Economía

¿POR QUÉ HAY INFLACIÓN?

El fetichismo del dinero

Por Daniel Novak

¿Por qué aumentan los precios en la economía? Un sentido común bastante extendido afirma que la expansión del circulante es la causa de la inflación. Esta breve historia del dinero  echa por tierra esa interpretación de la teoría monetarista.

 

Fetiche: figura o imagen que representa a un ser sobrenatural al que se atribuye el poder de gobernar una parte de las cosas o de las personas, y al que se adora y se rinde culto. Proviene del término portugués “feitiço”, que significa “hechizo”.

La teoría neoclásica, que insiste en su visión atemporal y universalista de la Economía, postula que es la ciencia que estudia la asignación de recursos escasos a fines alternativos para la satisfacción de necesidades. Sin embargo, en el capitalismo moderno y globalizado el objeto general de estudio de la Economía ha pasado a ser todo aquello que tenga que ver con el dinero.

Si esto es así, para entender mejor la economía primero hay que saber qué y cómo es el dinero. Y para eso resulta útil una interesante categoría conceptual sugerida por el antropólogo e historiador israelí Yuval Noah Harari: las “construcciones imaginarias colectivas (CIC)”.

Las CICs son creencias comunes y generalizadas entre los miembros de una comunidad que permiten mantenerlas unidas mediante su aceptación y confianza, aun cuando se trate de una gran cantidad de integrantes. Harari, en su libro “De animales a Dioses”, sostiene que homo sapiens, la raza humana que creció y ocupó todo el planeta, fue la única que pudo consolidar comunidades de más de 200 miembros gracias a estas construcciones imaginarias, entre las que incluye instituciones sociales tan importantes como, por ejemplo, las religiones, la democracia, los derechos humanos, el orden jurídico, los principios morales, el capitalismo y, por supuesto, el dinero.

En el capitalismo del siglo XXI el dinero no es más, ni menos, que eso: una gran construcción imaginaria colectiva en la que todos creemos y que nos permite lubricar y concretar todas nuestras transacciones económicas. En palabras de Harari: “…los dólares sólo tienen valor en nuestra imaginación común. Su valor no depende de la estructura química (…) del papel, ni de su color, ni de su forma. En otras palabras, el dinero no es una realidad material, es un constructo psicológico.” Y más adelante: “… el dinero es un sistema de confianza mutua y no cualquier sistema de confianza mutua: el dinero es el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado” (Harari, 2014).

Del valor a la fiducia

Como una CIC no se construye de un día para otro, para llegar a lo que hoy es el dinero hubo un largo proceso. Originariamente comenzó siendo una mercancía que debía reunir una serie de condiciones físicas y sociales, que se fueron plasmando en los metales preciosos. En esta etapa inicial la característica fundamental del dinero era que tenía valor intrínseco, es decir valor propio, con el cual se podía comparar el valor de todas las demás mercancías, constituyéndose así en unidad de cuenta común.

¿Cómo fue el proceso por el cual pasamos de una mercancía con valor propio a papelitos que sólo “valen” por lo que tienen escrito? Por más que los metales preciosos reunían esas características, no eran del todo cómodos cuando se trataba de transacciones de mucho valor y menos cuando había que trasladarlos por caminos inhóspitos e inseguros.

Para resolver estas dificultades hubo quienes, con cierta reputación social que mereciera alguna confianza, tuvieron la idea de prestar el servicio de depósito de valores y su eventual transporte de manera segura. Es decir que se inventaron los primeros bancos, que entregaban como constancia del depósito de dinero metálico certificados que sus titulares comenzaron a repasar a otros tenedores como forma de pago. Obviamente, los receptores de esos certificados, antepasados de los billetes y los cheques, tenían que confiar en el banquero que los emitía, de manera que el valor palpable del metal precioso, comenzó a dar paso a la confianza como característica básica del dinero. Y como la palabra confianza es en latín fiducia, así comenzó a nacer el dinero fiduciario.

Con el tiempo, los banqueros se “avivaron” de que eran muy pocos los tenedores que retiraban el dinero “real” y que lo que en realidad sucedía es que circulaban los certificados como medios de pago, tan “reales” como el oro o la plata.

Ante esta evidencia los banqueros tuvieron otra idea mucho más ingeniosa: se les ocurrió otorgarles crédito a sus clientes cuando el dinero real no les alcanzaba, créditos que naturalmente tendrían la forma de certificados, aunque ya no todos representaban un depósito previo de dinero metálico. Mientras los receptores de certificados no fueran todos juntos a retirar ese dinero esto lograba dos cosas mágicas: 1) que con la misma cantidad de dinero real pudieran atenderse más transacciones económicas, y 2) que los banqueros pudieran cobrar intereses sobre dinero que inventaban prestando.

Todo iba bien hasta que se producía una crisis de confianza porque a algunos banqueros se les iba la mano prestando y cuando se juntaban tenedores del mismo banco y veían que tenían más certificados de depósitos que los razonables, se apuraban para ver quién llegaba primero a retirar el poco dinero real que había de respaldo, lo que terminaba produciendo situaciones de “bancarrota”.

