Economía

ÍNDICES QUE PREOCUPAN

Impacto social de la pandemia

Por Daniel Novak

Los últimos datos que surgen de los indicadores sociales que elabora el INDEC no hacen más que confirmar lo que veníamos presagiando desde este medio y en distintos eventos realizados entre abril y junio, en el sentido de que los efectos sociales de la pandemia y de la cuarentena iban a ser, y efectivamente han sido, sumamente regresivos sobre la estructura social de nuestro país, haciendo, como sucede en casi todas las crisis del capitalismo, que los mayores costos estén siempre a cargo de los sectores de más bajos recursos.

Empecemos por analizar los efectos en lo que los economistas ortodoxos llaman el “mercado de trabajo”. Todas las comparaciones que se harán en esta nota son con relación a hace un año, sin olvidar que 2019 ya era un año de una profunda crisis económica y social derivada de los tremendos desatinos de la gestión del gobierno anterior. O sea que vamos a comparar con un período que ya era espantoso desde todo punto de vista.

En el segundo trimestre de este año la tasa de actividad de nuestra economía, que mide la relación entre la gente que ofrece su fuerza de trabajo, esté o no empleada, o sea ocupados más desocupados que buscan activamente trabajo, fue del 38,4%, cuando un año antes estaba en el 47,7%. En términos de personas, esto implica que hubo 3,6 millones menos de gente activa que el año pasado, sea trabajando y buscando trabajo, considerando sólo a la población urbana.

La tasa de desempleo, es decir personas desocupadas que buscan trabajo, aumentó del 10,6 al 13,1% de la población activa pero, curiosamente, como la tasa de actividad cayó como se indicó, la cantidad de desocupados se mantuvo estable en torno a 2,1 millones de personas.

Lo que cayó marcadamente, y esto explica casi todo el descenso de la tasa de actividad, es la población demandante de empleo desde que empezó la cuarentena, tanto los desocupados como los empleados que buscan otra ocupación. Efectivamente, los ocupados plenos que buscaron otros empleos el segundo trimestre de este año fueron 1,8 millones contra 3,6 millones en el mismo lapso de 2019, o sea 1,8 millones menos, mientras que los subocupados demandantes pasaron de 1,8 a 0,8 millones, otro millón menos. Si sumamos a estos demandantes ocupados más los desocupados que buscaban (2,1 millones en ambos años), tenemos que el total de demandantes de empleo pasó del 38,1% al 29,7% de la población activa, que en términos de personas es 2,8 millones menos.

Esto, que podría ser visto como un hecho positivo al haber 2,8 millones de personas menos buscando empleo, no es otra cosa que el desestimulo provocado por la situación de confinamiento obligado y la escasa o nula posibilidad de poder conseguir trabajo en medio de la parálisis económica inducida por la cuarentena.

Obviamente, el impacto de esta situación en el empleo tiene su correlato en los indicadores de pobreza. Tal como informó el INDEC, el índice de pobreza fue en el primer semestre de este año del 30,4% de los hogares y el 40,9% de la población urbana, cuando en la primera mitad de 2019 esos porcentajes habían sido del 25,4 y 35,4% respectivamente. Esto implica que este año los hogares pobres urbanos son alrededor de 3,8 millones que albergan a casi 17 millones de personas en esa condición. Con respecto al año pasado eso implica que hay casi 600 mil hogares pobres más que hace un año y 2,4 millones más de personas en la pobreza.

Esta situación es similar en términos de indigencia, recordando que este concepto refiere a la gente cuyo ingreso familiar no alcanza para cubrir la canasta básica alimentaria o, dicho de otra forma, que no le alcanza para comer todos los días del mes. Este año hay casi 300 mil hogares más en esa situación que hace un año, lo que implica a su vez que hay 1,2 millones más de personas indigentes, totalizando 4,3 millones de argentinos cuyos ingresos no les alcanzan para comer.

Hasta aquí podríamos decir: bueno, hay una pandemia mundial que afecta a todos los países en mayor o menor medida y que ha deteriorado el nivel de vida de toda la población en todos lados. Es cierto, pero los datos sobre distribución del ingreso entre ambos años demuestran que ese impacto no ha sido parejo y ya podemos ir adivinando a quienes afectó más.

