Notas

DE ROBOS Y MEMORIAS

Cartas de Malvinas

Por Mirta Amati

El robo de una mochila en la que había cartas de la guerra de Malvinas abre el interrogante por los documentos (fotografías, cartas, entrevistas) y la importancia de los fondos estatales para la preservación de la memoria.

 

Carlos “el tano” Orsini es ex soldado de Malvinas; este abril, en Florencio Varela donde vive, le robaron su mochila, allí tenía las cartas que le enviaron durante la guerra. Junto con otros compañeros, integran el Centro de Veteranos “Héroes de Malvinas” de Varela con el que trabajamos desde la universidad en distintos proyectos: los entrevistamos, realizamos charlas, les pedimos documentos, fotografías y cartas.

Las cartas fueron y son medios de comunicación interpersonal. En 1982, los intercambios epistolares eran un modo habitual de comunicarse ante la inexistencia de lo que hoy nos parece natural: las redes. De hecho, lo primero que hice cuando me enteré del robo fue comunicarme por facebook: busqué si tenía algunas cartas digitalizadas, encontré dos, se las mandé al “tano”, las subimos a facebook y las reenviamos a algunos medios, con la esperanza de “viralizarlas” y poder encontrar las originales.

 

En cambio, en 1982, mandar una carta no era sólo cuestión de “un click”, suponía otros tiempos y otras acciones: había que ir al correo postal, comprar una estampilla, pegarla en el sobre, poner la carta en un buzón para enviarla, esperar a que llegue y aguardar la respuesta. En el contexto bélico se promovía el intercambio postal para mantener alta la moral y dar fuerza a los soldados, no sólo por parte de familiares y conocidos sino de ciudadanos que apoyábamos la causa y la lucha por la soberanía nacional (muchos recordamos escribir cartas a los soldados en la escuela). Pero también, en el contexto de una guerra, hay un fuerte control de la información tanto mediática como personal. Mandar una epístola tenía restricciones y controles, como toda información; algo que podemos leer en una de las cartas digitalizadas que Gabriela le escribe a su hermano en las islas: “Carlitos, cómo quisiera saber que pensás, si comés bien, qué hacen, en qué lugar están,  pero sé que por ahora no recibiremos cartas y tendremos que esperar para tener mejor novedad a tu regreso”.

 

Las cartas también tienen otros usos: son fuentes de información histórica, un testimonio o una prueba de hechos del pasado. Por eso Carlos las llevaba consigo, para mostrarlas en las charlas que los veteranos dan en escuelas. Por eso, los docentes universitarios las utilizamos al momento de investigar, enseñar y difundir estas temáticas.  

Como siempre, lo individual y lo colectivo se entrecruzan. Para cada veterano esas cartas son “personales”, parte de sus afectos y sus recuerdos particulares y las atesoran en una suerte de museo personal; pero también “son colectivas”, uno de los modos en que se presentan y testimonian sobre su pasado, al que recurren para mantener viva la memoria y compartirla con otros: en las escuelas, las universidades, el territorio. Para las instituciones son una fuente de información a partir de las cuales construimos datos, obtenemos resultados, los presentamos en distintos formatos para que puedan ser enseñados, divulgados o difundidos. Para esto es que digitalizamos documentos y realizamos entrevistas y observaciones:  archivadas y conservadas para que otras generaciones puedan consultarlas y seguir investigando, enseñando, difundiendo.

Hace unos años desde la UNAJ realizamos varias actividades con el Centro de Veteranos de Florencio Varela, del que Carlos forma parte. Entrevistamos a algunos de ellos y observamos  actos conmemorativos en el Monumento del Cruce Varela. También realizamos charlas; exposiciones y muestras fotográficas en la sede de la UNAJ, para las cuales el municipio de Varela participó con la edición y reproducción de las cartas y de las fotos de los veteranos fallecidos en combate. Estas dos cartas,que fueron robadas entre muchas otras, fueron parte de esa muestra. La propuesta consistía en realizar visitas guiadas junto con los ex-soldados, que terminaban con una charla en la Sala del Consejo Superior donde  participamos distintos actores de la universidad y del territorio, como el Programa Malvinas en las Escuelas, del Centro de Veteranos y el Consejo Escolar.

Así, estas cartas, que ahora vuelven a circular con motivo de un robo, nos recuerdan la importancia del archivo, de la investigación y la conservación, porque efectivamente se trata de una cuestión o problema “personal” y de seguridad (que el Estado debe atender y que nosotros tratamos de ayudar “viralizando”). Pero también es una cuestión “social e institucional”: son sólo dos cartas, pero fueron digitalizadas por tareas que realizan las universidades  (como también lo hacen los institutos, los museos, los archivos y bibliotecas). Son tareas que suelen olvidarse o descuidarse, sobre todo en contextos de crisis económica como la actual donde se escuchan cuestionamientos y críticas: ¿no ganan mucho los docentes?, ¿para qué necesitan tanto presupuesto?, ¿en qué gastan los subsidios de investigación y extensión?, ¿esos temas son importantes o necesarios?, ¿tenemos que gastar nuestros impuestos para que se investiguen y conserven estos materiales, para que den charlas y se realicen muestras?, ¿el Estado nacional, provincial o municipal tiene que dar subsidios para archivar cortos o fotografías digitales, realizar programas de televisión o de cine?

El robo de esas cartas nos permite responder estos cuestionamientos. Pero también nos recuerda la importancia de la vinculación, del reconocimiento y el acompañamiento que los distintos grupos e instituciones “supimos conseguir”. Porque estas cartas no son sólo  necesarias para tener mayor posibilidad de encontrarlas (si se viralizan) ni son sólo importantes para la memoria de Carlos y los veteranos de Varela (para quienes son invaluables y, al mismo tiempo, están llenas de valor). Son importantes porque nos recuerdan que la historia está hecha de muchas experiencias, de distintos grupos e instituciones, y cuenta con diferentes fuentes: los diarios o la historia de los historiadores (e incluso la historia de algunos ex combatientes) están publicadas y, como tales, conservadas y reproducidas; en cambio, las historias que cuentan cartas como éstas, son poco conocidas, experiencias y voces menos escuchadas colectivamente (aunque sin duda fueron leídas y releídas mil veces por cada soldado de Malvinas).  

Las tareas y los trabajos que realizamos cotidianamente de modo separado (en un centro de veteranos, en una escuela, en un municipio, en un museo, en una universidad, etc.) aunque sean más o menos valoradas y/o reconocidas, cobran fuerza cuando las hacemos juntos. Los grupos y las instituciones somos parte de una historia que no está prefijada de antemano pero cuyo rumbo podemos encontrar al vincularnos.

Acerca de la autora / Mirta Amati

Mirta Amati

 

Doctora en Ciencias Sociales, investigadora independiente (CIC-UNAJ), docente de Prácticas Culturales de la UNAJ y de la carrera de Comunicación de la UBA. Actualmente dirige el proyecto “Argentinidad” y “varelidad”: la construcción de nacionalismos y localismos en conmemoraciones y patrimonios”. Su última publicación es “Disputas por el Bicentenario en Argentina. Memorias colectivas, festejos oficiales y alternativos”, 2018.

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