos la entienden, no se pone de ninguna manera en cuestionamiento.

Un segundo punto al que quiero referirme es que la mayor apertura que poseen los varones respecto a sus experiencias sexuales varía cuando se indaga en cuáles son sus modelos masculinos a seguir. Ellos proyectan como deseable la figura de varón proveedor-protector, aprendido de sus padres y abuelos, y papeles femeninos que, aunque trabajen, sean principalmente afectivos y estén atentos a ellos. Los jóvenes tienden a generar vínculos codependientes con sus parejas, marcados por los celos y el control mutuo, pero desean como un imposible vincularse con mujeres que sean autosuficientes y decididas. Sin embargo, estas mujeres les generan el miedo de no saber cómo relacionarse y “ser varones”, a la luz de estos modelos de masculinidad que aprendieron a lo largo de su vida. 

Lo mismo sucede con el mandato masculino de proteger, la protección puede ser pensada una forma de cuidado que está fuertemente relacionada con el ejercicio de la violencia. Dentro del hogar aprenden que son los varones adultos quienes dan, en última instancia, los permisos, imponen las normas, regulan las salidas de lxs miembrxs del hogar y tienen la última palabra. El mensaje que prima es que, si son fieles y cómplices con sus padres hoy, sin cuestionar su autoridad, en el futuro ellos también serán beneficiarios de los devaluados dividendos patriarcales que existen en los entornos económicamente empobrecidos donde habitan.  

Ante el avance de los feminismos estas masculinidades jóvenes y cis heterosexuales pendulan entre cuestionar(se) los mandatos de masculinidad, adecuarse a los mandatos que se esperan de ellos o callar. El silencio ante lo afectivo, ante las ofensas que sufren otrxs son la herramienta que los varones aprenden a lo largo de su vida para poder mantenerse, aunque sea tambaleando, dentro de los “cánones” de la masculinidad hegemónica. El mirar para otro lado o quitarle importancia a la posibilidad de nombrar es una manera de perpetuar lo establecido y de ser cómplices. Ya sabemos que lo que no se nombra no existe y los feminismos han venido a enunciarlo todo. Pero también el silencio nos indica que algo está comenzando a cambiar. El silencio tiene una doble cara; por un lado es una manera de no intervenir y consentir y a la vez es una forma sutil de mostrar malestar y desaprobación ante situaciones que resultan injustas. Estos jóvenes, en sus relatos, muchas veces se callan ante la violencia que sus padres ejercen contra sus abuelas, madres o hermanas, ya sea por miedo a que esto perjudique aún más al entorno familiar o a ellos mismos, pero luego son quienes apoyan y generan alianzas con sus ellas para contrarrestar las agresiones. 

Promover el derecho a la ternura y el poder de la palabra entre los varones cis heterosexuales, a partir de instancias colectivas, es una de las herramientas que pueden contribuir a construir masculinidades menos violentas y misóginas. En este juego de espejos, como en los grupos de autoconciencia feminista, donde ellos puedan ver que lo que pasa a uno le pasa a otro puede abonar, aunque sea mínimamente, a fisurar del pacto de silencio y complicidad masculina.

Acerca de la autora / Mariana Palumbo

Socióloga de la Universidad de Buenos Aires. Doctora en Ciencias Sociales por esa misma casa de estudios. Actualmente realiza un posdoctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México.

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