Nosotres

SILENCIO, CONFIANZA Y EDUCACIÓN SEXUAL INTEGRAL EN LA ESCUELA MEDIA

“Con tus hijos sí me meto”

Por Claudia Freidenraij

Una tarde mis alumnos me espetaron: El profesor de Literatura es medio turbio. Y cuando pregunté qué significaba esa expresión se desató una catarata de denuncias. Que todas las clases les dedicaba un comentario fuera de lugar sobre sus elecciones sexuales. ¿Qué preferís? ¿Qué te viole una mujer o un varón? Que con mucha frecuencia, frente al incumplimiento de una tarea, hacía “chistes” con sus prácticas sexuales. ¿Qué pasó Fulano que no hiciste la tarea? ¿Te quedaste viendo fotos de chicas desnudas? Y ante la respuesta negativa del alumno de turno, remataba: Ahhh, ¿de chicos desnudos? Me contaron que pedir permiso para ir al baño suponía exponerse a comentarios “jocosos” al regresar al aula. Tenés olor a pito en las manos. Relataron, entre risas incómodas y un poco de vergüenza, que el profesor hacía alarde sobre los travestis de Palermo y sus tarifas. Que los solía interrogar sobre su virginidad, sus prácticas masturbatorias, sus elecciones sexuales. Todo teñido de una falsa complicidad. Con ustedes puedo hablar de estas cosas porque son varones, en otros cursos, mixtos, no puedo hablar así porque las chicas…

Esa tarde hubo una multitud de brazos levantados para pedir la palabra. Ninguno contradecía a su compañero, ninguno puso en duda ni matizó lo que el otro denunciaba. Al contrario, cada intervención confirmaba la declaración del otro. 

En medio de mi estupor, fueron pocas las preguntas que hice. La primera fue saber desde cuándo sucedía esto. -Desde el segundo día de clase, – dijeron. Cuentas rápidas me indicaron que a lo largo de dos meses, semana a semana, este curso de primer año venía sobrellevando el acoso “canchero” del profesor de Literatura. Luego quise saber si, individualmente o en grupo, habían tenido contactos con el susodicho en otros espacios: los baños de la escuela, la calle, las redes sociales. Todas las respuestas fueron que no. Sólo en el aula. Ni más, ni menos que en el aula, ese espacio tan cruzado por tensiones y asimetrías. Por último, pregunté si habían conversado con sus padres sobre la situación. Para mi sorpresa, sólo 7 (el 30% del curso) lo había hecho. ¿Por qué la mayoría optó por el silencio? Porque les daba vergüenza. Desconfiaban de la reacción de los adultos. Mi mamá es capaz de venir y prender fuego el colegio. Mi papá lo va a querer cagar a trompadas en la puerta, y yo no voy a aprobar Literatura nunca más. Algunos dijeron que no lo contaron porque temían que los retasen a ellos. Porque, en definitiva –y encuentro aquí una de las cosas más perversas de toda esta historia-, ellos se rieron de los “chistes” del profesor y habían sentido curiosidad cuando les habló de los travestis de Palermo. Otros no dijeron nada en sus casas porque no era para tanto, el profesor se fue un poco al pasto, pero es buena onda y nos trata bien, como a chicos más grandes.

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Hasta aquí el relato de lo que sucedió aquella tarde, hace ya un año y algunos meses, en una escuela secundaria pública de la Ciudad de Buenos Aires. Por entonces me desempeñaba como tutora de un curso de 24 varones, de 12 y 13 años, a los que acompañé en este proceso, que incluyó un acta de denuncia contra el docente, labrada por las autoridades del establecimiento. Ahora, quiero avanzar sobre algunos elementos de esta “anécdota” que nos interpelan como adultos, como docentes, como madres y padres. 