Así surgió la necesidad de que hubiera alguna manera de controlar y respaldar la actividad de los banqueros, y fueron apareciendo entidades públicas con esa finalidad, que con el tiempo recibieron el nombre genérico de “banca central”. La idea del surgimiento de estas entidades fue, por un lado, que hubiera alguna regulación que minimizara el riesgo de bancarrotas poniendo un límite a la expansión del dinero fiduciario y, por otro lado, brindara un respaldo global al sistema financiero para que, si una entidad sufría el acoso de sus clientes, pudiera contar con algún recurso de emergencia para atender esas demandas y la corrida no se generalizara a las demás. 

Los bancos centrales fueron asumiendo progresivamente el reemplazo de los certificados de depósitos privados por un único documento representativo del dinero, emitido por el Estado. Es decir que se fue cambiando progresivamente el dinero fiduciario “privado” de emisores diversos por el dinero fiduciario “público” emitido y garantizado sólo por el Estado.

El dinero ya no vale nada

Si bien este dinero público tuvo inicialmente respaldo en metales preciosos, ese respaldo fue perdiendo significación, hasta que dejó de existir definitivamente en el año 1971 cuando EEUU declaró la inconvertibilidad del dólar. Sin embargo, después de esa decisión “tremenda” no pasó nada, porque la construcción imaginaria colectiva que llamamos dinero estaba ya madura para quedar perfectamente consolidada a nivel mundial sin ningún respaldo en valores reales.

La pregunta que surge es: si el dinero fiduciario no tiene valor propio, ¿cómo puede servir para expresar el valor de todas las mercancías? Para responder este interrogante es necesario distinguir entre valor nominal y valor relativo.

Cuando el dinero era una mercancía con valor propio, como el oro, por ejemplo, lo que expresaba era el valor relativo de las demás mercancías en términos de su propio valor. Así se podía decir que un quintal de trigo valía tantas onzas de oro porque el costo de producir u obtener ambas cantidades era el mismo, o al menos los actores económicos creían que eran equivalentes. Pero lo que en realidad estaba expresando en ese momento el dinero era el valor relativo entre dos mercancías: el trigo y el oro.

En cambio, el dinero fiduciario no puede expresar el valor de las demás mercancías con relación a un valor intrínseco que ya no tiene, y sin embargo debe ser la medida común del valor de todas ellas. ¿Cómo se resuelve esta inconsistencia? Obligando a los actores económicos a expresar el valor de sus mercancías y bienes en la moneda que el Estado impone como curso forzoso. Ese valor, que ya no responde al valor propio de la moneda, recibe la denominación de valor nominal. Lo que sí logra el valor nominal de cada mercancía es poder expresar el valor relativo entre todas ellas.

El problema surge cuando los miembros de la comunidad no se ponen de acuerdo con los valores relativos de sus bienes, modifican reiteradamente sus precios nominales, obviamente hacia arriba, y eso genera, entre otros motivos, una situación de inestabilidad económica que se denomina “inflación”. Hay muchas personas, incluyendo reputados economistas, que creen que esa inestabilidad es provocada por el dinero fiduciario, y que el exceso de emisión del mismo es lo que le hace perder valor frente a los demás bienes. Pero, ¿qué valor puede perder el dinero fiduciario si, como se dijo, no tiene valor intrínseco? Esta visión monetarista de la inflación, que es parte del fetichismo del dinero, confunde la causa (puja distributiva) con el efecto (suba generalizada de precios). Además, si la inflación fuese consecuencia de la pérdida de valor del dinero, todos los precios subirían en el mismo porcentaje de desvalorización de éste, cosa que no es cierta en ningún proceso inflacionario.

Lo que sí es cierto es que el dinero fiduciario pierde poder adquisitivo con el aumento de los precios y eso abona el mito de que el problema es el dinero y las personas le pierden la confianza, a tal punto que buscan refugio en un dinero que creen más confiable: el dólar, por ejemplo, pensando que éste conserva mejor un valor que tampoco tiene, porque también es fiduciario. Así, se cambia un fetiche por otro.

La diferencia es que este otro fetiche tiene poder de compra en todo el mundo y la gente que tiene capacidad de ahorro busca tener una puerta abierta para poner sus excedentes económicos a salvo en el colchón o en otras latitudes.

Pero si la moneda doméstica va perdiendo confianza y se va corriendo el velo del fetiche, quién dijo que lo mismo no pueda suceder algún día con el dólar en el mundo. Tal vez por eso estén surgiendo las denominadas cripto-monedas, aunque su génesis tiene cierto tufillo al dinero fiduciario privado de otrora. Sin embargo, no es fácil imaginarse un mundo sin el fetichismo del dinero, sobre todo porque sin él sería impensable también el capitalismo.

* Yuval Noah Harari (2014), De animales a dioses, Debate.

Acerca del autor / Daniel Enrique Novak

Daniel NovakLicenciado en Economía. Subcoordinador de carrera de Licenciatura en Economía de la UNAJ y Profesor asociado en Economía de la misma universidad. Fue  Secretario de Industria y Desarrollo Productivo de Florencio Varela, Cooordinador de Desarrollo Inclusivo del PNUD (2004/14), Subsecretario de Coordinación Económica de la Nación (2002/2004) y Consultor Económico de Empresas Industriales (1990/2001).

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