Siguiendo también al INDEC con el informe sobre cómo se reparte el ingreso de nuestra sociedad, nos encontramos con varias cuestiones llamativas. En ese informe se divide a la población urbana en diez grupos con la misma cantidad de gente, pero clasificados de menor a mayor según el ingreso familiar per cápita que perciben. Luego se calcula el ingreso promedio de cada grupo, llamados deciles, y se comparan entre sí. Este año, en el segundo trimestre, el ingreso promedio del decil superior fue 25,2 veces mayor que el del decil inferior mientras que hace un año esa relación era de 20,4, después de más de tres años de gobierno neoliberal, que no son los más distribucionistas. Esto parecería indicar que los costos de la pandemia no se repartieron de forma tan pareja. Veamos por qué.

Actualizando los ingresos de 2019 por el índice de precios al consumidor se puede observar que los de toda la población urbana cayeron 14,5% en términos reales, pero mientras los del decil superior se redujeron 10,3% los del decil inferior se achicaron 27,3%. Y no es difícil imaginar que en el primer caso haya afectado sólo la capacidad de ahorro, mientras en el segundo la de supervivencia. Otra forma de ver este impacto regresivo es que el 10% de menores ingresos de la población pasó de percibir el 1,6% del ingreso total en 2019 al 1,3% este año, mientras que el 10% superior pasó del 31,9% al 33,5%, gracias a la pandemia.

Uno de los motivos que explican esta regresividad distributiva tiene que ver con que el esfuerzo estatal para tratar de compensar el parate de la cuarentena no parece haber sido suficiente, cosa que habíamos advertido en una presentación en el mes de junio. En ese entonces la canasta básica total (CBT), también según el INDEC, costaba $ 43.080 para una familia “tipo” compuesta por dos personas adultas y dos menores. Recién el quinto decil, con un ingreso medio per cápita de $ 10.350, multiplicado por 4 llega a cubrir ese valor, quedando cuatro deciles sin alcanzarlo, es decir, el 40% de la población, cosa que coincide con el índice de pobreza último.

La canasta básica alimentaria (CBA) costaba en mayo $ 17.876 también para esa familia tipo. Recién en el segundo decil, con un ingreso promedio de $ 4.843 per cápita, multiplicado por cuatro se llega a ese valor, dejando a todo el primer decil por debajo de la línea de indigencia, cosa que coincide también con ese indicador del 10,5% relevado por el INDEC, y recordando que cada decil abarca a más de 4 millones de personas.

También dijimos en junio que el IFE de $ 10.000 por familia, más la asignación universal por hijo (AUH) para dos menores sumaba apenas $ 16.586, que no llega a cubrir la CBA de este grupo y representa sólo el 39% de la CBT. Así, cuando le decíamos a quienes vivían de changas u otros rebusques que se quedaran en casa con el IFE y la AUH los estábamos mandando abajo de la línea de indigencia o a violar la cuarentena, a pesar del esfuerzo fiscal que todo eso significó.

Ahora todo eso ya pasó y nos quedan los números que confirman el impacto social regresivo de la pandemia y la cuarentena. Todas las discusiones serán ahora contra fácticas y por lo tanto indemostrables. Si la cuarentena podía ser más flexible a cambio de cuántos contagios y muertes más, si la ayuda estatal podía ser más significativa y a qué costo posterior en términos de inestabilidad económica, con el agravante de que ni los contagios ni las muertes fueron pocos, ni la inestabilidad económica, aparte de la recesión, pudo ser evitada.

Esta será otra de las discusiones argentinas que nunca quedará saldada, por lo cual ahora no queda más que pensar cómo se supera este terrible panorama no sólo económico sino, fundamentalmente, social. Esta nueva discusión no debería pasar solamente por cómo hacer que la economía se recupere sino, por sobre todas las cosas, como hacer para revertir, en el contexto de esa recuperación, la tremenda regresividad distributiva que nos deja este proceso. Esto último será mucho más difícil que recuperar la actividad económica general, ya que ésta será condición necesaria pero no suficiente para lo más importante: la justicia social.

Acerca del autor / Daniel Enrique Novak

Daniel NovakLicenciado en Economía. Subcoordinador de la carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue  Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Coordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).

 

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