Notas

Mundo PRO

El Macrismo en primera persona

Por Sergio De Piero

La llegada a la presidencia de la Nación de Mauricio Macri, abre una nueva etapa política en la Argentina. La victoria de un partido político tan joven, genera diversas expectativas, pero sin duda sobresale la pregunta acerca de cuál tradición política representará esta coalición que hace su debut en la conducción de la Nación.

Desde el 10 de diciembre de 2015 el gobierno de la Argentina está en manos de la Alianza Cambiemos. En ella confluyen varios partidos políticos: la ya centenaria Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y el principal socio Propuesta Republicana, PRO; también denominado por su líder indiscutido, Mauricio Macri presidente de la Nación, macrismo. ¿Ese “ismo” se estableció meramente como una costumbre de nuestra cultura política o estamos en presencia de una nueva construcción política? Si fuera así, ¿Cómo comienza el PRO a transitar estos primeros pasos, con la pretensión de definirse como algo “nuevo” en la política nacional?

Una lógica binaria ha querido definir a los partidos políticos desde que estos se conformaran lentamente en Europa: izquierda y derecha. Esa distinción, no exenta de imprecisiones, suele colocarse en primer término para ubicar aunque más no sea como primera aproximación, a un partido político o a un gobierno.

También es cierto que desde el colapso de la Unión Soviética y la previa caída del Muro de Berlín, la noción de izquierda ingresó en una zona oscura y difícil de definir. Si la izquierda se identificaba con las luchas obreras inspiradas en el marxismo, cuyo fin último era la implantación del socialismo, ¿qué podía esperarse cuando sus experiencias históricas se derrumbaban de la escena política? Sólo una pequeña Cuba y una transformada China, quedan aún con alguna reivindicación de ese proceso.

Si en Europa, la consigna “ser de derecha” se vinculaba a estar cerca del rey, en América Latina ese pilar básico no existía una vez declarada la independencia. No faltó, sin embargo, denominaciones que identificaran a dos espacios de la sociedad que se definían por ciertos principios políticos, y por contraposición al otro espacio. Unitarios y federales fue la primera gran ruptura interna y también el modo de organizar la disputa política en nuestro país. Dos modos de pensar el futuro de una nación que aun no existía. Años después Hipólito Yrigoyen bautizó una nueva dualidad al identificar su lucha, la democratización política de la Argentina, denominándola “la causa” frente al “régimen”, que representaba a la elite en el poder. Con la llegada del peronismo, y la búsqueda por ampliar una democracia en términos sociales y económicos, el eje pasó a denominarse en torno del “pueblo” contra la “oligarquía”. Estas identificaciones expresaban un conjunto de valores y principios en ambos extremos del mapa político que implicaban una conflictividad que podía alcanzar diversos grados, pero que estaba latente en las decisiones políticas, de cada sector.

Luego de la trágica experiencia de las dictaduras en Argentina, se constituyó un nuevo campo de opciones: dictadura o democracia. De este modo otras dimensiones de la lucha política quedaron por detrás, ante la revalorización que la vida en democracia pasa a tener en nuestro país desde 1983. Desde allí Argentina ingresa en un ciclo único en su historia: al día de hoy han transcurrido casi 33 años de democracia ininterrumpida, donde han ganado elecciones partidos políticos de diverso signo; y ante momentos de crisis como en el 2001, se siguieron los procedimientos que marca la Constitución Nacional. Esto nos dice de algunos acuerdos básicos que están fortalecidos en nuestra sociedad.

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Pero desde luego, esos acuerdos no anularon otras tensiones que permanecen en el ámbito político o económico. Así, se mencionó durante los gobiernos kirchneristas la conformación de un entramado nacional – popular, que no remite a la pertenencia a un solo partido, sino a una experiencia que busca ser más amplia, pero que define un conjunto de políticas (fortaleza del mercado interno, pleno empleo, producción, inclusión social, etc.). Frente a esta posición, se estructuraron diversas alternativas pero que, no lograban plasmarse en términos de una identidad clara. Se hablaba en nombre de “las instituciones” o “la República”; incluso a través de expresiones más extrañas a lo político como “el país normal o serio”. Lo cierto es que para llegar al triunfo electoral al macrismo le implicó, curiosamente, no definirse con demasiada precisión respecto de su propia identidad. Se anunció asimismo, como la llegada de la “revolución de la alegría”.

El menemismo ya había recorrido un camino semejante. Al romper con la tradición política del peronismo y aliarse a nuevos sectores, el por entonces presidente Carlos Menem, se salteó la idea de identidades políticas y planteó una meta, el mismo día que asumió: “Vengo a unir a las dos argentinas”. Sabiendo nosotros que cada proceso histórico tiene sus particularidades, no deja de ser curioso que uno de los tres pilares presentados por el Presidente Mauricio Macri, sea “unir a los argentinos” (junto a combatir el narcotráfico y pobreza cero), según afirmó ante la Asamblea Legislativa el 1 de marzo de este año. En ambos casos lo que surge de inmediato, es una percepción respecto a que el peso de las identidades políticas y los consecuentes proyectos que ellas implican, no son relevantes y de hecho, son un escollo, para el desarrollo del conjunto de la sociedad. Queda oculto, así, que los posicionamientos políticos de todos los actores que intervienen en el espacio público, implican la pertenencia a alguna idea de sociedad; a cierta noción de qué es y qué no es justo. En ejercicio del gobierno, ya no son otros los que hablan por él, sino que sus decisiones políticas, le construyen su propio perfil.

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Llegamos a las puertas del actual gobierno. La pertenencia a la derecha, nunca ha sido en la historia argentina una posición cómoda. Muy extrañamente algún espacio político se ha referenciado en esa denominación. Sigue siendo así en el caso del macrismo (en tanto rechaza la pertenencia al otro espacio, el nacional – popular). Lo que queda menos oculto, es que las demandas económicas de los distintos sectores sociales, deben adecuarse a la dinámica del mercado. Si el gobierno no presenta una definición específica sobre su perfil ideológico, este puede deducirse de las decisiones que toma y como las justifica: “Es el precio del mercado”. “Tenemos costumbres de país rico”. “Si los empresarios no quieren producir manteca no podemos obligarlos”. Refiriéndose a los empresarios: “Ya no tenemos que escondernos del Estado”. Pueden citarse decenas de frases que traslucen nociones básicas del rol que debe ocupar el Estado y las expectativas (moderadas) que los sectores del trabajo deben tener respecto del futuro inmediato.

¿Qué es el macrismo entonces? Su propia voz, ahora emanada desde la Casa Rosada, comienza a delinear con mayor claridad sus propios contornos. Prefiere no definirse de manera taxativa a sí mismo, pero presenta una cara a la sociedad. Elije a qué sectores darles una respuesta y a cuáles no. Qué tradiciones o hechos históricos valorar y cuales dejar en segundo plano (como el Bicentenario). Si no sabíamos qué podía significar una victoria de Cambiemos, ahora que ya se presenta gobernando, por lo tanto en primera persona, lo estamos conociendo.

Acerca del autor/a / Sergio De Piero

Sergio De Piero
Politólogo graduado en la UBA y Doctor en Ciencias Sociales de la UNQ. Es Profesor Titular de la UNAJ en el Instituto de Ciencias Sociales y Adminsitración.

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