  1. Que el 70% de los estudiantes haya elegido el silencio ante su familia nos invita a preguntarnos qué valor le damos a su palabra. ¿Cuántas veces hemos “desconfiado” –en mayor o menor medida- de las cosas que lxs chicxs cuentan en casa sobre la escuela, sobre el profesor, sobre el autoridadcompañero, sobre la maestra? ¿Cuántas veces hemos puesto entre comillas sus relatos, pensando que eran un poco fantasiosos, un poco exagerados, un poco tendenciosos? ¿En qué momento activamos ese censor que nos hace escuchar con más atención a nuestrxs niñxs y damos crédito a sus palabras? En el caso que nos ocupa, ningún padre se acercó a la escuela. Algunos –dijeron sus hijos- se rieron y minimizaron la cuestión, terminando la conversación con la frase Es un pelotudo
  2. ¿Qué escucha ese pibe cuando el padre le dice, entre risas, que el profesor es un pelotudo? Que no se preocupe: que ese tipo que los incomoda y los avergüenza no es realmente un peligro. Que la vergüenza y la incomodidad que sienten es una exageración, porque el sujeto que la genera es, justamente, un pelotudo. Que sus experiencias con el profesor de Literatura son poca cosa, una nimiedad, algo de lo que no vale la pena preocuparse. Y como de pelotudos está lleno el mundo (y eso los chicos de 12 y 13 años lo saben bien), dejemos que las clases transcurran y esperemos que pronto acabe el año. Con Literatura aprobada. 
  3. ¿Qué pasa cuando el 70% de los chicos decide no contar la cuestión en su casa pero sí en la escuela? Una de ellas es que la docente que se vuelve receptora de las denuncias se pregunta ¿y ahora qué? Un reciente estudio internacional sobre el bienestar emocional de la juventud realizado por la Fundación Varkey (Reino Unido) indicó que en la Argentina, participante de la muestra, lxs jóvenes sufren un alto grado de malestar emocional. E interrogados sobre quiénes eran sus referentes en momentos de crisis o a la hora de tomar decisiones importantes, el 70% respondió que alguno de sus docentes. ¡Qué coincidencia! El 70% de mis alumnos no contaron a sus padres que uno de sus profesores se propasaba con ellos. El 70% de los jóvenes encuestados decía que era a sus docentes a quienes recurrían cuando su universo tambaleaba. Es una casualidad, nada más. Sin embargo, nos pone en la pista del lugar especialísimo que tenemos los y las docentes en la vida de nuestros estudiantes, lugar que estas cifras sólo vienen a corroborar.
  4. Muchas veces, lxs profesorxs no somos conscientes del peso que tiene nuestra figura en el aula, frente a los chicos y las chicas que tenemos delante. Perdemos de vista el impacto que provocan nuestras ideas, afirmaciones y certezas, en sus vidas. Me detengo en esta cuestión porque me parece un aspecto fundamental de la historia que conté. Por un lado, que haya sido un profesor quien protagonizó esta historia, que los chicos hayan estado meses lidiando solos con esta cuestión, sin recurrir a ningún adulto, nos habla del peso de nuestra autoridad frente a los estudiantes. Una autoridad que padres y madres les enseñamos desde el jardín maternal. Que hay que hacerle caso a la señorita; que si la maestra lo dice es así; que no discuta con la profesora porque lo va a tomar de punto… Enseñamos, como padres y madres, quiénes son los adultos “confiables” y entre ellos, los docentes tenemos un lugar protagónico. Por otro lado, enseñamos que la relación con los y las docentes es asimétrica; que el poder está claramente del otro lado; que ser estudiante es aprender a bancarse al profe que le tocó. Entonces, ¿En qué circunstancias habilitamos a nuestrxs hijxs a contradecir esa autoridad, en qué momento lxs habilitamos a enfrentarla, a discutirla, a ponerla en cuestión? 

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La mayor parte de las preguntas que planteé aquí me llevan a un mismo lugar: la necesidad de que la Educación Sexual Integral (ESI), que en la Argentina es Ley desde 2006, se implemente sin más demoras. En la escuela donde transcurrieron estos sucesos, su implementación se limita a la iniciativa voluntariosa de lxs docentes. Y desde la conducción, las intervenciones se agotan en unas charlas que dictan médicas del Hospital Posadas y en algunas actividades que desarrollan las profesoras de biología. Lo integral de la sexualidad humana, esto es, sus dimensiones biológicas, psicológicas, sociales, afectivas y éticas, están claramente relegadas. 

La ESI no es la respuesta a todos los males ni la panacea que resuelve todos los dramas. Pero es urgente. 

La ESI es urgente porque como docentes debemos formarnos adecuadamente para poder enseñarla en el aula. 

La ESI es urgente porque hay chicxs que pueden pensar que la burla, el acoso verbal y la violación de su intimidad por parte de un docente, es parte de ella.

La ESI es urgente porque necesitamos enseñar a lxs chicxs que tienen derecho a su intimidad; que nadie tiene la potestad de invadirla, que no deben permitir que lxs acosen, lxs burlen, lxs incomoden ni por sus prácticas, ni por su identidad, ni por su orientación sexual. 

La ESI es urgente porque hay chicos que pueden creer que entre hombres están habilitadas ciertas formas de relación que los vuelve parte de una cofradía de la que están excluidas, por inferiores, las mujeres. 

La ESI es urgente porque necesitamos dejar de criar “machitos”, para empezar a formar varones conscientes de sus sentires y de sus derechos. 

La ESI es urgente para garantizar a lxs chicxs, las herramientas necesarias para cuidarse, para respetarse y hacer respetar sus derechos.

Acerca del autor / Claudia Freidenraij

Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Docente-investigadora de la Universidad Nacional de José C. Paz.

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